Elio Daniel Rodríguez
Entre los radicales que se complacen en ser absolutamente funcionales al gobierno de Javier Milei hasta en las más descabelladas circunstancias, y los que directamente saltan del barco y se enrolan en las filas del oficialismo, abandonándolo ante la idea de que no les servirá para llegar a la orilla de una nueva candidatura, buena parte del radicalismo está brindando a la sociedad un lamentable espectáculo.
Las últimas noticias, enmarcadas en un casi increíble escándalo –utilizo la palabra “casi” porque prácticamente nada de Milei puede ser increíble– deben llamarnos a la reflexión profunda acerca del mensaje que le estamos dando a los argentinos.
¿Cómo puede ser que un presidente de la Nación, que recomienda una criptomoneda que a las pocas horas termina con pérdidas cuantiosas para decenas de miles de personas e impresionantes ganancias para unas pocas, salga a decir luego, en una demasiado insolvente justificación –además, editada, interrumpida, arreglada con el periodista y motivo de otro escándalo–, que nadie que vaya al casino y pierda la plata se puede quejar o que el caso es como el del que va, “juega a la ruleta rusa y le tocó la bala”? Es insólito, pero es lo que dijo un presidente que, como mínimo, evidentemente no está a la altura del alto compromiso en el que lo colocó el voto de la ciudadanía.
El deterioro que sufre la primera magistratura de nuestro país en manos del actual presidente es alarmante. Porque, además de todo lo que ya hemos visto, resulta ser que ahora Javier Milei agrade su propia investidura al recomendar un negocio que, según sus propias palabras, es equiparable a ir al casino y arriesgarse a perderlo todo o a “jugar” a la ruleta rusa.
En el Senado de la Nación, seis senadores del bloque de la UCR, que habían votado sobre tablas el tratamiento de un proyecto tendiente a la creación de una comisión investigadora de la mega estafa de las criptomonedas, que involucra al propio presidente, luego votaron en contra, rechazando la iniciativa.
El caso del senador por Corrientes y presidente del bloque radical en el Senado, Eduardo Vischi, es paradigmático. Acompañó con su firma el pedido para el tratamiento de un proyecto tendiente a la creación de la comisión investigadora presentado por el legislador de su bancada, Pablo Blanco, pero al momento de votar la iniciativa lo hizo en contra.
Mientras la onda expansiva de la bomba escandalosa de las criptomonedas y las recomendaciones de Milei se iba esparciendo por la Argentina y el mundo, en Salta la concejal Laura Jorge Saravia anunciaba su pase a La Libertad Avanza. Pero no se trata solamente de falta de sentido de la oportunidad. El radicalismo, y que lo sepan también los Rodrigo de Loredo de la vida, no tiene nada que ver con Milei ni con La Libertad Avanza ni con la destrucción de Estado ni con el sálvese quien pueda. El radicalismo es –y debería seguir siéndolo– el partido de la solidaridad, del bien común, de la educación, del progreso y de la sensibilidad social.
Sin embargo, aunque no parece razonable migrar desde el radicalismo hacia un espacio político ubicado en las antípodas de su pensamiento, como lo es la Libertad Avanza, también debe decirse que los motivos esgrimidos por Jorge Saravia, entre ellos “falta de dialogo” y “destrato”, deben ser tenidos en cuenta.
En Salta, las autoridades del partido, posicionadas en sus cargos en el marco de un proceso interno muy cuestionable, hace mucho que no brindan ningún lugar ni espacio para el debate y el encuentro de ideas a una inmensa cantidad de sus afiliados y ahora nuevamente han cerrado las puertas de la democracia partidaria reemplazándola por una metodología arbitraria para la confección de las listas de candidatos. Entonces, quienes se encuentren cerca del calor del poder partidario, y permanezcan sumisos y obedientes, podrían acceder a un lugar en las listas. A los díscolos se les reservará el desierto, porque no habrá voto de los afilados, que en definitiva son el alma del partido, que los rescate de la postración y el olvido. Y sin democracia partidaria se resiente la democracia en general. Porque no se puede luchar afuera de los partidos por lo que no se construye puertas adentro de ellos.