Crisis de la dirigencia de la partidocracia ¿es el fin del Estado Nación?

Martín Miguel Güemes Arruabarrena

Las últimas elecciones 2023 han confirmado la crisis de la representatividad política (Milei los calificó la casta), y de los partidos políticos (reemplazados por la anarquía libertaria). Crisis que abarca la democracia, la república, y el federalismo. En el pasado reciente, la legitimidad de origen: el voto, no confirmó la legitimidad de ejercicio. ¿Existe la democracia sin partidos políticos? ¿Qué podemos hoy, afirmar de los partidos partidos? ¿Qué son maquinarias electorales, conducidas por oportunistas, logreros, tránsfugas, inescrupulosos? Salvemos, y en esto quien se sienta tocado sabrá porqué, a las excepciones, que luchan honestamente, para salvar la autoridad herida, y negada por el pueblo. Podríamos agregar: los partidos cada vez se parecen más a sociedades de responsabilidad limitada. Confundiendo actividades públicas y privadas. Negocios con gestión pública. Oportunismo con pragmatismo. Ineficiencia con figuración.

El fracaso de la Reforma Constitucional de 1994, es evidente; sobre todo para nuestras provincias. ¡Qué fatalidad de la etimología de la palabra provincias! En el Imperio Romano, así denominaban a los territorios conquistados. Eso es lo que acontece actualmente, con nuestras querencias solariegas y blasonadas, arraigadas al tiempo germinal de la Patria. En cuanto a la relación acción pública y privada, sabemos de la importancia de la propiedad privada de los medios de producción en el campo y las empresas. Desde los inicios del sistema liberal, burgués, capitalista, el lucro es el motor de la economía. El Estado Nación un instrumento de civilización y progreso. La lucha por la igualdad de oportunidades, un acierto de la Democracia en América, tal como aseveró Alexis de Tocqueville. La industrialización una meta necesaria, para la equidad en el esfuerzo, y en la distribución de la torta creciente, hoy menguante por mesianismos y voluntarismos exagerados, maledicentes. El estado es necesario para equilibrar las cargas de las luchas del mercado. Los políticos, los partidos políticos, en democracia, deben ser gestores de la ciudadanía, en procura del bien común. No pueden convertirse en gestores del lucro privado. Sobre todo, del sistema financiero internacional. Utilizar esa escalera – los partidos – para llegar al gobierno, para obtener el botín estatal o la coima privada, es el mal a superar, mediante una dirigencia ejemplar. Caso contrario las mafias prevalecerán, y se expandirán por el territorio nacional. Hay quienes afirman: el país está fundido. No hay plata. Tenemos que reducir el déficit estatal, y la inflación. Olvidan, que el crecimiento es la base de la estabilidad. La integración y el desarrollo de la paz social. Por ello, es necesario una refundación. Una evolución prudente, generosa, amplia, basada en la pluralidad de lo nacional, en la unidad en la diversidad, en la tolerancia en reciprocidad. 

La corrupción, el narcotráfico, la ausencia de Estado, es el cáncer de nuestra democracia sin república, sin federalismo, sin justicia social (que no es una aberración como dicen los anarquistas libertarios). Ante esta situación, nos asaltan ciertas dudas, que exigen respuestas: ¿Podemos culpar al peronismo de los males del país? ¿Al anti peronismo? ¿Al Menemismo, a De la Rúa, y al Macrismo de desnacionalizar la economía? ¿Al Alfonsinismo y al Kirchnerismo de pagadores seriales de la deuda externa? No olvidemos que ambos, son parte indubitable del proceso político que llevo a las renuncia de Alfonsín (tras la hiperinflación violenta), a la de De la Rúa (la crisis del 2001). Ambos, menemismo y kirchnerismo ¿Son peronistas? Alfonsín, y de la Rua ¿son radicales? Macri ¿es liberal? Mi ley sí, es anarquista libertario. Es un topo que quiere destruir el estado, la industria nacional. A confesión de parte, relevo de prueba. Todos estos partidismos tránsfugas, travestidos, que parten al país, son hijos naturales del proceso de desorganización nacional (1976 /1983), de las trampas no resueltas del anarquismo socialista, de la deuda externa contraída, forjada por el Imperialismo Internacional del Dinero (que condiciona cada vez más, nuestra autonomía), y de la cuestión pendiente: Malvinas. Más allá, de la valentía de nuestras fuerzas armadas, es una verdad indubitable que el Imperio Anglo Sajón forjó el casus belli en el Atlántico Sur. Hoy, podemos constatar: que la ocupación militar inglesa, controla el mar argentino, amenaza nuestra Patagonia, y en los hechos, pretende nuestro sector antártico. En un juego de pinzas, con sus aliados chilenos. Olvidar, también es tener memoria.

