POR MARTÍN MIGUEL GÜEMES ARRUABARRENA
El País pensado por Alberdi en su adolescencia, polemizado por Sarmiento en su mocedad, construido por Mitre en su madurez y concretado por Roca en su plenitud, antes de instituirse tuvo que matar indios y gauchos. Cuanto menos domesticarlos, aislarlos. La geopolítica británica y la geocultura porteña, así lo exigían. Habíamos dejado atrás el sueño Suramericano, la construcción de un Estado–Nación Continental (los Estados Unidos de la América del Sur). Nación por la cual dieron sus vidas los Libertadores de pueblos. San Martín, Bolívar, Artigas y Güemes. Las logias conocían el secreto latido de la historia.
Derrotada la dictadura nacional de Don Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros (3.02.1852), con la victoria manifiesta del Brasil; vencido el proyecto integrativo de la Confederación Urquizista con la victoria de Pavón (1862), donde triunfó Buenos Aires, la dicotomía porteños–provincianos se traduce en una lucha por establecer la capital “federal” (la aduana estaba bien guardada por el poder con eje en el Río de la Plata). Las procedencias provincianas en los sucesivas Presidencias del Orden Conservador, solamente acentuaron el matiz diferencial en la forma de encarar el proyecto agro–exportador, con salida en el puerto de la Gran Aldea (Bs. As.). Gran Bretaña tenía una nueva conquista en su haber imperial. Sus consecuencias culturales, políticas, sociales, económicas, sí eran geográficas. El cosmopolitismo porteño absorbió las fuerzas del nacionalismo provinciano. El crecimiento económico de la pampa húmeda, implicó la caída de la producción del interior.
Nuestra Salta y el Norte languidecieron atrapados en la cerrazón de sus montañas, y en la mentalidad conservadora de privilegios de su dirigencia política y social. Entregando armas y bagajes, la oligarquía salteña cruzó el Juramento (antiguamente llamado Pasaje), transando con el puerto un lugar bajo el sol pampeano. Así lograron no ser intervenidos en todo el período 1880–1916. Los cuadros dirigentes del Poder Ejecutivo, del Orden Conservador (según Natalio Botana), se nutrieron con sus hombres.
Todo Salta fue desolación popular, y encierro económico. La gesta Güemesiana quedó atrás. Nuestro debe se acrecentó, el haber fue para pocos. Entre ellos–aquellos que usufructuaban la relación con el poder–se reconocía a los descendientes de los enemigos de Güemes. Los godos volvían por sus fueros. Los gauchos perdieron los suyos…
A partir de la Guerra del Paraguay–1865/1870–(aquella de la triple infamia), de la Conquista del desierto (1879), de la Capitalización de Buenos Aires (1880), el norte vivió de espaldas a su destino. Sobre todo cuando permitimos la Guerra del Pacífico (1879–1886). El Alto Perú, el puerto de Cobija (nuestra salida natural), se convirtió en nostalgia de futuro.
La bella época y la decadencia nacional
El país de los argentinos entre 1910 y 1916, no es el paraíso que rememoraban los conservadores ayer, ni los liberales hoy, era una argentina que comenzaba a sentir, sobre todo en sus estratos populares, la decadencia del antiguo régimen y los vientos de fronda mundiales. Es cierto que la pampa húmeda era fuente apreciable de exportaciones ganaderas y de granos. Su plus valía era la renta diferencial nacida del humus producto de las eras geológicas; gracias a esta donación de la naturaleza, nos situamos entre los mayores exportadores del mundo. De allí el poema: Oda al país del ganado y las mieses de Lugones, en 1910. Hasta el poeta se encontraba embargado por el olor a bosta… por los girasoles, por el trigo, por el maíz. Esta sublimación estética, cuando el estiércol de la corrupción invadiera como un miasma la década infame (1930–1943), a partir del Pacto Roca–Runciman, lo llevarían al vate al suicidio en defensa propia. En su inconclusa biografía de Roca, en su última página, escribió: ¡BASTA…!
