Un informe da cuenta de cómo se disparó el consumo de alcohol. En adolescentes el aumento fue del 42 al 60,5% en sólo siete años. Según especialistas, los excesos en viviendas de familia por parte de menores llegaron a nivel de epidemia.
El diario La Nación publica hoy un artículo que para introducirnos en el problema relata que el ritual de bebidas comienza con la preparación para la euforia, el estado «necesario» para después entrar al boliche o a la fiesta y que consiste en conseguir una «casa autorizada» o «amigable» donde los padres digan algo así como «yo no les proveo el alcohol, pero sé que van a traer».
“Los adultos dejan la zona liberada. Se van el fin de semana, o salen a comer o al cine, o se quedan encerrados en el cuarto bajo la pena de ser castigados por los adolescentes con caras de pocos amigos”, precisa la nota que aclara que ese es el contexto por el cual en siete años, la cantidad de menores de edad que comsume alcohol aumentó de manera preocupante. Según la Sedronar, en 2010 el 42% de los chicos lo había consumido; en 2017, subió al 60,5%.
Los «pres», un atajo para referirse a «preboliches» o «previas», empezaron a ponerse de moda entre los mayores de 18 para evitar consumir alcohol dentro de las discotecas. «Con lo que sale un trago en un local, te comprás una botella de vodka», dice alguno de los adolescentes entrevistados.
Un documento reciente de la Universidad Católica Argentina, llamado «Adicciones y vulnerabilidad social», advierte que las «previas» son un factor de riesgo para los jóvenes y más aún para los menores. Los resultados de una encuesta de esa institución muestran cómo la problemática se incrementa en los jóvenes mayores de edad de todo el país: el 78,9% de los participantes tuvo al menos un episodio de consumo excesivo en los últimos 30 días, y el 31,7% indicó consumir de manera excesiva al menos una vez a la semana. Las previas, según la UCA, facilitan este consumo riesgoso.
La preparación
Puertas adentro, a la hora señalada, empiezan a llegar los chicos con botellas o con «plata para las pizzas» que les pidieron a los padres, pero que tendrá otro destino a través de alguna app que les garantice el delivery. En general, los chicos tienen una premisa: consumir «para volcar». Y para eso están los juegos que enseguida empiezan.
«En las previas se da una competencia para ver quién toma más. Quién se banca tomar de una un vaso de alcohol puro o alguna mezcla rara. Y muchos no terminan bien», relata Jacinta, otra de las adolescentes entrevistadas por La Nación. A la hora de irse de la previa, algunos se sienten muy mal y vomitan o «caldean», según su propia jerga, una o más veces. Al llegar al lugar donde van a concurrir, hay quienes pasan el control de seguridad. Pero otros se quedan fuera de juego, alcoholizados en la puerta porque no los dejan entrar.
Datos y estadísticas
Desde el Observatorio Argentino de Drogas detectaron que a partir de los 12 años existe un mayor consumo de cerveza, mientras que el de bebidas fuertes o tragos con más graduación alcohólica es mayor entre adolescentes y jóvenes. En el último mes de la encuesta realizada en 2010 había un 21,4% de la población de 12 a 17 que años consumía alcohol regularmente. El último mes de la encuesta de este año se registró un fuerte incremento: llegó al 34,7%.
Pero además genera alarma entre los especialistas que el porcentaje de esta población de 12 a 17 años con consumo perjudicial y de riesgo se duplicó: pasó del 11,9% en 2010 al 23,2% en 2017. La edad de inicio es a los 13 años y medio, mientras que las generaciones mayores declararon una edad de inicio entre los 19 y los 20 años.
«Más o menos la mitad de la clase de 30 van a los pres. De ellos, un 50% vuelca siempre, y el otro 50% a veces, o se cuida más», dice Ramiro J., de 15 años. Si los menores ven, según cuenta Ramiro, a un amigo o amiga «roto», o casi desmayado, tratarán de ayudarlo dándole agua, por ejemplo. Solamente en situaciones que consideren extremas llamarán al dueño de casa (si es que está) o a un hermano mayor. «Si llamamos a los padres no lo van a dejar salir más», explica.
«Algunos padres saben que los chicos toman, pero creo que no se imaginan hasta qué estado de ebriedad llegan -dice Tobi Schleicher, de 18 años-. Otros creen que no toman o que el consumo es muy poco. Depositan toda la confianza en sus hijos, pero si la mayoría de los chicos dijera la verdad no sé si les gustaría».
En la franja de los 12 a los 17 años se duplicó el consumo de alcohol en los últimos 7 años. «Sólo en el último año hay cerca de 2.300.000 nuevos consumidores de alcohol de los cuales 319.000 son menores», dice Roberto Moro, titular de Sedronar.
«Los menores no deben consumir alcohol. La ley 24.788 es clara y de ella se infiere que el consumo debe ser a partir de los 18 años, aunque muchos especialistas advierten que debería ser mínimo hasta los 21», explica. Agrega que «los empresarios han ido entendiendo y cambiando, y tienen más controles para que no les cierren el local, pero los padres no comprenden todavía la gravedad del problema».
Para los que no quieren tomar, o son muy moderados, les es difícil decir que no. «Tomar es voluntario, pero no tanto -cuenta Tobi-. En todo grupo está el que no le gusta, o se rehúsa, pero se lo presiona».
Consumir para volcar
En la Argentina hubo un cambio en la manera de consumir alcohol en los últimos 20 años. Se pasó de uno mediterráneo, o pausado, donde el que se excedía pasaba de «gracioso» por un rato a «pesado», a uno anglosajón: más cantidad de alcohol en poco tiempo. «Los adolescentes consumen para caer en la intoxicación rápidamente. La mitad de los chicos que consumen alcohol lo hace en forma abusiva, es decir, cinco o más vasos», dice Verónica Brasesco, directora nacional del Observatorio Argentino de Drogas, que declara que el abuso de alcohol en general y en especial en la franja de los más chicos tiene un «estado epidémico». ¿Por qué volcar? «Porque descontrol y diversión están equiparados -dice-. El gran, enorme, desafío es romper con este consenso tácito o cómo revertimos el imaginario que sostiene esta conducta».
Los padres «cuida», que buscan a los chicos, «somos siempre los mismos», se queja Gonzalo, padre de un adolescente. También pasa por un debate interno cuando se le suben al auto muchos menores que no estaban inicialmente incluídos en el recorrido. «Van amontonados atrás, sin cinturón por supuesto, y me da no se qué dejarlos, pero siempre pienso, si me pasa algo en el auto, si llego a chocar…»
«Hay una renuncia al ejercicio de la paternidad y la maternidad a partir de que el chico entra en la adolescencia», dice Verónica Brasesco. «Se da un gran cuidado de los bebes y niños más chicos, pero un abandono y una resignación total cuando entran en la adolescencia. Existe un sentimiento de que no se puede hacer nada».