Sergio Pujol habla sobre el Cuchi Leguizamón. En esta entrevista, el prestigioso historiador y crítico musical asegura que si bien el salteño tiene más presencia que Yupanqui en el cancionero folclórico, gran parte de su obra aún debe ser descubierta. (Federico Anzardi)
Después de los libros sobre Atahualpa Yupanqui, Enrique Santos Discépolo, Oscar Alemán, María Elena Walsh, entre otros trabajos sobre la música popular de nuestro país, es lógico preguntarse cuándo será el momento en que Sergio Pujol escriba sobre el Cuchi Leguizamón.
“Siento que es un trabajo que tendría que hacer un salteño. Porque implica meterse en la cultura de Salta, en la idiosincrasia salteña. Pero no lo descarto, es un tema muy atractivo. Es un desafío interesante que me intimida un poco. También estaba intimidado antes de escribir la biografía de Yupanqui y finalmente me mandé, así que vamos a ver qué pasa”, responde Pujol, historiador, periodista y crítico musical, una de las voces más prestigiosas y autorizadas en la materia en nuestro país.
Pujol, que nació en La Plata en 1959, no necesita ser salteño para hablar sobre la obra del Cuchi con la seguridad de los que tienen muy analizado el asunto. En pocos minutos desmenuza a un artista que, considera, se destaca más que el propio Atahualpa en el cancionero popular y de todas maneras no fue estudiado en su totalidad.
“Es un compositor que tiene una gran presencia en el cancionero de los intérpretes folclóricos. Me atrevería a decir que más que Yupanqui. Está por todos lados, en todas las generaciones. Hace poco escuché versiones muy lindas por Martín Robbio, que es un pianista de jazz. Es un compositor maravilloso y siempre lo estamos revisitando y encontrando otras cosas”, opina Pujol, y agrega a la lista de intérpretes a Juan Falú con Liliana Herrero, Lorena Astudillo y Guillermo Klein. Por supuesto, se destaca el Dúo Salteño, porque “es el que estuvo más cerca de él, por lo tanto, tenían la idea de cómo debía interpretarse su música”.
Pujol cree que esa idea no es autoritaria sino que da mucha libertad. Y eso se debe a que ve en el Cuchi a “una especie de compositor puro que uno puede pensarlo separadamente de la interpretación”. “Ahí hay una cosa muy loca y original -dice-, porque suele decirse que en la música popular la interpretación termina de darle sentido a la composición. El músico popular no es aquel que escribe una partitura para otros sino que es el que se hace cargo de lo que compuso. El Cuchi sería una excepción a esa regla. Y eso le da mucha libertad a las interpretaciones porque uno no está pegado a una versión canónica, como sí sucede con la obra de Piazzolla. Al Cuchi lo desconocemos prácticamente como intérprete, entonces los artistas que se han acercado a su obra se han sentido libres de hacer las modificaciones que se les ocurra. Es un creador que invita a la libertad de la improvisación y por eso ha tenido tanto éxito y un recorrido tan extenso más allá del folclore. Es un gran convite a la experimentación, la música del Cuchi”.
Pujol reeditó este año su monumental biografía sobre Enrique Santos Discépolo y está en pleno proceso de escritura de un libro que aparecerá el año que viene y se llamará El año de Artaud, una investigación sobre la relación entre rock, política y juventud en 1973. Hace siete años publicó Canciones argentinas, un compilado de breves ensayos donde analizó diferentes piezas musicales muy ligadas a lo más íntimo y popular del país. El Cuchi era uno de los autores.
La música del Cuchi, para Pujol, tiene “una concepción del silencio y de las pausas” que le recuerdan a algunos pianistas de jazz. “Hay algo monkiano (por Thelonious Monk) en la música del Cuchi. Hay una idea económica de la música. La obra del Cuchi es muy compleja pero no virtuosa en términos de interpretación. Es una obra muy fiel a determinadas ideas. Las secuencias armónicas son más o menos las mismas en buena parte de su repertorio. En ese sentido no hay una idea de progreso en su misma obra. Uno escucha cosas de la primera época y cosas tardías y no ve saltos cualitativos demasiado grandes. Es como que si él hubiera descubierto su universo musical siendo joven y sigue dando vueltas en ese universo, no lo expande demasiado. No lo digo como crítica sino como un rasgo de su identidad musical”, explica.
