Por Karla Lobos

 

Durante la década de 1880, los primos hermanos Ortiz participaron de posiciones relevantes en las esferas del poder de los gobiernos provincial y nacional. Miguel Serapio fue gobernador entre 1880 y 1883. Su hermano Abel, fue elegido diputado nacional en 1882 e Ignacio siguió el mismo camino en 1887 y en 1906. Pancho, el mayor de los primos e hijo de Francisco de Paula, integró el gabinete de Julio Argentino Roca como ministro de Relaciones Exteriores desde el 5 de octubre de 1883 hasta el 12 de octubre de 1886.

La posición de “centralidad” de Pancho Ortiz en el grupo La Caldera se consolidó en ese momento. Se decía que un sujeto era “central” si estaba bien conectado con el resto de los actores del grupo y tenía un rol de intermediación importante. 

Las cartas durante este período son fundamentales para entender ese entramado de poder. Las enviadas por Mariano Zorreguieta a Victorino de la Plaza, por ejemplo. Ninguno de los dos pertenecía al grupo La Caldera, pero estaban perfectamente informados de todos los movimientos que allí se daban. Zorreguieta, tuvo más vínculos con “la contra” que con ellos, aunque su rol de “operador político” de Victorino de la Plaza lo obligaba a asumir un papel de “observador” o alcahuete de la política local. Esas cartas dejaban ver, por ejemplo, que el poder de decisión en la política local por esos años recaía en los Ortiz, y sobre todo en Pancho Ortiz. “El Dr. Sydney Tamayo logró, por fin, hacer prestigiar su candidatura por el Gobernador y demás Ortices, están preparando estos trabajos y sin embargo temen todos ellos que Ud. retenga el cargo de Diputado, y no se animan a lanzar dicha candidatura, hasta no recibir una carta que Don Pancho espera de U. En este estado se encuentra este asunto”. Pedro Sydney Tamayo Gurruchaga fue un médico y político destacado en Salta. Perteneció a un linaje de patriotas y nobles salteños. Fue gobernador interino. Intervino en la Guerra del Paraguay, pero también combatió la viruela, el tifus y la fiebre amarilla, antes de involucrarse en la política. Hijo de Don Vicente Tamayo y Arias Castellanos, también gobernador de Salta, y de Doña Virginia Gurruchaga y Silva. Con todo ese curriculum, pero sin la bendición de Pancho no llegaba ni a la esquina.

Francisco Ortiz era, en la faz privada, primo del gobernador de la provincia y también su cuñado. Y en la faz pública, el intermediario obligado del grupo familiar y del gobierno provincial con las autoridades nacionales. Y todos sabemos la importancia que tenía -y tiene- una buena relación con uno que otro ministro del gabinete nacional, para la supervivencia política de los grupos locales.

Poco se conoce sobre esta figura de la política provincial, porque su grupo familiar no fue afecto a construir una identidad y una memoria familiar. De hecho, no quedaron registros autobiográficos ni memorias realizadas por historiadores. Sólo conocemos de su trayectoria a través de la correspondencia de otros, que lo mencionaban. 

A esto se le suma que los Ortiz estuvieron gran parte de su vida lejos de Salta. En su niñez y juventud, Pancho vivió en Bolivia y en la primera década del siglo XX se radicó en Buenos Aires, luego en Santa Fe, donde fue ministro de Hacienda del gobernador Luciano Leiva en 1894, y finalmente se quedó en Córdoba, donde falleció en 1932.

Pero volvamos a la a década de 1880. Pancho Ortiz era una persona absolutamente reconocida en el escenario político de la Provincia, lo llamaban “Don Pancho”. Y en ese tiempo, decirle “Don” a alguien era indicativo de una posición de jerarquía en la sociedad salteña. El control que ejerció sobre la política provinciana de estos años y su capacidad de mando quedaron registrados en una carta escrita por Zorreguieta cuando cumplía su rol de “informante” de la situación política a Victorino de la Plaza: “Como le anuncié en mi anterior, se fue Don Pancho, y las cosas volvieron al desquicio de antes, a la postración absoluta”.

