La novela picaresca: La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades.

Andrea Sztychmasjter

 

El Lazarillo se publicó como una obra anónima que se escribió hacia 1552. Es la primera muestra de un género literario nuevo y genuinamente español: la novela picaresca. Se construye como un relato inconcluso, en forma autobiográfica sin tensión gramática.

Su protagonista es un pícaro mozo de muchos amos. Se convierte en una sátira social y su narrador- protagonista, ve la vida y la sociedad con amargura y escepticismo. El pícaro no progresa ni moral ni socialmente y parece sometido a un atroz determinismo sociológico.

La forma ficcional, en el caso del Lazarillo, es el estilo epistolar claramente expuesto en el prólogo, bajo forma de carta dirigida a “Vuestra Merced”, una persona probablemente de una clase aristócrata. El objetivo del protagonista es exponer “el caso”, o sea, su historia personal con un claro objetivo: “porque se tenga entera noticia de mi persona, y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial y, cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando salieron a buen puerto” (Prólogo).

En cuanto a la construcción narrativa, Lazarillo de Tormes inaugura en narrativa el uso de la forma autobiográfica y específicamente la vida de un hombre cualquiera, de un pobre diablo. Aparece la dualidad de protagonista- narrador, lo que hace que se perciba una vida inconclusa y ello admite continuaciones. Esto además crea una difícil situación en el manejo del tiempo. En cuanto a la técnica narrativa maneja tres elementos: el diálogo, el monólogo y la técnica teatral.

La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, está centrada en el momento histórico de su autor. Es este uno de los caracteres que la definen como novela. El autor se encarga de enmarcar la acción entre dos hechos históricos: la batalla de Gelves y la entrada del emperador en Toledo para presidir cortes. El autor del Lazarillo es consciente de que su obra, al no ceñirse a regla alguna prestablecida, rompe con una tradición secular y se ubica en el terreno de lo antiartístico, proclamando el plebeyísimo en literatura.

“Lázaro es un pícaro, aun cuando esa palabra no se use jamás en el texto, es el antihéroe, el personaje del cual, por contraposición con el caballero, puede esperarse cualquier bajeza. Participa Lázaro de algunos caracteres, que, según la perceptiva a posteriori, debe caracterizar al pícaro: es de origen no solo humilde, pues el delito ha signado a sus progenitores: es mozo de muchos amos; no tiene oficio ni bienes, ama el vagabundeo y mira el mundo con cierto escepticismo benévolo”. (Sabor de Cortazar)

De los nueve amos a los que sucesivamente sirve Lázaro, cinco son hombres de la iglesia, lo que facilita la sátira anticlerical tan marcada en la obra. En cuanto al personaje del escudero, el autor anónimo pone en práctica la técnica del personaje que se define a sí mismo en sus acciones.

Dirá Sabor de Cortazar que en el escudero esa técnica alcanza su perfección. Las acciones del amo van revelando su carácter. Es el hidalgo pobre, representante de un sector social de existencia real reciente y que en esta obra accede por primera vez a la literatura. El mantenimiento de la honra exterior es la máxima expresión del escudero:

“Rasgo importante de este personaje es el tener pasado, caso único en la novela. El presente miserable, el hambre alucinante, parecieran no pertenecerle ni importarles, su comportamiento esta dictado por un pasado sin vigencia ni sentido”.

Mientras que Redondo dirá que este género, lo llevó al escudero hasta la última fase de la Reconquista, pero al finalizar la Edad Media, el arte de la guerra había cambiado radicalmente. A partir de entonces hubo una decadencia del caballero como hombre de guerra que ocasionó también la del escudero.

La figura del escudero menciona Redondo, tal como aparece en El Lazarillo, corresponde a la de un personaje real, venido a menos y de vida difícil en España de la primera mitad del siglo XVI.

“Cuando el libro sale a la luz, el problema planteado en la obra con relación al escudero y a la religión de la honra, está íntimamente unido con la realidad. Sin embargo, para evocar este problema, el autor, que hubiera podido valerse del contexto folklorito sugerido por el viejo refrán, crea una situación nueva que cambia radicalmente las relaciones entre amo y criado, y hace del tercer tratado un pórtico artístico y psicológico”. (Redondo)

Por otro lado, la autora analiza que El Lazarillo es una obra centrada en un lugar conocido por muchos lectores del siglo XVI. La geografía fantástica es sustituida por un ámbito español, que contribuye al realismo de la obra y a crear la impresión de verosimilitud que la caracteriza.

“El autor se ha preocupado desde el primer momento por ubicar la acción dentro de un ámbito temporal y geográfico bien determinado. Alusiones a hechos históricos, a lugares, a circunstancias como el hambre en la zona y la falta de pan, a las pragmáticas prohibiendo y castigando la mendicidad de Toledo, procuran la verosimilitud del relato”. (Sabor de Cortazar)

Señala la autora que, junto a este realismo, y como emanado de él, aparece en la obra el ilusionismo. El cambio de amos es lo que permitirá la visión satírica de la realidad. Otro motivo de sátira es el sentimiento de la honra. Esto se convirtió en tópico de la novela picaresca y el desprecio de la honra con sus subsiguientes incomodidades fue característica de la vida apicarada y motivo de elogio.

Obra Realizada durante la Guerra de la Independencia contra Francia (y por tanto época en la que Goya tenía pocos encargos), esta obra representa una escena del famoso y atemporal libro Lazarillo de Tormes.

Francisco de Goya oscurece su paleta, pero deja ver —gracias a la luz de las llamas de la derecha— al ciego metiendo los dedos en la garganta de su lazarillo para asegurarse de que no se ha comido una longaniza (dejándole a él con un simple nabo). Por supuesto, el pícaro no le pudo dar gato por liebre a su jefe, y acabó vomitando el manjar, aunque como vemos, está dispuesto a pasar la incomodidad de la inspección bucal con tal de haber podido saciar su hambre miserable.

Porque la miseria es la auténtica protagonista del cuadro, como lo era del libro. Miseria física, moral, y por supuesto social. De ahí esos personajes harapientos, grotescos, absolutamente caricaturescos, que viven en la penumbra de un país en el que cada cual busca su aprovechamiento sin pensar en los otros.

La obra, como podemos observar, preludia la oscuridad cromática y temática de las que serían sus fascinantes Pinturas Negras, con las que Goya decoraría su casa en sus tiempos más oscuros.