Los comerciantes de Salta contaron a Cuarto Poder que la medida de fuerza se sintió muy levemente en la ciudad. Movimientos habituales, negocios abiertos y una venta escasa, pero como siempre ocurre a fin de mes. Cuesta pelar por Hugo Moyano y Luis Barrionuevo. (Federico Anzardi)

Pablo tiene 38 años. Desde 2008 es uno de los empleados del bar ubicado en la estación de servicio que está en la esquina de Sarmiento y Belgrano. A las nueve menos diez de la noche, mientras los playeros atienden a los conductores, el local tiene cinco mesas ocupadas. Menos de la mitad de su capacidad. Pablo trabaja a la mañana y a la tarde. Cuenta que durante todo el día se notó la falta de clientela. “Siempre se hace una venta importante y hoy, ni la mitad. (El paro) Se sintió bastante”, relata.

Dice que sólo aparecieron los clientes de siempre, los que tienen negocios cercanos y acuden regularmente. “Faltó el que pasa caminando por acá porque tiene que hacer cosas en el centro”, explica. Para Pablo, el paro se hizo sentir, aunque él no esté de acuerdo con la medida. “No estoy de acuerdo porque si nosotros no trabajamos, no cobramos. No nos conviene no abrir el negocio.”

Un kiosquero que no quiere dar su nombre (“no me interesa la política”) cuenta su día: vendió poco. “A esta hora ya tendría que haber vendido como 300 pesos en cigarrillos y mirá”, dice, mientras muestra un papel donde se ven dos números, uno arriba del otro: 26 y 8. “No llego ni a cuarenta pesos”, se queja. Pero para su manera de ver la realidad, la falta de venta no se debió al paro, sino a la fecha: “Eso hablábamos con el del local de al lado. Estamos a fin de mes y eso hace que no se venda tanto.”

Para el kiosquero, el día fue “normal, salvo por la protesta de la mañana” que vio por la televisión instalada en su local. El hombre pasa todo el día en este pequeño cubículo repleto de productos. Dice que el paro “le hace daño al país” y que por televisión vio cómo un piloto de avión aseguraba que con su sueldo no podía vivir. No le alcanzaba. Y por eso paraba. “Cobraba 20 mil pesos y decía que necesitaba 30 mil…”, recuerda, hace una mueca  y vuelve a mirar el papel donde va sumando lo de los cigarrillos.

A treinta metros de la plaza 9 de Julio está el telecentro donde trabaja Laura. Es una cuadra clave para analizar el paro. Calle España, zona de bancos, que registraron un acatamiento total al cese laboral. Sin actividad, la city salteña seguramente se habrá visto despoblada, sin mucha gente.

Laura no tiene muchas ganas de hablar. “¿Por qué no venís mañana y le preguntás a la encargada?”, dice, y finalmente, cede, con poca onda. “Bueno, a ver, ¿qué querés saber?”, pregunta, con tono de madre que reta a su hijo hinchapelotas. No quiere que su voz sea grabada (“Creí que ibas a tomar notas”). Es Moria Casán saliendo del teatro. En Mar del Plata. En enero. Quizás tenga miedo. Como decía Cortázar en uno de los especiales que pasaron durante todo este mes, la gente que no conoce su voz teme ser registrada. Sin dejar de mirar Facebook, Laura cuenta que todo estuvo “como siempre”. “Todo normal, la misma gente”, dice, ahorrando los verbos.

Más lejos de la plaza, en la Zuviría, pasando General Güemes, está la farmacia de Matías y Fernando. Ya pasó media hora desde que se levantó el paro a las nueve de la noche y los dos están solos en el local, vestidos con chaqueta blanca. Están con las cabezas bajas, mirando papeles. Las levantan para asegurar que el día tuvo poca venta. “Para nosotros fue normal. Un poco menos de gente por la mañana, porque no hubo bancos, pero después todo fue como siempre”, dice Fernando. Agregan que, en general, fue un día más de la semana, con la escuela Urquiza (que está en la esquina) abierta y funcionando, con sus alumnos y padres copando las calles. Y que vieron pasar colectivos llenos a cada rato “A fin de mes siempre es así como hoy. Si no hay paro, estamos igual”.

Casi a las diez de la noche, el sector de Prensa y Difusión de la Central de Policía, que está ubicada frente a la plaza Belgrano, funciona con la tranquilidad de una jornada sin novedades. Son dos oficinas ocupadas por tres oficiales. Está todo herméticamente cerrado, excepto por una puerta, lo que quita corriente de aire y provoca que el encierro pase factura: hay más olor a pedos que en un departamento de estudiantes. Los uniformados están callados, cada uno frente a una computadora. Mientras uno lee los diferentes partes del día, otro continúa con su pasividad virtual. El restante mira un video musicalizado con la marcha militar “Avenida de las Camelias”, en un ejemplo de lugar común inolvidable. En el centro de la oficina principal, un televisor pantalla plana que habrá sido el más mimado durante la Copa del Mundo, emite en primerísimo primer plano de Maju Lozano en su papel de Mariana Fasano, la locutora radial de la serie Viudas e Hijos del Rock and Roll.

Finalmente, el oficial que estaba leyendo partes dice que no hubo ninguna novedad relacionada con el paro, más allá de los piedrazos mañaneros a tres colectivos de la línea 3, en zona sur. “Todo normal”, dice, a modo de despedida.

Un poco más lejos de allí, en una sanguchería ubicada en la Galería Mona Lisa, sobre Pellegrini, casi San Martín, una muchacha cuenta un fajo de billetes de cinco y dos pesos mientras mastica un pebete de ternera y tomate. Con la boca llena dice que no tiene idea de cómo fue la jornada laboral con medida de fuerza incluida, porque acaba de llegar de Cerrillos, y por allá, informa, los paros no aparecen. Un chico que está escuchando la conversación mientras espera para hacer un pedido tira un buen dato: el mercado San Miguel abrió parcialmente.

Para llegar al mercado desde la galería hay que recorrer la avenida San Martín, entre Pellegrini y Florida. Suele ser una zona para caminar esquivando gente y baldosas flojas, perfumarse con el olor de los choris al paso, escuchar bocinazos y cumbias varias, y deslumbrarse con la perfección estética, sin fisuras, de un buen panchuque, como los que vende la señora Gloria. Ella es la encargada de este puesto callejero de comida híbrida, entre pancho y panqueque. Trabaja todos los días hábiles, de 11 a 00, y asegura que “salvo la farmacia de la esquina, que no abrió, todo estuvo como siempre”. Su manera de opinar sobre el paro es decir “nosotros viajamos lo mismo”.

Casi a las diez de la noche, el mercado San Miguel está preparándose para cerrar sus puertas hasta la mañana siguiente. Hay varios puestos sin funcionar, pero Noelia, que vende CD y DVD truchos, cuenta que fueron varios los locales que se mantuvieron así durante todo el día. “Algunos cerraron”, dice. Además, asegura que la marcha que pasó por la avenida a la mañana no afectó el trabajo. “Escuchamos las bombas de estruendo, pero nada más”. Agrega algo que a esta hora de la noche ya es más lugar común que la marcha militar de los canas: todo estuvo normal, las ventas fueron bajas, porque es fin de mes. “Me parece que este paro no funcionó mucho”, dice, y se ríe por lo bajo.