Martín Miguel Güemes Arruabarrena
Con sus contradicciones y cambios políticos – Ernesto Sabato – es un claro exponente de nuestra clase media no peronista. Los jóvenes pertenecientes a ese sector social, ávidos de lecturas y búsqueda existencial, devoraron sus novelas: El Túnel (1948) y Sobre héroes y tumbas (1961). Su última creación, la novela Abaddón, el exterminador (1974) paso al olvido. El público y la crítica no la tomaron en cuenta. En el contexto histórico de esta novela final, un vasto sector de adolescentes se había convertido al peronismo. Se definieron como nacionales y populares. Desde la derecha o la izquierda abrazaban la causa popular. Algunos como militantes, otros como observadores comprometidos. Las elecciones de 1973 con el triunfo primero de Campora – Solano Lima (11.03) y después Perón – Perón (23.09), confirman lo expresado. La movilización juvenil fue sustancial para ambos resultados. El anarquismo libertario, socialista, prevalecía.
Los ensayos – escritos por Sábato – en el primer período justicialista, podemos citar: “Hombres y Engranajes” (1951) y “Heterodoxia” (1953), se desacreditan ante el embate peronista. Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos y Juan José Hernández Arregui, se encargan de señalar sus contradicciones intelectuales. Estos escritores, ensayistas, historiadores, realizaron una crítica original de las conductas antinacionales del mundillo intelectual. En cuya republica literaria Sabato estaba inmerso. Borges, Bioy Casares, Sabato y Cortazar, fueron su blanco predilecto. En un caso por conservadores – liberales y en el otro por socialistas o comunistas, siempre por cipayos… Exageración que no aceptamos desde nuestra perspectiva actual. Visión abarcadora, tolerante, matizada por el paso del tiempo. Con su debe y haber intelectual, cada uno de ellos es argentino.
La angustia exhibida por Sabato en sus escritos, sus obsesiones literarias, sus temas libertarios no hizo mella en el andamiaje estructural del pensamiento nacional. En esa militancia, en esa lucha, el blanco y negro prevalecía, no había matices distintivos. Nacional o Colonial era la consigna referencial (desde el aspecto esencial de la superestructura cultural y el combate político), era la diferencia que marcaba la cancha.
Ernesto Sabato – su drama y su tiempo – fueron los de la generación liberal de izquierda que creció con el radicalismo (1916 – 1930), se radicalizó con la década infame (1930 – 43) abrazando el cientificismo, el marxismo, el existencialismo, el personalismo. Toda su formación ideológica estaba referida, contrapuesta, a los totalitarismos europeos (fascismo, nazismo, franquismo, stalinismo). Trasladaba sus fantasmas, sus miedos, sus ansias de libertad, al impetuoso movimiento peronista. El Uno y el Universo (ensayo escrito por Sabato, en 1945), se oponían al Uno y la Multitud (novela de Manuel Gálvez). Juan Domingo Perón y Eva Duarte encarnaban la demagogia, el autoritarismo popular tan temido. Fueron el blanco predilecto de las comidillas sociales y de las agresiones verbales, que luego fueron físicas. De tales lodos, tales tempestades. Los intelectuales atizaban el fuego. De un lado, y del otro alimentaban la grieta política y social. La excusa fundamental para voltear a Perón – en 1955 – estaba basado en el derecho de resistencia a la opresión. ¿Quién era el opresor y quien el oprimido? La Revolución Libertadora resolvió el dilema. Los peronistas fueron silenciados, encarcelados, fusilados. Sabato entonces publico su Carta Abierta a Mario Amadeo, a la cual tituló: El otro rostro del peronismo. Causalmente fue publicada en junio de 1956. Los fusilamientos del Cnel Juan José Valle y seguidores y los de compañeros en los basurales de José León Suárez, fueron hechos contemporáneos. Sabato acusaba a Perón y los nacionalistas de ser la causa originaria de tanta violencia. El motor ideológico de la demagogia corrupta.
