Se llevó a cabo una nueva edición del Milagrito de los Niños, un evento perfecto para aceitar cabecitas y ponerlas en el rebaño clerical. Menores de edad cocinándose al sol. Todo sea por amar al Señor y a la Virgen del Milagro. (Federico Anzardi)
En un hermoso día de sol y clima primaveral como el que se vive en este viernes 26 de agosto, nada mejor que sentarse en un bar frente a la Plaza 9 de Julio y observar (a la sombra) cómo se cocinan los pequeñuelos que llegan obligados a participar del Milagrito de los Niños, el evento que convoca anualmente a chicos de entre cuatro y cinco años de escuelas privadas y públicas de la ciudad.
Momento. ¿Cómo qué públicas? ¿Qué no es laica la educación en esta provincia? Sí, pero al Señor no le importa. Dios no conoce de vericuetos legales ni de leyes de los hombres. Él atraviesa todo. Por eso este evento es inclusivo y acepta a miembros de instituciones que nada deberían tener que ver con la religión.
En Salta el adoctrinamiento empieza temprano, a las dos de la tarde. La calle España está vallada entre Mitre y Zuviría. La cosa está tranquila todavía. Muchos almuerzan, otros apuran el paso para dormir la siesta en la casa.
Y larga el rock: al costado de la Catedral, amontonados en un tablón, seis músicos tocan “El twist del Mono Liso”, de María Elena Walsh. “Sean todos bienvenidos al Milagrito”, dice una locutora, parada en el escenario especialmente instalado sobre la calle España, al frente de la entrada principal del templo. Pero la gente no da mucha pelota. Camina para todos lados, hace la diagonal en la 9 de julio y mira un poco de pasada.
Hay una tribuna ubicada en la plaza, justo frente al escenario. Está llena de gente que usa paraguas para cubrirse del sol, que está un poco más amable que en el verano pero te sacude si te quedás un rato a su merced.
En el escenario, bien adelante, están el Señorito y la Virgencita del Milagro, réplicas en miniatura de los santos patronos de Salta. Alrededor, un par de curas vestidos de blanco dan vueltas y chequean que todo vaya bien. Todavía no hay ningún pibe cerca. Estamos a pocos minutos del comienzo y los protagonistas de la tarde se hacen rogar. Por ahora hay menos convocatoria que en un recital de rock salteño.
Uno de los curas se sube al escenario y comienza a hablar por un micrófono inalámbrico pegado a su oreja. Tira algunas recomendaciones: indica dónde están los puestos del SAMEC, señala los baños químicos y los camiones cisterna de Aguas del Norte que están listos para calmar a los sedientos. Les pide a los papás y al resto de los adultos que se mantengan detrás de las vallas y que se queden en las veredas cuando se realice la procesión alrededor de la plaza. La calle es para los chicos, explica. Además, cuenta que el lema del Milagrito este año es “Vengan a mí”.
Y como si fuera un acto ensayado hasta el hartazgo, aparecen ellos. Vienen a él. Llegan las masas de pibes. Nenes y nenas con gorras en la cabeza que caminan en fila, arriados por las señoritas. Vienen desde Mitre y Alberdi, desde Belgrano, desde España, desde Zuviría. De todos lados y casi de golpe. Mientras, para recibirlos con honores, la banda toca una versión andina del Himno al Señor del Milagro. Los turistas no entienden nada. Los padres sacan fotos con los celulares.
La locutora vuelve al ruedo para decirles a los chicos que hoy todos honraremos a “nuestro papito del cielo, nuestro rey”. Los niños tienen cara de no comprender la magnitud del evento. ¿Será temprano para enseñarles estas cosas? No: muchos dicen que es en la infancia cuando suceden las cosas que nos marcarán en nuestra vida. Charly García incluso llegó a considerar que todas las ideas para sus canciones se le ocurrieron durante esa etapa y que después simplemente se acordó. Debe haber algún mecanismo interno que nos aloja el conocimiento bien al fondo y lo va largando a medida que pasa la existencia. Pensándolo de esa manera, ¿qué mejor que tener entre cuatro y cinco años para empezar a recibir línea conservadora, antihomosexual y antiaborto? Si usted quiere hacerle creer a alguien que existe la posibilidad de ir al infierno, hágalo en la infancia.