La larga y continuada carrera política de Pancho Ortiz, sumada al ejercicio de cargos nacionales representativos o ejecutivos, explican, su ubicación central en el grupo. La riqueza y las relaciones económicas del grupo familiar no fueron menos importantes.

Francisco de Paula y Serapio Ortiz, llegaron a ubicarse entre los primeros azogueros de Bolivia. La madre de Francisco Ortiz era propietaria del segundo inmueble urbano más costoso de la capital salteña. El primero era el de José de Navea, hijo del peninsular Juan, casado con una Uriburu.

Pancho prosiguió con la actividad de prestamista, que lo traia muy bien posicionado, sobre todo por el contexto económico empobrecido en el que vivían los salteños.

Modestino Pizarro, otro operador político, hizo alusión a ello cuando expuso a Miguel Juárez Celman la situación política de Salta y cuestionó el intento de Francisco Ortiz de postularse a presidente de la República: “Su amigo Francisco Ortiz, Ministro de Relaciones Exteriores, está furiosamente empeñado en su trabajo, al extremo de hacer consentir a ciertos parientes, y amigos que influenciarán su CANDIDATURA… ¡yo me supongo que esto es alguna broma! o que este buen señor pretende ser reemplazante de Risso Patrón (obispo de Salta entre 1861 y 1884). Ya comprenderá U como puede ser admitido este candidato tan bien conocido enw estos centros como un individuo interesado por sí mismo y su “desalviosa cuerda de la usura”. A los ojos de Pizarro, Ortiz sólo podía ser candidato a suceder al obispo de Salta, Rizzo Patrón.

Las actividades de prestamista de la familia eran conocidas por toda la sociedad local, de allí su influencia sobre gran parte de la gente. La situación se tornó óptima para Pancho Ortiz cuando ocupó la gerencia de la sucursal del Banco Nacional en Salta. Una vez más, el “observador” Mariano Zorreguieta, informaba a Victorino de la Plaza de estos movimiento y lo incentivaba para que siguiera idéntico camino y de esa manera, asegurar futuras adhesiones: “El Gobernador de Buenos Aires, Dr. Rocha piensa establecer, muy pronto, en Salta y otras Provincias, una sucursal del Banco Hipotecario de Buenos Aires, como U comprenderá esta es una medida política de primer orden. U sabe que el Dr. Ortiz obtuvo grandes ventajas en política con la gerencia del Banco. Es por lo tanto, necesario que U, con toda anticipación, influya, a fin de que un amigo de U ocupe la gerencia del Banco Hipotecario y que sea seguro que responda a nuestros trabajos con decisión. No olvide U este punto, para mi juicio muy importante”.

En el grupo La Caldera  y más aún, en el subgrupo de los Ortiz, los vínculos económicos tomaron una relevancia especial. Los libros de escribanos registraron lazos perdurables entre los gobernadores que integraron el grupo de La Caldera y la mayoría de las veces, tuvieron que ver con “los Ortices”.

Las sucesivas compras y ventas del balneario de Aguas Calientes, en Rosario de la Frontera (más adelante Las Termas) ilustran las relaciones existentes en el interior del grupo y dejan evidencia de que el beneficio económico formaba parte importante de sus objetivos.

Por esa época, había comenzado a difundirse el poder curativo de aquellas aguas termales y las tierras de las cuales fluyen. Eran propiedad de la familia Figueroa, que en 1857 donó el terreno para que se edifique la parroquia, la casa parroquial y el enterratorio. Dos décadas después Melchora Figueroa vendió las mencionadas termas a Moisés Oliva, Alejandro Cornejo y Eugenio Figueroa por 80.000 pesos de moneda nacional.

