Este jueves 27 el escritor Martín Kohan estará en la UNSa brindando una charla abierta. Compartimos una entrevista que le realizaran en 2010 al Ganador del premio Herralde de novela.

La charla está organizada por la Facultad de Humanidades y la Cátedra de Literatura Argentina. Se realizará en el Anfiteatro K a las 18:30.

A continuación transcribimos la entrevista publicada por el diario La Nación hace seis años, firmada por Verónica Dema. En ella Kohan hace pie en la literatura argentina actual, la situación político cultural del kirchnerismo y el estado de las letras contemporáneas:

 

Martín Kohan habla pausado, es reflexivo, se permite repensar lo que dice. Pero de algo no tiene dudas y, entonces, se vuelve enfático: «La literatura tiene un lugar muy marginal, muy postergado en nuestro país», remarca, serio, el multipremiado escritor recién llegado de Europa, donde estuvo un mes becado por Literarisches Colloquium, una Casa de Escritores y Traductores de Berlín.

Su condición de viajero le permite contrastar la relevancia que en otros países se les da a sus colegas o a él mismo, con lo que ocurre en la Argentina. «En un discurso superficial los escritores pareceríamos ser importantes, pero eso no tiene un correlato en que haya un verdadero interés social por la lectura de libros», sostiene. En ese sentido, apunta lo que sucedió con Jorge Luis Borges, con quien «nunca hubo una proporción entre la atención que se le podía prestar mediáticamente y la situación concreta de leer su obra».

Rodeado de libros en la librería Eterna Cadencia, el lugar que eligió por ser «un poco su casa», Kohan, premio Herralde de Novela por Ciencias Morales, conversa con lanacion.com en el ciclo de entrevistas de cara al Bicentenario. En una charla abierta, íntima, cuenta que lo preocupa la desigualdad en la distribución cultural y considera que el precio de los libros es una forma de exclusión. Señala los límites ideológicos del peronismo para avanzar en reformas de fondo y reniega de la imprevisibilidad argentina. «Todo es muy precario, también las instituciones».

Para este porteño de 43 años, autor de libros de cuentos, ensayos y de ocho novelas, hay responsabilidades compartidas en este país del «lo atamo con alambre»; aunque no todos son incumplimientos de los gobiernos, aclara. Y, cuando se lo invita a crear un personaje de novela que represente al argentino típico, se toma apenas unos segundos para aclarar que va a hablar del porteño y se despacha, espontáneo: «Es como El Contra, esa combinación de chantada extrema, de hablar de lo que no se sabe, de malhumor crónico, de ´a mí me vas a decir´, combinado con ignorancia al mismo tiempo y con pifiarla siempre».

 -¿Qué le evocan estos 200 años de historia?

-Si me pongo a pensar la historia argentina como un relato la veo en dos ciclos: el de los sueños, las ambiciones y los proyectos y el ciclo de la desilusión. Me parece que hay toda una curva de una argentina imaginando su grandeza, proyectándola y confiando en ella sin que nunca se terminara de ver exactamente por qué estábamos destinados a prevalecer en el mundo. Hay un quiebre a partir de 1930 con las intervenciones militares sobre el sistema político: ahí, el contraste entre la gran Nación y la republiqueta se hace patente.

-¿Cuáles son las principales deudas de este país?

-Las cuentas pendientes se miden con sus propias expectativas. Si revisamos los grandes proyectos del siglo XIX o principios del XX, la Argentina me parece que tiene pendiente prácticamente todo, sobre todo porque apuntó alto, porque las ambiciones apuntaban a un país destinado a prevalecer en el mundo: José Ingenieros tenía esa idea de que íbamos a ser los EE.UU. de América del Sur.

-En su obra trabaja con personajes históricos: ¿Por qué le interesan?

