Para el romerismo antes y el urtubeicismo hoy, los conflictos docentes representan un drama político crucial. La razón puede sintetizarse con facilidad: la docencia se ha convertido en la fuerza social capaz de vetar las políticas salariales que esos gobiernos pretendían imponer al conjunto de los asalariados. (Daniel Avalos)
Es cierto, no siempre esa docencia pudo arrancar a esos gobiernos todo lo que exigía. Pero no es menos cierto que por esa situación, que los gobiernos disfrazaron y disfrazan de victorias parciales, estos debieron pagar un costo excesivo: un tipo de inestabilidad que los debilita ante la opinión pública y, a su vez, abren fisuras en el aglomerado de facciones políticas dominantes. Facciones políticas dominantes que empiezan a preguntarse si es ese gobierno, hoy el de Urtubey, es el que debe darle dirección ideológica y política al conjunto del conglomerado. Lo de la inestabilidad es un problema social. Las fisuras en el bloque dominante es un problema político. La combinación de lo uno y lo otro es explosiva para las pretensiones de semiperpetuidad a la que suelen aspirar los gobernantes. En el 2007, marcó el fin electoral del romerismo. Sobre lo que ocurrirá en el 2015 con Urtubey aún no lo sabemos, pero indudablemente ahora ese futuro cercano está en debate. Debate no en el sentido de enunciados contrapuestos, sino de acuerdos de cúpulas que parecían resueltas a favor de Urtubey hasta hace unos meses y ahora se muestran como irresueltas.
Pero volvamos a sumergirnos en los docentes. Preguntémonos por qué ese sector aparece recurrentemente como el capaz de vetar iniciativas gubernamentales. Realizada la pregunta, ensayemos las respuestas. Y para ello reparemos, primero, en una variable de tipo objetivo: los docentes son muchos. Se trata de miles de trabajadores que comparten experiencias cotidianas en los poco más de 1.400 establecimientos educativos existentes en la provincia, cifra que convierte al sector en una fuerza considerable. Pero eso solo no lo explica todo. Hay que sumarle a esa condición real, variables de otro tipo. Por ejemplo la intransigencia de un gobierno cuyo gabinete sabe poco de las lógicas de la política. Que no entiende que la aplicación de medidas requiere de interlocutores válidos con los que se deben abrir canales de negociación, con el objetivo de que todos, cediendo un poco, puedan encauzar las cosas hacia un lugar determinado. Una carencia gubernamental absolutamente lógica en una gestión que le ha dado el control de la cosa pública a tecnócratas desvinculados de la vida de los hombres y mujeres comunes y corrientes; o a sujetos que, proviniendo de un patriciado local, aún creen que el orden social debe responder a un ordenamiento de casta en donde a algunos, por haber nacido en un determinado lugar, les corresponde mandar y al resto obedecer. Un gobierno, en definitiva, que, tras razonamientos tan elementales como el de creer que disciplinando al sector más fuerte se disciplina al conjunto, termina recurriendo a la burocracia sindical eternamente subordinada y atravesada por los acuerdos con el poder al que le pide garantías de continuidad, a cambio de poner al servicio de ese gobierno la representación gremial que dice ostentar.
Y acá llegamos al lugar al que estas líneas querían llegar. Y es que en esta variable sindical radica, fundamentalmente, la característica central de la lucha docente y la razón de existir de una modalidad a la que ya todos denominan “docentes autoconvocados”. Son estos los que enfrentaron a Romero y son estos los que arrinconan a Urtubey. Una masa de docentes que rebelándose contra el burócrata convencido de que el mundo puede cambiar infinitamente pero no el lugar que ellos ocupan en ese mundo, ha denigrado la lucha sindical al papeleo jurídico y el trámite administrativo.
El autoconvocado es la antítesis de eso. Son los que, presionados por las situaciones económicas y la humillación gubernamental, rompen los límites de la formalidad sindical y se enfrentan cuerpo a cuerpo con el gobierno. Se trata esto de un fenómeno que trasciende al docente autoconvocado salteño y alcanza a muchos otros, aunque una particularidad atraviesa a ese docente salteño: en los conflictos gremiales que protagonizaron con Romero y ahora con Urtubey, siempre se parecieron mucho a esos personajes literarios del genial Osvaldo Soriano. Personajes que en los reveses se engrandecen moralmente; dueños de un tipo de coraje entendido no como exhibicionismo ni alarde físico, sino como esa discreta capacidad para soportar la adversidad; y personajes que, en medio de sucesos que parecían predecir una derrota aplastante, encuentran nuevos impulsos para la lucha. Ejemplifiquemos: el ninguneo gubernamental, la proscripción gremial, el fraude electoral, el macartismo propio del matonismo sindical y hasta los palos repartidos por la policía…siempre han reforzado en el luchador docente la idea de que protagonizan una lucha sin cuartel ante un adversario implacable y poderoso al que, sin embargo, se puede resistir con éxito. Éxito que se define no solo porque el gobierno no logra derrotarlos, sino también por experimentar en el proceso un incremento de su propio orgullo y dignidad, o por aglutinar alrededor suyo a otros gremios y provocar la simpatía y solidaridad de otros sectores de la sociedad que incluyen a la política misma.
Cuando esto ocurre, el gobierno reacciona como han reaccionado siempre los gobiernos en situaciones similares: denunciar a la rebelión como el resultado de una conspiración montada por fuerzas ajenas al docente. Se equivoca el gobierno, aunque también se equivocan aquellos que inclinados al entusiasmo precipitado, en todo suelen ver una pueblada pre revolucionaria que anuncia la pronta revolución. Habría que ser más prudentes. La prudencia no quita mérito al protagonismo de los trabajadores, ni inhabilita una certeza a prueba de mentiras de todo tipo por parte de los poderosos: la consolidación de un colectivo de trabajadores que, en Salta, se muestra como el único con la fuerza suficiente para aponerse a las políticas salariales antipopulares que se aplican desde el romerismo para acá.
Una experiencia, además, atravesada por una cuestión generacional. Una que rompiendo los estereotipos que existen al respecto, no está signada por el arrojo valiente de los jóvenes, sino por la dignidad de los adultos que ya lo eran cuando se las vieron con Juan Carlos Romero. Alcanza con mirar las fotos de las marchas, oír los testimonios radiales o darse una vuelta por la plaza del acampe… para comprobar que los referentes de hoy son los mismos de hace diez años. Los mismos que, a su vez, hacen lo mismo que hacían hace diez años: reclamar a sus compañeros organización, hacer de voceros del conjunto, tratar de poner orden cuando la dinámica de la lucha torna todo medio confuso. Algunos pueden estar más regordetes, otros más secos de carnes, unos cuantos más calvos, todos más encanecidos y muchos más avejentados. Pero todos, sin excepción, están más experimentados. Es la generación de los autoconvocados. Un colectivo heterogéneo política e ideológicamente, aunque profundamente homogéneo en cuanto a experiencia de lucha decisiva en la historia provincial reciente. Una experiencia que no surgió en los confortables salones de las sedes sindicales, sino en las cientos de marchas, los muchos cortes de rutas, las innumerables asambleas al aire libre que han ido haciendo de ellos y ellas militantes educativos: personas que buscan poner los saberes más importantes que han ido acumulando a lo largo de sus luchas, al servicio de la recuperación de una educación mejor. Lo hacen de la mejor manera: fundiendo discusión y práctica; ética y vida cotidiana.