En el mar del leguaje hay marineros, tal su caso, que prestan atención a los vientos, enfrentan las tormentas con maestría y leen las cartas de navegación dejando referencias que nos permiten llegar a buen puerto, basados en el entendimiento de la realidad. Javier Plaza
Intento escuchar – que no es otra cosa que prestar atención a lo que se oye- y cuando lo hago es porque alguna voz o melodía me llama como luz a la polilla. Perdidos y agobiados en el universo acústico; acometidos por el show de la información y la desinformación, más la irrupción de miles de opiniones surgentes, vamos perdiendo la noción de la realidad y terminamos emitiendo los mismos ruidos que nos aturden. El sistema obliga a afinar las voces en ese tono agresivo que nos mata y por el cuál, también, matamos.
Tratar de estar informado, nutrirse de datos reales es una tarea ardua en estos días; la confusión es el estilo de vida imperante. Esa mixtura de intereses creados -de unos pocos- asumidos como propios por la mayoría, más la hiper comunicación y la hiper participación sin media onza de responsabilidad nos agobia; eso, nos tendría que hacer tomar conciencia de lo valioso que es el silencio y la economía de las palabras. No todo lo que pasa es noticia y no todas las actividades humanas deben ser observadas y publicitadas. Escuchar, contemplar y entender es fundamental para no ahogarse con las palabras que ponen en nuestra boca y escupimos como si fuesen de fábrica propia.
Lleva tiempo formar una opinión como para ponerla en juego con dignidad. Estoy casi seguro que se puede armar una idea honesta y útil, lejos de la influencia de los medios y del cotorreo de almacenes y ferreterías de barrio. Eso sí, cada tanto, en algún canal de TV o en algún programa de radio surgen algunos contenidos favorables a nuestros intereses. El martes pasado en CNN pude ver un interesante reportaje de Marcelo Longobardi a Arturo Pérez Reverte. Ninguno de los dos son personas cercanas a mis gustos en sus áreas de acción pero, honestamente, eso no impide que valore algunos momentos de sus labores -que estimo nutritivos- para entender muchas cuestiones que son ajenas a mis decisiones inmediatas pero no a la realidad que me circunda. Pérez Reverte es un escritor muy popular de estilo llano forjado por su afición a los autores de Folletín y por su extraordinaria experiencia como corresponsal de guerra. A mí entender, su emocionante vida se ha constituido en una aventura más atendible y respetable que su obra – que también lo es-. Longobardi es un sujeto autodidacta muy culto que labura de operador político, obviamente, disfrazado de periodista – destaco esto porque, acá, veo mucha gente disfrazada de periodista pero, lamentablemente, no es culta y mucho menos autosuficiente-. Marcada la cancha, juguemos…
Una figura muy bella me atrapó de repente. Pérez Reverte en medio de un segmento de la entrevista, donde cuenta su relación con el mar y su gusto por la navegación, sugiere: “El mar es un enemigo. Hay que tenerle respeto. No se puede navegar distraído. Hay que estar atento porque el mar desafía todo el tiempo. El mar primero mata a los imbéciles… pero también, más tarde, mata a los más listos. Es como la vida”. Entonces, me pregunté ¿Cuál es la ventaja de morir como listo? ¿Cuál será el premio por aguantar un rato más, antes del final inexorable? ¿Quizá sea ese tiempito, en el cual hay chances de reproducirse y dejar un individuo nuevito que intente la misma pedorra experiencia de pelear una batalla que sabemos perdida? Parece desalentador saber que todo es al pedo ¿no? Me contesto: Es desalentador para el que cree lo que le hicieron creer pero es liberador para quien disfruta de la aventura de entender y respetar la peligrosidad de la vida. La muerte está ahí… a la vuelta del muelle y el ser humano lejos de evitarla, le ha sumado más chances a la huesuda para pescar y, hoy, lo hace con una red enorme: La civilización es una pecera para algunos y una palangana para otros donde la carnada es el entretenimiento – la falta de atención- y si hay algo seguro, es que todas las sardinas terminan en la lata.
La batalla es contra el sufrimiento no contra la muerte. No es lo mismo morir por una enfermedad, por hambre o ignorancia que llegar a la recta final con todas las escamas y aletas en su lugar. El sufrimiento es evitable pero la muerte es inexorable. Hoy, evitar el sufrimiento es saber que elegir nadar en el océano es más saludable que hacerlo en una pecera esperando que alguien vuelque algo de alimento al agua y limpie el recipiente para seguir viviendo.
Volviendo al reportaje. Más adelante, Pérez Reverte describe situaciones vividas de peligro extremo en medio de conflictos bélicos, de las que sale con dignidad y describe hábilmente, en pocos trazos, a sujetos ruines que han tenido actitudes loables rompiendo la idea preconcebida de lo que se esperaba de ellos. Resalta la importancia de mirar a los ojos y desatiende y desestima las expectativas que se puedan generar por su opinión que es, solo, el intento de describir los que observa – por lo general los giles que llegan a los medios gritan sus opiniones prestadas como verdades reveladas, amparadas en una moral doble faz- Una consideración no es la verdad. La competencia de las consideraciones que se postulan a verdad es una pérdida de tiempo tan dolorosa e inútil como el intento de vencer a la muerte.
Pérez Reverte es un sujeto que rara vez puede ser cuestionado y, en tal caso, saldría airoso de esas intentonas. En el mar del leguaje hay marineros, tal su caso, que prestan atención a los vientos, enfrentan las tormentas con maestría y leen las cartas de navegación dejando referencias que nos permiten llegar a buen puerto, basados en el entendimiento de la realidad; todo en contraposición a la estupidez de los que opinan por vanidad, pescando en la orilla, sin haberse subido a un bote, en su vida, porque el oleaje les provocaría vómito sin remedio.
Nunca olvidemos que todos los veranos hay más gente tomando sol o haciendo castillos de arena en la playa que gente subiendo a un barco; los marineros no se arriesgan para alcanzar la otra orilla por el solo hecho de llegar, sino para entender de que se trata el mar… que es como la vida.