En 1888, se sumó a los “buenos negocios” otro gobernador del grupo La Caldera, Miguel Serapio Ortiz, quien compró a Moisés Oliva una tercera parte de su parte. Los testigos del acto ante la escribanía fueron: Eliseo Outes y Ángel Quiroz. 

Dos años después, Ortiz revendió su parte a Martín Gabriel Güemes, otro gobernador del grupo, quien pagó siete veces más por el valor de esa parte. 

Pero no todas las transacciones entre gobernadores del grupo La Caldera persiguieron el beneficio económico. La donación entró en juego en el vínculo establecido entre Juan Solá y Miguel Serapio Ortiz. 

En 1890, Fernando Solá, hijo del ex gobernador Juan Solá, recibió por transferencia de Miguel Ortiz las tierras de Río Blanco, en el departamento de Rosario de Lerma, las que años antes habían sido donadas por su padre a quien ahora se las traspasaba.

Empezó el nuevo siglo y los buenos negocios del grupo La Caldera, continuaron. Francisco hizo sociedad con el ex gobernador y entonces senador nacional, Antonino Díaz, para comprar la finca de San Francisco en la zona sur, cercana a la ciudad. Fue una excelente transacción comercial tanto por la calidad y ubicación de las tierras, como por la forma de pago, a través de una muy conveniente hipoteca del Banco Provincial de Salta, entidad que había convocado el remate.

Los objetivos de la red de poder no se agotaban en la política sino que perseguían también beneficios económicos, eso estaba claro.  

La escritura realizada por Candelaria Ortiz, hija de Pancho, en 1894, una vez fallecida su madre (Mercedes Ortiz), muestra indicios del capital acumulado en bienes raíces y acciones por esta parte de la familia Ortiz. El documento mencionado se firmó por 220.000 pesos, la mitad del presupuesto provincial para ese año, 449.387 pesos. 

La mayoría de los miembros del grupo La Caldera, agotaba sus intereses en la ocupación de algún cargo público que les asegurara un ingreso permanente en medio de una economía provincial alicaída, y les abriera la posibilidad de acumular algún beneficio. 

Una carta de Abraham Echazú a Victorino de la Plaza da cuenta de esto: “Dr. Plaza a mi vez, lo voy a molestar. Mi tío Marco le había antes escrito porque se empeñó en que me nombrasen profesor en este Colegio Nacional de una Cátedra que desempeña el Dr. Ibarguren y que, según informes debía renuncia por una ley últimamente dictada prohibiendo la acumulación de empleos nacionales”.

En Salta, como en toda la Argentina de comienzos de siglo XX, sólo un puñado de familias pudo alcanzar ciertos niveles de riqueza e involucrarse en la política nacional, mientras que la gran mayoría necesitó de los empleos del Estado para sobrevivir inmersos en una economía provincial aislada del desarrollo de la Pampa húmeda.

Desde el sector opuesto, pero no por eso mebos importante, estaban los Uriburu, con idénticas consideraciones, aunque en el caso de ellos, lograron incorporarse exitosamente a la economía, a la política y a la sociedad porteña. Esto tuvo que ver con un rasgo diferente del grupo La Caldera, eran un grupo monofamiliar, a punto tal que durante más de un siglo sus integrantes fueron identificados por el resto de la elite salteña como “los Uriburu”. Ellos apostaron a la construcción de una comunidad política en la cual Buenos Aires cumpliera un papel rector. Por eso, el apoyo a Juan Manuel de Rosas, primero, y a Bartolomé Mitre, después, profundizando las diferencias con La Caldera. Esta apuesta, fue el resultado de las múltiples estrategias desplegadas por los actores de la red para mantenerse en la gran trama de la política nacional, siempre en relación con la política provincial.

No olvidemos que después de la fracasada “Revolución de los Uriburu” pasaron más de treinta de años para que otro miembro de la familia del apellido con U lograra posicionarse como gobernador de la provincia.

Durante los 80 y 90, su influencia en Salta fue casi nula, aunque se hicieron sentir en el lanzamiento de la campaña presidencial. El ascendiente político de los Uriburu se hizo ver en Jujuy y Tucumán.

