La crisis de SanCor: dejó de producir muzzarella y se paraliza todo un pueblo. Las consecuencias podrían ser inmediatas.

Simón Díaz no quiere hablar. Sus compañeros insisten, pero él levanta la mano, niega con la cabeza. Se marcha y al rato vuelve. “¿Sabés qué pasa? Son 42 años acá… y duele”, justifica. No puede decir nada más. Los ojos se le llenan de lágrimas. Tiene 64 años y la garganta se le hace nudo por la incertidumbre. La suya, claro. Pero también la de sus 63 compañeros –entre los que se encuentra su hijo–, empleados de la planta que la láctea SanCor inauguró aquí en 1965. Las gomas arden en el mediodía de Centeno. La angustia en este pueblo santafesino de 3.200 habitantes se eleva como el humo negro en el cielo.

Aunque la cooperativa plantea una paralización de la actividad en cuatro de sus 16 plantas –además de ésta, dos en Córdoba y una en Buenos Aires– por 30 días, se teme que sea el primer paso para un posterior cierre, una posibilidad que la empresa deslizó al Gobierno como parte de su plan de reestructuración. Oficialmente se comunicó que la escasez de leche los llevó a privilegiar la elaboración de productos con mayor salida comercial. Por eso en Centeno, donde se produce queso muzzarella, se paralizó todo.

Los vecinos definen a SanCor como “el alma y el corazón” de la localidad. Es la única planta industrial, el emprendimiento con mayor cantidad de personal y el que paga los mejores sueldos. Según palabras del jefe comunal, Juan Gifi, el cierre significaría “un golpe de muerte” para Centeno. Quizás por eso evitan utilizar esa palabra, el cierre.

El derrame de la crisis podría ser inmediato. El año pasado, cuando la firma suspendió los turnos de los fines de semana, el pueblo perdió una inyección de 500 mil pesos mensuales. La comuna, que recaudaba un 60% de los impuestos, bajó a 48%. Las autoridades temen que la crisis de SanCor impida abonar el sueldo de los 47 empleados comunales.

En el pueblo se advierte una quietud en la que se mezclan su mansedumbre habitual y el freno que provoca una palpable retracción económica. Basta recorrer sus principales avenidas para ver comercios semivacíos.

La historia de Centeno está atravesada por el impulso productivo que genera SanCor. Para sus habitantes no es una simple “unidad de negocios”. El mural que retrata la vida del lugar, sobre la pared del parador de ómnibus “Don Ramón Porte”, es un resumen perfecto: se observa, entre trazos blancos y celestes, la planta láctea. Es un orgullo local.

Por eso no sorprende que toda la comunidad esté movilizada. Los alumnos secundarios de la escuela “José Manuel Estrada” preparan carteles y se arriman a la planta para apoyar a los operarios.

Loana tiene 17 años. Explica que la mayoría de los adolescentes y estudiantes tienen a sus padres o familiares en SanCor. “Nos preocupa y por eso nuestro apoyo. Y hablo en nombre de toda la escuela”, explica rodeada por jóvenes y adolescentes. Junto a la chica, en una imagen que une a distintas generaciones, está Anita Rossi. Tiene 67 años. Acompaña y exige respuestas como otras mujeres que se sumaron al acampe en la puerta de la fábrica y despliegan carteles. “SanCor no se va” o “Centeno quiere seguir trabajando”, dicen.

La historia de Simón Díaz, con una vida dentro de la fábrica de SanCor, no es la única. Jorge Rosso tiene 62 años y 43 en la empresa. Tres generaciones de su familia pasaron por la planta: su papá Otavio, él y su hijo Luciano. Daniel Mandelli tiene a su hermano y tres primos. Los relatos en los que se entrelazan historias y afectos se multiplican. “Somos una familia. Acá hay hijos, padres, compañeros, amigos”, aclaran los trabajadores. Prometen sostener el acampe hasta que lleguen respuestas oficiales. No tomaron la planta ni piensan hacerlo porque la idea, aclaran, es “cuidarla, defenderla a muerte”.

Claudio Ordoñez, operario del sector envasado y con 23 años de antigüedad, resume lo que piensan todos ahí: “Esperamos novedades positivas, ¿Qué otra cosa vamos a hacer?”.

Fuente: Clarín