Entran en acción las “Servidoras del Santuario”, voluntarias de la Iglesia, mujeres jóvenes que orientan a los chicos y chicas. Visten pecheras del color de la bandera de Salta y coordinan con los pocos policías dispuestos en el lugar.
Llega Grifo, la mascota de Aguas del Norte. Se pone a bailar en el escenario. La plaza está cada vez más llena. Otros pibes vienen contentos, sonríen, miran para todos lados. Miran mucho para arriba. Todo les queda para arriba porque miden muy poco. Los alumnos de un colegio vienen con alitas de telgopor pegadas a la espalda y no llevan gorra en la cabeza. Probablemente la van a pasar mal.
“¿Quién quiere que le tiremos un baldazo de agua a Grifoooo?”, pregunta el cura MC, alimentando el bullying contra la mascota empresarial. Muñecos gigantes de Jesús, la Virgen María, el Papa Francisco y la Madre Teresa de Calcuta se suman al baile. Amenizan la velada de esta manera. En la previa del Milagrito hay que hacer el aguante hasta que lleguen todos los pibes.
La catedral está de fondo, tiene colgadas banderas del Vaticano, de Argentina y de Salta. Todo se transmite por los altoparlantes que están sujetos a los postes de luz de la zona, algo que ocurre en cada celebración religiosa de esta ciudad para que ningún ciudadano se la pierda.
Los músicos cantan “La cucaracha” al palo. El cura y la locutora piden palmas, palmas, palmas. Pero los que no pueden caminar son los transeúntes, que ya tienen la zona un poco complicada. La gente sigue llegando y la plaza empieza a llenarse en este sector.
“Vivamos esta fiesta con alabanzas y música cristiana”, propone el cura, que cada tanto pega gritos y les habla a los chicos con buena onda, sin la solemnidad de los viejos obispos insoportables. Es lógico, nadie en el mundo se banca semejante embole. Ni lo más fieles.
El heladero ambulante compite con su campanita contra los cantos religiosos, que suenan con bombo en negras, como decía Catupecu. Alrededor dan vueltas otros nenes, marginados que ya no están en edad de milagrear y pasan por las mesas de los bares pidiendo “diez pesitos”. A esos nadie les da pelota.
A las 14.50, explota el religioso: “¡Viva Jesús, viva la Virgen, vivan los niños del Milagrito!”, grita. Todo se prepara para recibir a la Virgen. “A pararse, a pararse”, ordena el cura. “¡Griten!”, dice ahora. “Griten para que salga la Virgen”. Y todos los nenes gritan. Entonces aparece la imagen desde la Catedral. Las campanas repican. “¡Recibimos a nuestra madre!”, exclama el cura, en éxtasis.
Todos rezan un Ave María y aplauden durante exactos treinta segundos en honor a la Virgen. Sale el Señor del Milagro. Es un momento épico: la música está al palo, las campanas suenan ebrias de gozo, las ventanas laterales del Banco Macro se abren, empujadas por los oficinistas curiosos, las palomas vuelan en perfecta armonía, la vida es buena y el amor de Dios es infinito.
El Señor también recibe una ovación extendida de treinta segundos y la emoción desborda hasta que el cura retoma la voz cantante. “Nos sacamos la gorrita y a la cuenta de tres nos vamos a sentar”, ordena. Todo se prepara para una obra de teatro breve que se desarrollará en el escenario.
Antes, los presentes hacen la señal de la Cruz. “En el nombre del padre, del hijo, del Espíritu Santo…”. “Amén”, responden los chicos, con timidez. Entonces el cura les dice “no, no, no, vamos de nuevo”, como si fuera un coach exigente que no admite equivocaciones. Les pide fuerza, que saquen la voz, que den un grito a la altura del amor que tienen para ofrecerle al Señor. “¡Amén!”, gritan finalmente los infantes.