-Me interesan menos por su realidad fáctica que por el tipo de significación de la que son portadores; ese universo simbólico me interesa. Son figuras sobre las que he hecho una indagación literaria para conocer cómo llegaron a significar lo que significan, qué supone la inmortalidad. Por ejemplo, figuras como Evita, esos personajes históricos que, cuando mueren, no sólo no mueren sino que dan un salto a la vida eterna. Así, lo que se da en ella la exceden y conforma un engranaje de la propia maquinaria peronista, que fabrica mitos todo el tiempo.

-Lo llevo a los años de las dictaduras: ¿Cómo pesan en el escritor esos sucesos? ¿Y en la sociedad?

-A mí, en la literatura, me es tremendamente útil y tremendamente necesario a la vez; me parece que hay algo del orden del mal, en algunos casos, de la opresión, en otros, del malestar, algo del autoritarismo instalado en esa cultura del miedo que me resulta tremendamente fructífero. No estoy saldando cuentas con la dictadura a través de la literatura, porque no creo que la literatura tenga que ocuparse de ese tipo de cuestiones, sino más bien interrogar, acechar, indagar con matices distintos de libro en libro.

Si pienso a la dictadura sobre esta sociedad, me parece muy clara la tensión entre la exigencia de olvido, que es muy fuerte y, por otro lado, la presión muy legítima y objetiva de que hay resonancias y marcas sobre el presente y que es necesario volver sobre la dictadura por una exigencia del presente y no sólo por una voluntad retrospectiva.

-¿Cuál es el rol de los escritores en la sociedad? ¿Son escuchados?

-Hay un rol deseado y una situación real para ellos. La literatura tiene un lugar muy menor, muy postergado, muy relegado y muy marginal. Sobre todo si uno piensa que el discurso que un escritor pueda tener, la voz que pueda encarnar, cobra sentido fundamentalmente si tiene el correlato de los libros que escribimos. No tendría mucho sentido desligar esto, y en la cultura argentina hay una cierta tendencia a desligar y poder ir detrás del escritor como figura, o haciendo declaraciones, del escritor profiriendo opiniones y, que entre eso y una lectura de su obra, pueda no haber ninguna conexión. El caso mayor, sin dudas, es el de Borges: estando vivo, no había una proporción entre la atención que se le podía prestar mediáticamente y la situación concreta de leer Ficciones, El Aleph o incluso sus ensayos.

-¿Puede surgir un nuevo Borges?

-No y no habría por qué, me parece muy saludable que así sea, no lo veo como un déficit. Creo que hay figuraciones específicas que ocuparon un lugar que inventó él mismo y desde allí escribió. Entonces, ya nadie puede ser eso que hizo él. Igual que con su literatura: escribir a lo Borges sería lo peor que se pueda hacer si alguien quiere estar cerca de él. Ser borgiano es lo contrario de ser Borges.

-¿Cuáles son las grandes obras literarias de estos 200 años?

-En 200 años hay demasiado. En el siglo XIX, los clásicos: Facundo, de Sarmiento; El Matadero, de Esteban Echeverría, Martín Fierro [José Hernández], obviamente, Una excursión a los indios ranqueles, de Mansilla. Creo que el canon de clásicos ha hecho bastante justicia con la literatura argentina. Lo mismo si vamos al siglo XX: Borges, Arlt, Cortázar… me parece que es perfectamente adecuado el modo en que la centralidad del canon constituyó a sus figuras. Después, yendo un poco más a los bordes, si Bioy Casares o Sábato pueden estar en ese lugar o no son matices que se pueden discutir. Y de Borges hacia aquí hay muchos, desde luego, pero Juan José Saer es el primero que uno nombraría.

-El gran libro del Centenario fue, según Lugones, el Martín Fierro: ¿Cuál sería el del Bicentenario?

-La idea del gran libro del Bicentenario proyectada sobre la del Centenario probablemente no encuentre su correspondencia. O sea, en el momento en que en 1810 [Leopoldo] Lugones, por razones de estrategia política decide que hay que inventar una mitología local para contrarrestar la llegada masiva de inmigrantes y que esa mitología iba a provenir de la gauchesca encuentra un libro que puede cumplir esa función, porque la literatura, entiendo yo, por entonces podía formar parte del diseño de un proyecto político cultural con una fuerza, una significación que hoy la literatura no tiene porque ya ha perdido esa fuerza, lamentablemente.

