Martín Miguel Güemes Arruabarrena

El martes 6.VIII se cumplió el 199 aniversario de la Independencia de Bolivia, corazón de nuestra Suramérica; en la Plaza Bolívar de nuestra ciudad de Salta, los hermanos bolivianos rindieron homenaje al Libertador Simón Bolívar y al General Antonio José de Sucre, quien junto a Casimiro Olañeta, son los auténticos forjadores del nuevo país. Por ello, he dejado correr la pluma, tratando de proyectar la tradición documentada. Buscando a partir de esta remembranza, reflexionar sobre nuestras taras aldeanas, provincianas, nacionales, nacidas con la pequeña Argentina… y el estado imposible de Bolivia. Generados estos traumas separatistas, por los complejos motivos culturales que engendraron la envidia a lo ajeno, la ignorancia de lo nuestro, la falta de un proyecto común. Durante más de quince años he viajado a Bolivia, participando en encuentros patrióticos, seminarios, congresos, y realizando conferencias. La más de las veces viajé a Tupiza y Tarija, al Sur del país hermano. Territorio que ayer nomás (hace 200 años) abarcaba la Intendencia de Salta del Tucumán, jurisdicción integrante del Virreynato del Río de la Plata, región bisagra con el Alto Perú (Bolivia), y el Bajo Perú (Perú).

Nuestro Norte era zona periférica del Potosí, rica región argentífera que monetizaba al Imperio Español, desde los tiempos del Virrey Francisco de Toledo. El estratega español que diseñó la geopolítica necesaria para fundar Salta.

Nosotros, como salteños, como norteños, integramos esa región geocultural, histológicamente unida, separada por la educación “nacionalista” que hemos aprendido. Forjadora de arquetipos separatistas. Educación académica que ignora la historia del país vecino. De nuestras luchas, y problemas comunes. Es preciso reconstruir el tablero estratégico y táctico de nuestra realidad, basado en esa historia común.

Bolivia ayer y hoy, es el corazón del Continente. Por esta posición geográfica, su “independencia” no es cosa de ellos, sino también nuestra. Sus problemas históricos, son nuestros problemas políticos. Sus problemas sociales, son nuestros problemas ideológicos. El aborigen, el gaucho, el criollo, encuentran allí su ámbito natural. Me atrevo arriesgar, que el actual estado plurinacional, es producto de la ignorancia de la pluralidad de lo nacional. De no ejercer la interculturalidad. Error que arrastramos a causa de nuestras oligarquías nativas en el pasado, y las nuevas oligarquías en nuestro presente. Despreciativas ambas del pueblo, producto de su desmemoria y su ambición de riquezas. ¿Qué aportaron las dirigencias argentinas y bolivianas, para equilibrar las cargas sociales? Salvo excepciones, en el Siglo XIX y XX la explotación del aborigen, del gaucho, del inmigrante, fue moneda común. La extracción de nuestras riquezas naturales, sin inversión en la integración y el desarrollo, un beneficio sin inventario para el poder exógeno.

Calemos hondo en la herida nacional: ¿Qué aportó la oligarquía portuaria, para beneficiar el interior? ¿Por qué ese común desprecio, desarraigado, sin pertenencia, fuente de resentimiento, en relación a nuestra América Profunda?

Bien expresó Julio Irazusta, en su libro: “De la Epopeya emancipadora a la pequeña Argentina”, que nuestra gran virtud fue luchar por nuestra independencia, sin ayuda de nadie. Diferencia sustancial con el nacimiento de los Estados Unidos del Norte. Lo que no explica el maestro del Revisionismo litoraleño, es que logramos nuestra libertad e independencia, gracias al sacrificio del actual Norte Argentino, y del Alto Perú. Basta reparar en dos hechos: nuestra primera victoria militar fue Suipacha (7.11.1810), la última batalla fue Tumusla (1.04.1825). Distantes ambos lugares, en solo ¡200 Km! ¡Los ejércitos patrios recorrieron el continente, durante quince años, y volvieron al mismo sitio! Es sugestivo, que historiadores académicos y epígonos, sostengan que la última batalla continental fue Ayacucho y no Tumusla. Sobre todo si tenemos en cuenta que Olañeta es el último Virrey del Río de la Plata (aunque su designación real, fuera ignorada por el destinatario de tal potestad). Entre ambos hechos militares trascendentes–Suipacha y Tumusla–se luchó denodadamente por vencer en el territorio mencionado. Por ello, su historia es tema tabú de la historiografía del Río de la Plata.