Además, considera que la obra de Leguizamón, que en septiembre próximo hubiera cumplido 100 años, es mucho más extensa de lo que uno piensa. “Él, evidentemente, no hizo mucho para ponerla en valor. Eso es un gran desafío para los intérpretes y los investigadores. Me parece que todavía queda mucho por explorar. En gran medida sigue siendo un desconocido. Es un grande de la música argentina pero hay un montón de aspectos de su vida y de su obra que no han tenido difusión”.
“Una cosa muy sorprendente en el Cuchi Leguizamón es el modo de composición y la relación autoral que tuvo, principalmente, aunque no únicamente, con Manuel Castilla. Al mismo tiempo, él era un compositor puro, en el sentido que más allá de algunas actuaciones y de los pocos discos que hay de él, no estaba atado a las exigencias de la vida profesional de un músico que sale a interpretar públicamente su obra. Eso le permitió un trabajo mucho más concentrado de acuerdo a sus propios ritmos creativos, que estaban completamente fuera del circuito comercial. El podía pasar varios años sin componer”, agrega, y dice que “lo que uno observa en su obra es un trabajo muy fino en la articulación de la música. Hay un costado en esa relación que es formidable y bastante inusual. No siempre este tipo de colaboración da resultados tan acabados”.
Pujol considera que el Cuchi continuó una línea y la condimentó con sus propias inquietudes: “Hay una inquietud armónica en la obra del Cuchi que consiste en volcar del modo más espontáneo y natural posible sus conocimientos, tantos del ámbito de la música académica (él era un gran admirador de Erik Satie, de Arnold Schöenberg y de otros grandes compositores de fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX), más la influencia del jazz, especialmente de Duke Ellington, que es una influencia que está bastante en su obra. Eso lo condensa en las formas folclóricas de una manera que no es disruptiva. Su primera composición, ‘Llorare’, es más una recopilación que una obra original. Siempre hay en él una puerta abierta a la tradición. En su música hay gestos modernistas: las tensiones armónicas, los acordes que utiliza, ciertas cuestiones del fraseo, de la acentuación de la frase de la canción. Pero esos gestos se metabolizan rápidamente, como si fueran elementos naturales al entorno del folclore. Y en ese sentido digo que su poética musical no es disruptiva. No es exactamente vanguardista sino busca más bien un efecto de continuidad histórica, como si habláramos de una especie de tradición ampliada. Por supuesto, la música de Cuchi Leguizamón ha encontrado adeptos y detractores, pero no hubo una polarización tan fuerte como la que generó Piazzolla. No hay un cisma del Cuchi Leguizamón como hay un cisma piazzolliano. Y eso me parece que es un dato interesante que lo recoloca en la tradición del folclore. Es muy difícil encontrar a alguien que cuestione la pertenencia o la identidad folclórica del Cuchi como sí hubo gente que cuestionó la identidad tanguera de Piazzolla. Él logró surfear esa brecha con mucha elegancia y al mismo tiempo dando pruebas de su amor por Salta, permaneciendo tantos años allí y formando parte del folclore salteño. Él era una figura folclórica, formaba parte del paisaje salteño”.
Para Pujol, tener en cuenta que el Cuchi componía desde el piano es un elemento muy importante a la hora de analizar su obra: “Si bien hay muchos intérpretes de piano, no hay tantos compositores desde el piano. Ariel Ramírez, Waldo de los Ríos y no muchos más. Después hay pianistas ejecutantes, arregladores e improvisadores. Que compusiera desde el piano le da a la música del Cuchi una profundidad armónica y de sonido que quizás no han tenido los compositores que han creado a partir de la guitarra, que son mayoría”.
El famoso concierto de las campanas que organizó el Cuchi el 20 de febrero de 1963, utilizando los campanarios de las iglesias céntricas de Salta, representa la idea de la música como patrimonio de la ciudad, que la música está en el aire. Para Pujol, “es una idea muy folclórica. Es casi un gesto contracultural que lo diferencia claramente de muchos otros artistas argentinos dentro y fuera del folclore”.