Reflexionemos. El autoritarismo autóctono venía del fondo de nuestra historia, se corporizaba en el caudillo y las masas que reivindicativamente buscaban ocupar un lugar bajo el sol. A esta legítima ambición – Sabato – la definió como resentimiento.
La inundación social provocó miedo, confirmando que no hay más totalitario que un liberal asustado. Las clases medias se abroquelaron en una cerrada oposición política. Todo era valido para golpear, matar o derrotar al tirano. La Segunda Tiranía (en clara referencia a Juan Manuel de Rosas) debía ser descabezada. Los escritores del establishment cumplieron su papel insurgente, luego ocuparían cargos en la dictadura cívica – militar. Sabato no fue ajeno a esta actitud, asumió un papel secundario en Prensa y Difusión. Renunciando al poco tiempo, por discrepancias sustanciales con los autores de la Libertadura, lo que habla de su honradez intelectual. En su polémica con Borges sobre el peronismo, afirma: (…) Ese pueblo no lo siguió a Perón por botellas de sidra y pan dulce, por el secular pan y circo (lo que de paso muestra que esos males no son típicamente argentinos, como postula Borges). Lo siguió porque por primera vez en su historia tuvo la posibilidad de ser una criatura humana digna, como desde Cristo nuestra civilización lo viene exigiendo, pero que raramente los cristianos recuerdan como un deber (“Claves Políticas” de Ernesto Sabato).
Sabato apoyó a Frondizi en su búsqueda de integración y desarrollo, admitió a Illia en su honradez administrativa, denostó a Ongania y su Revolución Argentina. Ante los nuevos tiempos peronistas – 1973/76 – mantuvo la nostalgia de sus obsesiones universales. No sin dejar de participar en el círculo áulico de los consagrados en el cosmopolitismo literario. No olvidemos que obtuvo el Premio Cervantes.
Nuestra generación – la del 70 – que no toda abrazó la acción guerrillera, ni revolucionaria, también absorbió sus enseñanzas, sus actitudes libertarias. No podemos negar la influencia que la lectura de sus obras, ejercieron sobre nosotros. Su talento literario, su sensibilidad desdichada, presagiaba en nuestro ánimo, lo que sobrevendría después de la caída del tercer período peronista. Más allá de Isabel, López Rega, Celestino Rodrigo, Luder, Lorenzo Miguel, Mondelli y epígonos. Me refiero al nefasto golpe de estado de 1976. Después de la derrota de la batalla de Malvinas, en retirada el partido militar, la victoria electoral del radicalismo abrió la posibilidad del juicio a la Junta de Comandantes, en el proceso del Nunca Más. Sábato volvió para ocupar un lugar primordial en el proceso judicial. La defensa de los derechos humanos lo tuvo como protagonista esencial. Su teoría de los dos demonios fue cuestionada por unos y otros. Por represores y guerrilleros. Sabato nuevamente estaba en el medio, representando a la clase media. De allí su tristeza, su impotencia política y social. Sus últimas obras: Antes del Fin (1998) y La Resistencia (1998), así lo atestiguan. Son su testamento literario, su mensaje póstumo. Como confirma su hijo Mario Sabato (cineasta), al expresar: (…) Mi Padre tenía una vitalidad trágica… No se puede estar triste todo el tiempo, angustiando todo el tiempo… Todo era una exageración. Vivió esa exageración.”. Sus últimos años fueron de ostracismo y exilio en su propia tierra. Padeció el paso de los años y vivir más allá de su generación. Falleció a los 99 años, a meses de cumplir ¡cien años! Su muerte lo arranca del olvido cómplice de sus conciudadanos, lo reubica como parte insustituible de una sociedad que anhela la democracia y la república. Un poco cascarrabias para con sus vecinos (dada su impotencia de clase) y buen tipo con sus compatriotas (por tradición social). Es el rostro benigno del antiperonismo intelectual. De nuestra clase media no peronista.