Los pactos de Madrid, consecuencia de la trampa Malvinas, condicionan nuestra economía nacional. Es la trampa de la deuda perpetua. Es el problema financiero que aumenta el déficit estatal. La hiperinflación de 1989 (renuncia de Alfonsín), la crisis del 2001 (renuncia de De la Rúa), catapultaron al gobierno al menemismo y al kirchnerismo. El fracaso de Macri, y su promovido endeudamiento (FMI, apoyado por Trump); a los dos Fernández (Alberto y Cristina), en el marco de la pandemia, de la sequía, de la guerra actual (Ucrania, Franja de Gaza) y sobre todo: la corrupción pública (ya no se trata de moralina), promovieron a Milei y a sus anarquistas libertarios, montados sobre la indignación y la bronca de una inmensa minoría, de una juventud que quería el cambio. Tanto los socialistas siglo XXI (K), como los anarquistas libertarios (M) son abanderados de las diatribas injuriantes, y de las antinomias exasperadas, para construir poder propio, con el objetivo de dividir para reinar. Fue la metodología de Cristina y de sus epígonos, es la de Milei y seguidores. Esta vocación autoritaria, omnipotente, es parte indubitable de nuestro fracaso democrático, republicano, federal. Ayer, y hoy… la decadencia ha calado hondamente, está instalada en su clase dirigente, cada vez más clase y menos dirigente… Al compás de las descalificaciones, y la ineficiencia gubernamental, la pobreza avanza sobre las ciudades, como una conmoción telúrica… con consecuencias impredecibles. 

Somos un país politizado, sin cultura política decía Perón, el de la Vuelta (el negado por el Kirchner ismo, y olvidado por “peronistas”). Lo graficaba, en las trincheras cavadas en la guerra, dividiendo los bandos del combate. No sabemos construir un campo de encuentro, de disensos para consensos. De allí, nuestras cíclicas confrontaciones civiles y militares. Nuestra tendencia permanente a las discordias, a la agresión entre compatriotas. Alimentadas por el sectarismo ideológico, político, social y económico. La falta de participación de la ciudadanía en la vida pública, está relacionado con nuestro individualismo innato, y nuestro patriotismo deportivo. Sensiblero, trivial y exagerado. Sin conciencia histórica, por ende nacional. Nuestro naufragio como estado nación, es una enfermedad que penetra nuestras vidas, nuestra situación social. No en vano, hemos sufrido los argentinos, los golpes de estado: 1930, 1943, 1955, 1966, 1976. Son piquetes conocidos, en este dar vueltas a la noria de nuestra frustración colectiva. Pero también, estos golpes cívico – militares tuvieron su contracara visible: el fracaso de las dirigencias políticas, de los partidos, del clientelismo malsano. Esta situación cultural, política y social, es aprovechada por las minorías internas y exógenas, para usufructuar nuestras riquezas naturales. Forjando un proyecto político, económico y social, que condiciona nuestro desarrollo nacional. La ausencia de una dirigencia rectora ejemplar, forjada por el patriotismo, es el fondo de nuestra decadencia nacional. Sin patriotismo, sin participación, no hay democracia. Sin división de poderes, sin justicia independiente, no hay república. Sin autonomía provincial, no hay federalismo.