Por Alejandro Saravia
Cuando en nuestra historia se alude a un piloto de tormentas, los que saben coinciden en que se está hablando de Carlos Pellegrini, quien, como presidente a cargo, tuvo que enfrentarse a una profunda crisis económica, agravada por un caos reinante producto de los estallidos revolucionarios que dieran por tierra en 1890 a Miguel Juárez Celman, de quien Pellegrini fuera vicepresidente. Ese estallido fue conocido como “La Revolución del Parque”, conflicto que diera a su vez nacimiento a la Unión Cívica Radical en cabeza de Leandro Alem. Durante su gestión de veintiséis meses a cargo de la presidencia tras la renuncia de Juárez Celman, Pellegrini sacó al país de una grave crisis, económica y política, al sanear las finanzas, fundando inclusive el Banco de la Nación Argentina, el mismo banco que hoy preside Silvina Batakis y su numeróloga. Tales medidas de Pellegrini dieron lugar a una economía muy próspera en los años inmediatamente posteriores y es por tal motivo que fuera conocido precisamente como “el piloto de tormentas”, y por lo que, también a menudo, se hace referencia a “la muñeca de Pellegrini”.
Durante su gestión se eliminó la censura y el estado de sitio que regía desde el gobierno de Juárez Celman y fue uno de los primeros políticos que sostuvo una postura industrialista para la Argentina, conjuntamente con Vicente Fidel López, en una época en que el negocio del país era exclusivamente la exportación de materias primas y la importación de productos manufacturados. También fue uno de los primeros partidarios de los derechos civiles de las mujeres, procurando que se les reconociera el derecho a voto. No en vano es el fundador, junto a Roque Sáenz Peña, el democratizador del voto, del partido “Modernista”, desprendimiento del histórico Partido Autonomista Nacional, el afamado PAN.
Está claro, entonces, que Carlos Pellegrini, el gringo Pellegrini como le decían, como piloto de tormentas sacó a la República Argentina de una de ellas, una de las más difíciles. Lo hizo, pues, a fuerza de muñeca. Vemos ahora a algunos que pretenden emularlo haciendo justamente lo contrario de lo que Pellegrini hizo: en lugar de conjurar la crisis, la profundizan ahondando sus rasgos más negativos. Seamos directos: la diferencia entre Pellegrini y Massa son las “efectividades conducentes”. No de aquellas efectividades a que aludía Yrigoyen sino las relativas a los logros de sus respectivas gestiones. Pellegrini sacó al país del marasmo, Massa lo interna cada día más en el mismo. Pequeña diferencia. Y lo hace con una dosis importante de irresponsabilidad y desparpajo.
El festival de anuncios que va dando diariamente el ministro de Economía a cargo de hecho de la presidencia y, a un tiempo, candidato presidencial, muestra dos cosas: que a través de esos diarios anuncios que ocupan todos los titulares periodísticos, comentarios y análisis de la misma naturaleza, ellos sirven de distractivo para que los votantes, los ciudadanos, se aturdan y confundan lo que se muestra como una salida de la tormenta cuando son, en realidad, su profundización. La cuestión es generar una sensación irresponsable de un “viva la pepa” argenta que para ojos atentos preanuncia una tormenta.
Paradójicamente, si saliera Massa victorioso en la inminente justa electoral reflejaría dos aspectos negativos: la poca monta de los candidatos contradictores, por un lado, y la consagración del modelo kirchnerista que a través del achicamiento material, intelectual y moral del país y de sus habitantes, estarían éstos dispuestos a votar a quien con supina irresponsabilidad y demagogia reparte papelitos de colores que por ese mismo juego perverso valen cada día menos. Una engañifa que nos tiene empantanados desde hace ya demasiado tiempo. No olvidemos aquello del “modelo social sin sustento económico” de Tulio Halperín Donghi, reiterado en nuestros días por Alejandro Werner en su libro “La Argentina en el Fondo” de reciente edición.
Pero, si bien Massa comprobadamente es un irresponsable fullero, como lo cataloga la propia Cristina Kirchner, su actual líder circunstancial, sus rivales muestran también sus propias costillas. En efecto, quien sacara más votos en las PASO de agosto, Javier Milei, claramente ya mostró que no tiene los patitos alineados y que no reúne las mínimas condiciones emocionales, espirituales ni intelectuales como para dirigir los destinos de una Nación de las complejidades de la nuestra. Y si bien, como lo dice Andrés Malamud, no es el causante de la crisis que nos agobia sino meramente un emergente de ella, está claro que como emergente que es condensa en sí todos los ingredientes del problema, como una especie de Aleph y, por ello mismo, sirve como un revulsivo y hasta como un vomitivo pero no sirve para ordenar un nuevo cosmos después del caos.
Si con los ingredientes de sus dos contendientes, Massa y el derrumbe económico que comanda que sus pases de magia no llegan a ocultar, y Milei, el caos personalizado, la tercera en discordia Patricia Bullrich no llega a repuntar, muestra con ello sus propias limitaciones, las personales y las derivadas del colectivo cuya candidatura detenta, Juntos por el Cambio, que no es ni tan juntos ni tanto cambio. La cuestión es que, tras una interna disparatada y desbocada, cada cual apunta para su propia conveniencia y gusto. Macri, ideólogo de esa jugada, la indujo nada más que para mostrarle a Larreta quién era el dueño de la CABA, por lo que habrá que ver si ésta queda en manos de su familia, demostrando que jugaron a la chiquita, es decir, a ser cabeza de ratón y no cola de león. Veremos qué sucede.
No está dicha, entonces, la última palabra. Comenzará a decirse el 22 del mes próximo. Espero que la suerte nos acompañe. Será, entonces, hasta la vuelta.