Afuera del predio vallado circulan adultos con bebés disfrazados de ángeles y vendedores ambulantes con gelatinas, banderas del Milagro, lentes de sol y otras chucherías.
Comienza la obra de teatro: un Jesús alto, lookeado con una túnica blanca, una peluca y barbas castañas sale al escenario con una Biblia gigante en las manos. Aparece otro personaje y le pregunta “Jesús, ¿qué tengo que hacer para ir al cielo?”. Entonces el Cristo pone la boca en una perfecta circunferencia y con voz solemne, contesta “¡Lo que está escrito en La Biblia!”.
La obra dura muy poco. Se trata de una excusa para bajar más línea. Jesús enumera un par de máximas que los chicos deben aplicar y cuando termina rezan un Padre Nuestro entre todos.
A las 15.12 comienza la organización para la procesión. “De la mano, nadie se separa”, pide el cura, desde el escenario. Los nenes encaran para el lado de Zuviría. “Los papás se quedan en la vereda”, insiste el religioso. Entran en acción los voluntarios, los docentes y los uniformados que deben velar por la seguridad de los pequeños.
La movilización se hace despacio y sin separaciones sociales como sucede en la procesión del 15 de septiembre en la que el poder político y económico va cómodo al medio y la clase sin importancia camina como puede, recontra apretada y muerta de calor. Acá, a los chicos los hacen caminar “despacito” y la banda toca un tema que dice “gracias, Señor” y suena a canción de cuna que deriva en un reggae más creyente que los de Bob Marley. El MC habla más tranquilo y cuando los niños van por el Teatro Provincial arranca la Virgencita, después el Señorito.
Promediando la procesión, las campanas y la música cubren todos los silencios. Está insoportable, no se escucha la propia voz. Hay gritos, arengas, gente exaltada. Los chicos reciben el estímulo constante de las maestras jardineras, que agitan, bailan, hacen palmas, los incitan a sacudir sus porras de colores.
“Fuerte el aplauso para los chicos que ya llegaron”, dice el cura a las 15.35. Y aclara que “todavía quedan cuatro cuadras” de peques que siguen marchando alrededor de la plaza. El falso Jesús, cagado de calor por la barba y la peluca, se pone a acomodar a los pibes que ya procesionaron y están tan o más acalorados que él, transpirados, en llamas.
“Te pedimos, Señor, por los chicos que no tienen para comer, por los que están enfermos”, dice la locutora, en un momento clave del adoctrinamiento: en lugar de enseñar que el gobierno tiene que garantizar educación, salud y trabajo para todos es más fácil lograr que el rebaño piense que todo está en manos de Dios, que cuando sucede conviene.
La banda se pone a hacer un tema que tiene una letra anacrónica desde todo punto de vista. Incluso el tecnológico. “Los niños tienen un teléfono para hablar con Dios. Ese teléfono no tiene número. Ese teléfono es la oración”, cantan, mientras los nenes y nenas completan la vuelta a la plaza con los cachetes encendidos.
A las 15.45 cruzan la meta los últimos jardincitos. Mientras tanto, en la plaza se canta que “Jesucristo está pasando por aquí”. A las 15.52, después de la agitación, todos rezan la Oración del Milagro con “las manos al cielo”.
Ahora el cura pide mano en el corazón para renovar el pacto con la Virgen. Hay aplausos para despedirla. Pétalos blancos caen desde el campanario cercano al Banco Macro. Las gorras de los chicos están en alto, la banda toca de fondo.
Después, entre aplausos, todos despiden al Señor del Milagro. Dos chicas de pechera azul arrojan pétalos rojos desde el campanario del otro costado. Las flores caen mal y la mayoría termina arriba de uno de los techos de la iglesia.
En el escenario, el cura invita a todos los fotógrafos a retratar a los chicos. Empieza la retirada. La plaza tiene que ser desalojada. A las siete de la tarde habrá otra vuelta por estas calles, será la de la Comisión de Familiares Contra la Impunidad, pero a esa nadie la promociona.
A las 16 la gente se va, la música sigue, el cura agradece y pide que todos juntos canten por última vez.