La desaparición del submarino ARA San Juan evidenció un férreo control de qué se dice y quién lo dice con el objetivo de evitar cometer errores. La trastienda de la conferencia de prensa de Macri.
Parece que fue una eternidad, pero las elecciones que el Gobierno ganó en forma contundente fueron hace 35 días, el 22 de octubre. Y aún no se cumplió el mes de la convocatoria de Mauricio Macri a los «Consensos Básicos», la propuesta de reformas que el Presidente pretende que sean la base de la Argentina del siglo XXI, un país integrado al mundo, con crecimiento genuino y sustentable, que tenga la posibilidad de derrotar la pobreza y recuperar el sueño del ascenso social.
Esa agenda, hoy, está invisibilizada. Que Cambiemos es una primera minoría con un manejo potente de los recursos reales y simbólicos de la gestión ya no lo discute nadie. Cada actor económico o político sabe que en la Casa Rosada hay un líder que no le teme al ejercicio del poder y que, lejos de conformarse con gobernar en cinco provincias, va por más, también por la reelección en el 2019. Tanto es así que, en los corrillos de la política, se instaló la discusión en torno a su heredero (o heredera).
Pero la realidad siempre es más rica que los planes y lo excepcional se presenta en toda su magnitud, de un modo que se hace imposible ignorarlo. Es lo que los estructuralistas franceses conceptualizan como el «acontecimiento», un hecho impredecible que marca una ruptura, un antes y después, un suceso de un nivel intermedio entre la coyuntura y la larga duración histórica, algo contingente que puede alterar para siempre el devenir esperado en un momento dado, que es imposible de ver antes de su irrupción.
Rosendo Fraga sintetiza magníficamente algo que denomina «lo inesperado en política», un concepto sobre el que suele alertar en forma insistente en sus ponencias, propias de un analista experimentado y con visión histórica. Para que eso «inesperado» se convierta en «acontecimiento», el suceso tiene que pasar por el filtro de la historia, reconfigurar el futuro, construir un sendero no previsto en el presente.
En medio de la campaña, a días de la primera vuelta que fue el 13 de agosto, desapareció Santiago Maldonado. Desde el primer día, el Gobierno siguió el caso con especial preocupación, analizando las repercusiones de los medios. El jefe de Gabinete, Marcos Peña, suele recordar que durante quince días ningún periodista le había preguntado del caso, salvo un cronista de la agencia Télam, y en off.
A los responsables de la comunicación oficial les preocupaba la convicción con la que los medios K definían la situación de Maldonado como «desaparición forzada, seguida de muerte». No terminaban de entender todo el escenario, pero les quedaba claro que había un intento de politizar el caso y de llevar agua para el molino de la candidata a senadora Cristina Kirchner.
Eran tiempos complejos. En plena campaña, Patricia Bullrich se negaba a tomar la medida «preventiva» de separar a los gendarmes que participaron del operativo y el Presidente le sostenía en su posición, para disgusto de buena parte del Gabinete, incluso de funcionarios de la Provincia de Buenos Aires, que no entendían cuál era la razón de arriesgar todo, por tan poco: la empatía que el Gobierno había construido con las fuerzas de seguridad, después de años de demonización. Para colmo, la Ministro insistía en hablar e ir a defenderse a programas de alto rating, a explicar por qué y cómo, mientras recibía el ataque persistente de la opinión pública filoK, que no escatimó altas dosis de bullyingcontra la funcionaria.
El caso Maldonado fue un suceso inesperado, pero no se transformó en «acontecimiento». Por otro lado, el Gobierno aprendió de la experiencia y por eso no quiere más ministros hablando con periodistas en medio de una crisis. «Tenemos que ser muy estrictos, no podemos permitir que cada uno salga sin la suficiente preparación a decir cosas para la que no está preparado», dijo a Infobaeun funcionario clave del área. ¿»Si está el capitán (Enrique) Balbi, que es un profesional de la comunicación, por qué vamos a arriesgarnos a dinamitar la escena mediática con cualquier otro?», agregó.
«El otro», claro, es el ministro Oscar Aguad, un cordobés que parece haber creído que le alcanzaba que le dijeran «el milico» (es un ex liceísta) para hacerse cargo del Ministerio de Defensa, un hombre que no terminó de comprender sus obligaciones en el Ministerio de Comunicación cuando lo pasaron a un área que no formaba parte de las prioridades del Gobierno (no puede captar inversiones, sino que siempre supone gastos) y que -se presumía- no iba a generar problemas.
Ahora lo terminó aceptando, pero cuando Macri se enteró del problema no podía creerlo. No solo le resultó difícil de tolerar pensar en 44 tripulantes encerrados (no hay que olvidar su secuestro), sino que se dio cuenta inmediatamente que no era posible esperar ninguna buena noticia a partir de la constatación de que, 48 horas después, el submarino no había emergido para comunicarse.
A partir de entonces, el equipo de comunicación del Gobierno implementó dos acciones específicas. Por un lado, poner un vocero para atender a los periodistas a diario y, por el otro, evitar cualquier error que pueda generar nuevos problemas y profundicen la crisis.
Así fue que se encontraron con el capitán Balbi, un hombre que no solo es submarinista que navegó en el ARA San Juan, sino que tiene capacitación específica en comunicación, incluso una maestría en la Universidad Austral, y también adiestramiento en la atención a la prensa, ya que durante la desaparición del velero Tunante, aunque la Armada no tenía nada que ver, colaboró activamente en su búsqueda. Santo remedio.
El problema es que el Presidente, a toda costa, quería hablar. No le alcanzó con algún comentario que hizo en un evento, o cuando recorrió una escuela en Nogoyá, La Rioja. Quería enfrentar a los periodistas, hacer una conferencia de prensa. Tanto insistió que, sus asesores, negociaron con él hacer solo una declaración a la prensa, «no arriesgarse» a las preguntas periodísticas. Y así fue.
Desde la residencia presidencial de Olivos se trasladó en su helicóptero hasta el edificio Libertad que tanto le gusta, al que debe haber observado muchas veces desde afuera cuando era Jefe de Gobierno de la Ciudad, esa altiva construcción que empezó a erigirse en 1947, pero solo se habilitó en 1964, con el gobierno de Arturo Illia. Era la segunda vez que lo hacía. Después de todo, es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas según la Constitución Nacional, por lo que volvió a pedir explicaciones. Luego pronunció una breve declaración ante la opinión pública, a través de los medios que allí esperaban.
No habló por cadena nacional, para diferenciarse de su antecesora en el cargo. Tampoco aceptó preguntas, ni dio reportajes, para evitar equivocarse. Es muy consciente de la crisis que late. Dos enormes tragedias previas (Cromañón y Once), que él vio cómo se desataban, conmovieron la gobernabilidad de Aníbal Ibarra, primero, y de Cristina Kirchner, después.
Las circunstancias, por cierto, son muy distintas. No solo por los niveles de credibilidad y respaldo que tienen el Presidente y su Gobierno en estos momentos, también porque es una gestión a la que se le podrán criticar muchos aspectos, menos que niegue la realidad o invente enemigos donde solo hay problemas a resolver.
Entonces, por ahora, Aguad no va a hablar. «Seguramente lo hará más adelante, pero ahora no es necesario», dijo un vocero. Mejor curarse en salud que arriesgarse al fango de los errores que exigen nuevas explicaciones. Gobernar, finalmente, es principalmente comunicar.
Fuente: Infobae