Martín Miguel Güemes Arruabarrena
Después de 1955, sobre todo caído el General Eduardo Lonardi, quien alegando el derecho de resistencia a la opresión se levantó en armas apoyando la Constitución vigente… es decir: la Constitución de 1949, el cielo se vino abajo para los vencidos. Un golpe palaciego cívico militar terminó con la bandera belgraniana asumida por Lonardi “Ni vencedores ni vencidos”. Los pretorianos de la libertadura, consagraron un gobierno de facto, faccioso, porque quiero y puedo, y tengo la fuerza. Aramburu y Rojas asumieron el poder, la razón de Estado desnuda de Derecho. Por bando revolucionario derogaron la Constitución vigente, e ilegítimamente convocaron a una Asamblea Constituyente en Santa Fe (1957). El objetivo: volver a la Constitución histórica, la de 1853 /60, e introducirle alguna concesión social (el art. 14 bis). Derogar el bastión de la Independencia Económica, el artículo 40. La violencia jurídica, acarreó violencia política, económica y social. La resistencia peronista fue un movimiento espontaneo de dirigentes sociales que no habían usufructuado del poder burocrático, obsecuente, con culto al “Jefe” (enseñoreado en su omnipotencia autoritaria). El fundador, el conductor del Justicialismo, de “La Comunidad Organizada”, se extravió en el autobombo personal, que se fue consolidando en el país del tiempo perdido… La inercia doctrinaria (justicialista) entre los años 1952 – 55; la almohada muelle de la repetición vacía de contenido real, embargo a los peronistas en el poder nacional. Así se fue gestando la caída de Perón, y también la dictadura anarquista liberal, nacida en los sótanos del poder imperial. En los últimos tiempos, las clases medias urbanas, en las grandes ciudades, comenzaron a indignarse, a juntar bronca: Perón y las chicas de la UES, el luto obligatorio por Evita en los trabajadores estatales, la falta de libertad de prensa, la expropiación de diarios, la persecución a la oposición política (principalmente a los radicales, nacionalistas y algunos socialistas), a la Iglesia Católica Apostólica Romana (incentivada por los “aliados” masones en el gobierno, desde el Vicepresidente Teisseire para abajo…). Perón dejaba hacer, dejaba pasar… La conspiración sinárquica estaba en marcha. La derrota de Perón, era una caída anunciada por los poderes exógenos. Gran Bretaña su principal foco conspirativo. Por ello, exiliado Perón, perseguidos, encarcelados, y fusilados militares nacionales, y militantes sociales, prohibida por el decreto 4161 la mención pública del “tirano prófugo”, la “marchita”, desaparecido el cadáver embalsamado de Eva (en un operativo macabro), caída la producción y el salario, encadenados al FMI, a la deuda externa, surgieron los atizadores del descontento popular (con la consigna: Perón vuelve), y con la “flor no me olvides” en el ojal, y las alpargatas “flor de ceibo” comenzaron a caminar los barrios, visitando las casas de los humildes.. Todos ellos, nostálgicos de la época peronista. De los tiempos, donde la clase obrera tuvo un lugar bajo el sol. Donde tuvieron: aguinaldo y vacaciones pagas. Lugares de veraneo, y hoteles sindicales; regalos para los niños, talleres de estudio para los jóvenes. Universidad. Perón había caído por lo “bueno”, no solamente por lo “malo”
Los Sancho “Panza” contra los Molinos de viento. A falta de don Quijote, algunos dirigentes peronistas, levantaron consignas intransigentes, rastrearon huellas perdidas y arriaron sueños olvidados. ¿Cuál fue el lugar de reunión, en estos barrios obreros, en las casas populares? ¿De la “nueva clase media” (obrera, pequeño burguesa) nacida con la industria liviana, con el mercado interno, con la sustitución de importaciones? Las cocinas, el lugar de la vida para las familias, fue refugio para los dirigentes peronistas, perseguidos por la policía de la Libertad dura. Allí, donde un cuadro de Eva señalaba la presencia de la justicia social, donde la cocina, la heladera, el lavarropa, las estufas, la radio, y las casas, compradas con salarios dignos, campeaban soberanos, señalando el avance social, allí se alimentó la resistencia. No fueron solamente, las radios clandestinas, tampoco los panfletos mimeografiados, las cartas del exilio, los “caños” en las fábricas, la huelga, las prisiones, la intervención militar en los sindicatos, los que volcaron la atención de los desplazados de la torta de la producción nacional. Las cocinas… se convirtieron en el lugar simbólico, y práctico, de la resistencia de los humildes. Hoy, es igual: las cocinas definirán nuevamente la resistencia popular. Nuevamente la heladera vacía, moverá al voto cantado… al avión azul y blanco de la nostalgia, al Perón de la Vuelta… esta vez, sin “montoneros” arrogándose su retorno (el “Luche y vuelve”), despreciando a “la burocracia sindical”, sin menemistas privatizando “las joyas de la abuela”, vendiendo el patrimonio estatal, encadenando el alma de los argentinos. Sin aquellos, que en nombre del “progreso”, del “socialismo Siglo XXI” volvieron e hicieron millones, corrompiendo la acción social, la estrella de la justicia social. Sin anarquistas libertarios, sostenidos por la casta financiera. Por el Imperialismo Internacional del dinero. Anarquistas libertarios grotescos, guarangos, con el insulto a flor de labios, primitivos y repetidos hacedores de nuevas cadenas nacionales. Las cocinas vuelven por sus fueros… el ánimo de la resistencia, este fantasma del pasado, recorre los hogares argentinos, saltando grietas, antinomias, dolores, desazón, está por nacer (“el tiempo solo es tardanza de lo que está por venir”), una nueva época agonal: tiempo de construir la esperanza de la desesperanza. El pueblo quiere oír, una nueva voz, que los represente, más allá de las castas de variada laya, que se suceden en el marco de una nueva democracia fallida. La legitimidad de origen, no es suficiente. Todos esperamos la legitimidad de ejercicio, de la defensa del Bien Común, del Interés Nacional.