La historia se escribió con sangre y no con tinta, aunque la desmemoria colectiva es producto de ríos de tinta volcada en manuales escolares y libros históricos que son escritos por escribas del pensamiento colonial, sean estos hispanistas o indigenistas.

La verdad oculta, es que realistas y patriotas, en esta guerra civil continental, procuraron ocupar el Alto Perú (la actual Bolivia), por su importancia geopolítica y económica. Miles y miles de soldados, de milicias y guerrilleros, conformadas por criollos, gauchos y aborígenes, regaron con su sangre el suelo mediterráneo. ¡No ocuparan nuestro corazón fue la consigna! Sellaron con sus vidas, esta decisión trascendente.

En la primera resistencia de la tierra en armas–entre 1809 y 1816–murieron la mayoría de los jefes de las Republiquetas, y el Alto Peruano quedó devastado; en la segunda resistencia–entre 1814 y 1821 – nuestro norte también… el Caudillo militar de la Epopeya del Norte, condujo a los oficiales criollos, a las milicias gauchas, a los guerrilleros Alto Peruanos, a la defensa del espacio regional. Espacio que abarcaba Salta, Jujuy, Orán, Tarija, Tupiza y Antofagasta (este último territorio, a pedido de sus habitantes, al caer Potosí en manos españolas). Dos invasiones realistas (1817 y 1820), más de cinco incursiones (1816, 1818, 1819, 1821, 1822) fueron rechazadas, merced a esta unión regional, a esta resistencia telurica, que abarcó el espacio mencionado. La Intendencia de Salta quedó extenuada en el esfuerzo. El asesinato de Güemes (en 1821), producto de un complot regional, impidió el avance del Ejército de Milicias sobre Potosí, en procura de ocupar el Alto Perú, en cumplimiento del Plan Sanmartiniano, que no era el nacido de una carta apócrifa–de San Martín a Rodríguez Peña (14.IV.1814)–aquella tan mentada por la frase: la patria no hará camino por este lado del norte…repetida por boca de gansos. El Potosí, fue la causa fundamental de la crucifixión de Güemes. Del fracaso del Plan Sanmartiniano. El Cerro de Plata era el eje de una vasta esfera, con consecuencias mundiales. Allí se concentraban la ambición de poderes exógenos a la nacionalidad suramericana. Independizada Bolivia, los viajeros ingleses revelaron las verdaderas intenciones de sus mandantes. Los designios disgregadores del Imperio Británico, gestados por la pequeña logia que libertó Bolivia, encontraron su posibilidad cierta de explotar los minerales abandonados en largos años de enfrentamientos. La mentada pobreza boliviana, norteña, tiene su origen en esta explotación de los recursos naturales, por los hombres al servicio del Imperio Anglosajón. Se suma, a este desenlace fatal, que el Gral. Pedro Antonio de Olañeta (asesinado en Tumusla, por sus mismos oficiales) encarna la más obstinada defensa del Rey. Es el principal enemigo que tuvo Güemes, quien logró derrotarlo mediante la lucha, la intriga, el soborno y la traición. Derrota gestada junto a los pudientes tucumanos, salteños, jujeños y tarijeños, que no vislumbraban, por miopía sectorial, la empresa de construir: las Provincias Unidas de Suramérica. Lo mismo sucedió, con las oligarquías bolivianas de la Plata, del Estaño, del Petróleo, del Gas, ahora del Litio, del Oro… La independencia de Bolivia (1825), es la contracara de la Independencia de las Provincias Unidas de Suramérica (1816). El imperativo inexcusable, es: unir sobre lo fundamental: Nuestra Patria Grande.