En 1885, el general Napoleón Uriburu Arenales compartió con José Posse la presidencia honoraria de la Comisión Central Rochista de Tucumán. Clodomiro Moreno lo mostraba asi en 1882: “Acá los oligarcas (los Uriburu) trabajan como también en Jujuy para poner Gobierno a su antojo y respondiendo estos a la Candidatura de Rocha…”.

Casi al mismo tiempo, Francisco Alsina, dueño de la imprenta del diario La Reforma, advertía que los brazos de esta “red” no se agotaban en Salta, Jujuy o Tucumán sino que se prolongaban a la propia capital de la República, con cargos importantes dentro de los gobiernos de Buenos Aires y de la Nación: “La gente con que cuenta Rocha en esta son los Uriburu y se dice con mucho fundamento que los trabajos se organizan por los amigos y parientes de Buenos Aires entre los que se cuentan el Ministro Francisco Uriburu y á Zorrilla…”.

Así como en el grupo de La Caldera fueron importantes las cartas dirigidas a Victorino de la Plaza, Miguel Juárez Celman y a Julio Argentino Roca, la correspondencia enviada a Dardo Rocha cuando éste era candidato a presidente resulta de especial interés al abordar el entramado de los Uriburu y su estructura.

Los Rocha y los Uriburu tuvieron en común el apoyo a Rivadavia, la adhesión a las tendencias centralistas y el convencimiento de que Buenos Aires debía ser la rectora de la comunidad política que comenzaba a tomar forma. Juan José Rosendo Rocha, padre del futuro gobernador de Buenos Aires, después de combatir en la guerra del Brasil en 1828, se sumó a la sublevación del general Juan Lavalle contra el gobernador bonaerense Manuel Dorrego. El triunfo y la consolidación de Rosas en el poder lo obligaron a permanecer durante ocho años exiliado en Montevideo. En este punto las trayectorias seguidas por ambas familias divergieron, ya que Evaristo Uriburu, tras un corto exilio a Bolivia, cambio sus :simpatías” a Rosas.  

La adhesión a Bartolomé Mitre fue otro trazo del pasado histórico argentino que compartieron los Uriburu y Dardo Rocha, quien entre otras cosas, fundó la ciudad de La Plata. A los 21 años, Dardo Rocha se alistó en las filas “mitristas” y participó de las batallas de Cepeda y Pavón. Su carrera política se inició en el Club Libertad, expresión del naciente “alsinismo”, que a partir de 1862 adoptó el nombre de “autonomismo” frente al “nacionalismo” propiciado por Mitre. Del Club Libertad participó también Francisco Uriburu, hijo del menor de los hermanos Uriburu, Casimiro, y de Mercedes Patrón Escobar.

En 1868, los trayectos políticos de los Uriburu y Dardo Rocha volvieron a encontrarse cuando los primos hermanos Francisco, José Evaristo y Napoleón Uriburu, apoyaron a la fórmula presidencial Sarmiento-Alsina, en dirección opuesta al grupo La Caldera.  

Entre 1871 y 1873, Francisco Uriburu se radicó en Buenos Aires y se desempeñó como apoderado de la Provincia, mientras Delfín Leguizamón gobernaba Salta. También disputó con Luis Sáenz Peña, Eduardo Wilde y Carlos Pellegrini una banca en la Cámara de Diputados de Buenos Aires, pero su actuación parlamentaria se inició recién al año siguiente cuando fue elegido diputado nacional por Salta junto a Ramón Zuviría y Rafael Ruiz de los Llanos. 

El 2 de septiembre de 1877, se convirtió en representante de Buenos Aires en su Legislatura tras imponerse con el efímero partido republicano a Torcuato de Alvear, abuelo de quien se convertiría décadas más tarde en su nuera, Teodolina Lezica.

Cualquier semejanza con la realidad actual, es mera coincidencia…