Una lección del pasado, de los años 30 Ernesto Palacios, escritor y político nacionalista, escribió un libro notable, por su autocrítica, y por la crítica a los que apoyaron el golpe de facto del General José Félix Uriburu (6.09.1930); el libro en cuestión, es: “Catilina, una revolución contra la plutocracia en Roma”, sus páginas están colmadas de brillantes apreciaciones sobre la frustración de una dirigencia nacionalista, que visualiza que los conservadores han copado al General Uriburu, y que esa era la verdadera cara de la “revolución”. En la soledad de su frustración personal, Palacio rememora la historia romana, y el papel que le cupo en la decadencia de la república, a Catilina como representante de un patriciado honrado, valiente, y marginado por la plutocracia romana, que conduce a la república al cesarismo imperial. Parangonando a Catilina el patricio, y a Ernesto Palacio nuestro patriota, podemos reinterpretar la posición de muchos argentinos frustrados por la decadencia republicana, en nuestra vida contemporánea. Para quienes vienen del patriciado venido a menos, primos pobres de la oligarquía, del nacionalismo alimentado por el revisionismo histórico (forjado por criollos como José María Rosa, o gauchos como Fermín Chávez), desplazados por el colonialismo cultural, desinformante, por las elites extranjerizantes, cosmopolitas; hoy somos parte de la clase media a la intemperie de la decadencia, acosados por los medios de comunicación formadores de opinión desinformada. Por ello, volver a la realidad, es el imperativo inexcusable. Mirar las cocinas, nuestras cocinas, es tener ojos mejores para mirar a la Patria. Allí, en esa escuela económica popular, podremos atarnos al palo mayor de nuestros principios nacionales, y evitar el canto de sirenas, en este atolladero en que nos encontramos. Con el fracaso del socialismo Siglo XXI, con la socialdemocracia recluida a las mazmorras del pensamiento inútil, con el progresismo voceando al viento su lastimero canto imberbe, y con esta anarquía libertaria que cree haber ganado la batalla cultural, nuestra tradición histórica, nuestra cultura nacional, es el fortín que se levanta contra la civilizada barbarie de la Nueva Derecha, asentada en la Ética Protestante del capitalismo financiero… Las cocinas hablan por sí solas. El locro aborigen, el puchero hispánico, y la pizza inmigrante, son parte indubitable de nuestro mestizaje alimentario, y están en las hornallas humeando. La mesa tendida por las familias, espera su presencia nutriente, para sobrevivir en este tiempo aciago que nos toca superar. Otros mendigan el mendrugo caído de la mesa de los pudientes. La taba cayó culo para los pobres. No es posible olvidar este dolor soterrado. Un diagnostico fatal, nos advierte: el pasado es testigo. En 1930, 1955, 1966 y 1976, las camarillas de las fuerzas armadas fueron utilizadas por las elites liberales, intolerantes, clasistas, defensoras de privilegios, serviles al poder de turno, alimentadas por el interés común, colonial. Esa línea histórica Mayo /Caseros sigue menospreciando al pueblo, a la Patria; mean contra el viento, en la eterna queja contra su propia existencia por vivir en un país de mierda, poblado de criollos, de gauchos, de inmigrantes. Son envidiosos de lo ajeno. La historia puede ser: maestra de vida, o madrastra de los huérfanos de Patria. Sin memoria con raíces, sin utopías creativas, la decadencia será Inexorable. Nuestro País, nuestras familias, sin Estado Nación, sufrirán la corrupción, el narcotráfico, la desocupación, la pobreza. En suma: el globalismo. Solo puede salvarnos un milagro, el renacer del alma nacional.