-¿Cómo observa este período político?

-La situación política tiene algunas particularidades de esta época y algunos vicios de la política que uno conoce desde siempre. Me parece que hay, sobre esta coyuntura, ciertas señales favorables sobre todo en función de lo que fueron los últimos años de la Argentina hasta 2002, 2003. Son señales claramente favorables en términos de criterios de gobierno, ciertas mínimas nociones de equidad social, los cambios en políticas de derechos humanos y, al mismo tiempo, los límites que en una transformación de fondo puede tener cualquier gobierno de origen peronista, incluso de uno que está más dispuesto a las transformaciones de fondo.

-¿Cómo se relaciona la desigualdad en la distribución del ingreso con las oportunidades de acceso al conocimiento?

-Las desigualdades en el orden económico tienen un correlato en la distribución de lo que se llama capital cultural. Alguien que tiene que trabajar 16 horas por día o que vuelve rendido a su casa y con la plata justa para comer y ni siquiera eso, pensar en un sobrante no sólo de dinero, sino de disponibilidad temporal, afectiva y mental es difícil… alguien que está agobiado por la explotación en el trabajo no está ni siquiera en condiciones subjetivas de ser, como persona, alguien un poco más integral. Es muy feroz, pero es así.

-¿El costo de los libros es una de las formas de exclusión?

-Es una de las formas de exclusión. Es cierto que no es difícil conseguir muy buenos libros mucho más baratos en ferias de usados, hay maneras de contrarrestrar lo económico, pero siempre y cuando haya condiciones de accesibilidad como las que mencionaba recién.

-¿Cómo se imagina la Argentina de los próximos 10 años?

-Me resulta muy difícil pensar en la Argentina de los próximos años, siempre que sean más de dos, por las propias características de nuestro país y por el tipo de temporalidad que manejamos. Es una de las cosas más agobiantes de nuestra vida cotidiana: nuestras perspectivas son muy cortas. Lo bajo de la escala del proyecto nacional. En nuestras propias vidas hay precarización; en el trabajo se ve mejor que nada: pero hay una inestabilidad en cualquier clase de proyecto y en cualquier clase de armado institucional.

-Se habla mucho de la fragilidad de las instituciones: ¿Cómo las ve?

-Depende cuáles y, otra vez, según con qué período lo comparemos. Me inclino hacia un cierto optimismo si contrasto los últimos 15 años con los más recientes; entonces, entiendo que hay un grado mucho mayor de respeto y una mecánica mucho más razonable para esa clase de instituciones de las que depende una sociedad. Al mismo tiempo, me parece que no deja de ser un país en el que todo es muy precario, también las instituciones.

-¿Cómo es producir con esa incertidumbre?

-A mí esa incertidumbre no me afecta en lo personal y, más allá de eso, lo que uno ve es que se sigue escribiendo, produciendo, filmando películas, montando obras de teatro, no porque crea que somos una Nación con una cultura extraordinaria, resistente ni que haya héroes con proezas a favor de la cultura. Evidentemente lo que hay es vocación y esto hace que nos arreglemos con poco.

-Si tuviera que imaginar un personaje de novela típicamente argentino: ¿Cómo sería?

-Haría una salvedad: estamos pensando en un estereotipo de porteño, porque sería más complejo hablar del argentino tipo. Si uno piensa en el porteño, hay un personaje que hacía Calabró que capta algo que es muy justo y que es El Contra. Esa combinación de chantada extrema, de hablar de lo que no se sabe, de malhumor crónico, de ‘a mí me vas a decir’, combinado con ignorancia al mismo tiempo y con pifiarla siempre, me parece que es algo muy propio del temperamento de la clase media porteña, del porteño cancherito que se las sabe todas y no sabe nada.