«El futuro es opaco y lo es cada vez más desde hace varios lustros. Quien se tome el trabajo de leer a los especialistas de todo el mundo, en los últimos treinta años y los coteje con lo que realmente pasó lo verificará en forma incontestable», explica Ricardo Emilio Lafferriere, abogado, escritor, político y diplomático argentino, de las filas del radicalismo de antaño.

En alguno de sus escritos se refiere a la pandemia y sus consecuencias, aunque cuando se trata de Argentina no piensa igual.

«La pandemia atravesó la economía y la política, pero también la convivencia cotidiana y la cultura. Seguramente varias cosas volverán a ser iguales, mientras otras habrán cambiado sustancialmente», asegura. «Cambiarán las opciones geográficas de vida. Si las grandes ciudades atraían como poderosos imanes, es posible que, al igual que la gran pandemia europea del siglo XIV, recuperen valor los pequeños pueblos, la vida en el interior y en el campo, las casas con terrenos propios frente a los departamentos, la vida más sobria y menos espectacular. Porque habrá nuevas pandemias y el recuerdo de ésta estará grabado a fuego en la memoria de todos».

Hay dos cosas que paralizan a los países, las guerras y las pandemias. Aunque a diferencia de lo que pasa en las guerras, los países no están destrozados. El desafío global no será reconstruir, sino reactivar. «El gran problema del momento no es el endeudamiento general sino el crecimiento enorme de la desocupación, difícilmente recuperable hasta que no se recupere toda la cadena de producción, que seguramente seguirá controlada por mucho tiempo y seguramente se pondrá en marcha con menos demanda laboral y más automatización, trabajo on-line e incorporación de tecnología», enfatiza Lafferriere.

Las economías paradas necesitarán “combustible” monetario para volver a funcionar y esto se dará a través de fondos públicos volcados a la reactivación. Podrán recurrir a este mecanismo los países con “espalda económica” para sostenerlo, con sociedades maduras y un aceptable nivel de cohesión social.

El mundo entero está complicado, entonces qué decir de la Argentina. «El país se va disolviendo lenta pero inexorablemente, deslizándose hacia la pobreza extrema, alcanzando a cada vez más argentinos. Todo lo que significa el país moderno, vital, pujante y vinculado al mundo, se está desmantelando. El campo, la industria, los servicios, los emprendedores, se ven expropiados por la economía asistencial, sin ningún tipo de motivación que les permita continuar generando riqueza. El peso argentino perdió la mitad de su valor real en 2020, de igual manera que los salarios y la rentabilidad empresarial. Dicen que por la pandemia. Brasil sufrió la pandemia con una mayor intensidad, pero el valor del Real, solo perdió un 1%, de 4,06 a 5,19 reales por dólar. El peso argentino pasó de 63 a 166 pesos por dólar y como se viene proyectando, a fin de año superaría otra caída a la mitad de su valor actual, que es la mitad de su valor original. Los activos inmobiliarios han perdido el 50% de su valor. Nadie en la Argentina puede pagar montos más altos. El sueldo medio de la economía Latinoamericana, que Argentina compartía con Uruguay y Chile, hoy es sólo superior al de Venezuela. La jubilación mínima, que superaba los 250 dólares hace un año y medio, hoy apenas supera los 100. Uruguay y Chile nos duplican. A la producción agropecuaria, base fundamental del financiamiento de toda la estructura industrial argentina, se le fue anulando la rentabilidad hasta perder más de la mitad de su valor. En síntesis, la Argentina se va disolviendo lentamente, impulsada hacia la insignificancia como país y a la masificación de la pobreza como sociedad», resume el ex legislador.

En su notoria tendencia «anti K» continúa, «se prevé para 2023, que el nivel de paridad del peso argentino será similar al de la moneda venezolana. Al terminar el período de gobierno de Alberto Fernández, Argentina será Venezuela y sólo podrán sobrevivir los que acepten la lógica del rebaño recibiendo las limosnas de un Estado en manos del autoritario populismo cleptómano. Existe un solo camino de reversión y hoy aparece como imposible: un consenso estratégico entre los argentinos con vocación patriótica más cercanos a los niveles de decisión. La polarización impulsada por la mafia corporativa del populismo la hace imposible».

Entonces, ¿qué es lo que viene? «El futuro es opaco, porque tampoco hay actores visibles que puedan catalizar un proceso de cambio dentro del conglomerado oficialista, donde pueden verse dos líneas diferentes: quienes adhieren a una especie de “eje V-V-” (Venezuela-Vaticano), cuyo imaginario apunta a lo que se ha dado en llamar “el pobrismo” (0una inmensa mayoría de pobres, dependiente del Estado) y quienes sueñan con volver a mediados del siglo XX (empresariado rentista protegido, corporaciones gremiales corrompidas, nacionalismo de cartón). Ambos modelos incompatibles entre sí, con la marcha del mundo y con un curso exitoso del país en su conjunto».

Si esto sucederá o no, es una incógnita que recién comenzará a disiparse cuando vuelva la normalidad del debate y la agenda política.

«Al despertar, el país verá claramente las consecuencias institucionales, económicas y sociales de su elección en 2019. Será el momento de los realineamientos en el frente oficial y en el frente opositor», concluye el analista, dejando por el momento al futuro con final abierto.