Nuestro crecimiento estaba atado al mercado inglés. La red ferroviaria era nuestro candado. Las estancias pampeanas dependían de ese taller capitalista. Que fundamentalmente era y es una city financiera. Todo confluía entonces, al puerto de Buenos Aires, a Londres. Ferrocarriles, flotas, productos agrarios y ganados. La estructura financiera montada por el Imperio Británico, controlaba los resortes básicos de nuestra economía. Los bancos, los seguros, y las ganancias invisibles…
El gran hospital del mundo que fue nuestro país para muchos inmigrantes desahuciados en su tierra, se transformaba día a día, en una máquina de impedir el crecimiento político de esos mismos inmigrantes. Sin embargo, en ese país del Centenario, Buenos Aires como ciudad se mostraba con orgullo, y su dirigencia se expandía en manifestaciones de vanidad, y de juegos fatuos. Su actitud pajuerana, europeísta, liviana, presuntuosa, ignoraba el magma social que se movía en las entrañas de nuestra patria. No podían tampoco imaginar: la revolución rusa (1917), la crisis del 29, las dos guerras mundiales, la decadencia del sistema imperial francés o ingles. El auge de EUU y Rusia, que había anticipado Tocqueville en el Siglo XIX. Para el Centenario, nuestra dirigencia no tenía proyecto nacional. Lo construiríamos a ponchazos, como nuestras montoneras.
No todo era progreso en la Argentina de comienzos del Siglo XX, como pretenden y afirman los anarcos libertarios de siempre. Como ejemplo, citamos: en el centenario se festejó con estado de sitio, y en 1910 estalló una bomba en el Teatro Colón (símbolo de la civilización porteña). Alarma que abroqueló a la exquisita clase social que nació de la mentalidad mercantilista de la Generación del 80. Sus propuestas legislativas de persecución ideológica y social, a inmigrantes y obreros, se asemejan a las montadas en cada crisis recurrente de nuestro país. A la barbarie, ni justicia…
El pensamiento crítico en el Centenario, sus resultados
La generación del Centenario se presenta a través de pensadores provincianos, como: Ricardo Rojas, Joaquín V. González, Leopoldo Lugones, y Manuel Gálvez, con perspectiva argentina. ¿Nuestra generación del Bicentenario (2006 /2025) de la Libertad y la Independencia, siguen esta huella, forjada por el espíritu de la tierra? ¿El infortunio nacional promovido por factores externos, y alentado por factores internos, nos inmoviliza? ¿Cuál es nuestro aporte al debate bicentenario? ¿El proyecto nacional de integración continental, está vacante?
Debemos pensar en los resultados de ese espíritu crítico–elaborado por Rojas y Gálvez–a lo largo de esos años del Centenario. Fue a partir de 1916 (Yrigoyen /Alvear), con la asunción del pueblo a su destino, que se forjaron los mejores logros de nuestra argentina. Mal que le pese a Mi Ley, K harina, Ca Puto, Manolo Adorno, Diana Monino y epígonos.
La creación de YPF (gracias a la obra patriótica del Gral. Enrique Mosconi), el Ferrocarril Huaytiquina (para rectificar geografías, con el Ing. Ricardo Maury de por medio), la creación de la aeronáutica (a través de la acción del Ministro de Guerra Gregorio Vélez), la reforma política (Roque Sáenz Peña e Indalecio Gómez sus autores), leyes obreras (radicales y socialistas), fueron logros de este periodo histórico. La neutralidad en la primera guerra mundial, el respeto a las naciones vencidas, defendidas por el Ministro de Relaciones Exteriores Dr. Honorio Pueyrredòn (por expresas directivas del Presidente Yrigoyen), son ejemplos de un camino olvidado. Este vuelco inaugural de espiritualización de la conciencia nacional que se gesta en el país para el Centenario, a partir del espíritu crítico de algunos pensadores provincianos, nos increpa a los argentinos en este tiempo Bicentenario.
El tiempo de Roque Sáenz Peña, Victorino de la Plaza, Indalecio Gómez, Carlos Ibarguren, Gregorio Vélez, Jorge Newbery, en suma: de la representación ciudadana, de la República Federal, consolidada por el voto secreto, universal y obligatorio es la puerta que se abre, para un auténtico pensamiento liberal, autónomo, solidario. ¡La anarquía libertaria financiera es la contracara de la Patria!