Sindrome de estocolmo

 

 ALEJANDRO SARAVIA

 

El llamado “Síndrome de Estocolmo” conlleva en su interior una singular paradoja que, en cierta manera, se asimila a la que padecen las provincias argentinas con la Nación. Como para contextualizar, recordemos que en el año 1973 un banco sueco fue asaltado y los clientes que circunstancialmente se encontraban allí fueron tomados como rehenes. Concluido el atraco y consiguientemente el cautiverio, que duró varios días, se fotografió a una de las víctimas a los arrumacos con uno de los victimarios. Ella rompió su compromiso con su novio que doblemente afligido la esperaba afuera, y formó pareja, como se dice ahora, con su raptor, con su secuestrador. Esto, que fue estudiado por los psicólogos de todo el mundo y que concluyeron que las víctimas establecen un lazo afectivo con sus raptores como forma inconsciente de agradecimiento por haberlas mantenido con vida, se conoce como síndrome de Estocolmo. Bueno, las provincias argentinas, especialmente las más dependientes de las denominadas “ayudas nacionales” tienen una relación tan enfermiza con la Nación como la que guardó aquella víctima de secuestro con su secuestrador.

Hoy, con el brutal ajuste que está llevando adelante el gobierno nacional, no con bisturí sino con motosierra, algunas provincias, sobre todo las que cuentan relativamente con una mayor solvencia financiera autónoma, están bellaqueando, sobre todo al ver que ese ajuste muestra que, en algunos aspectos, como en aquella granja de George Orwell, algunos son más iguales que otros. Por ejemplo, los gastos destinados a la nuevamente denominada SIDE, Secretaría de Inteligencia del Estado, manejada por el asesor estrella de Milei, el monotributista Caputo, Santiago Caputo, conocido por algunos como el “Mago del Kremlin”, por otros como “Thomas Shelby”, el personaje de “Peaky Blinders”.

Ante la disminución de la coparticipación federal, la baja del consumo y la caída de las actividades comerciales e industriales, los gobernadores provinciales, todos, convocaron al gobierno nacional a tratar la situación. Hasta el propio gobernador tucumano, Jaldo, uno de los primeros en ir a comer de la mano del gobierno nacional, sostiene que a la Nación le tiene que ir bien, pero con las provincias incluidas.

Un inteligente analista político, Ignacio Zuleta, sostiene que la figura que mejor describe la situación actual es la de un presidente débil que es una “cabeza sin cuerpo” (el oficialismo) y una fuerza que es un “cuerpo muy grande sin cabeza” (la oposición). Esta disfunción es grave: un presidente débil, que gobierna con voto prestado, y una oposición que, pese a su peso electoral y control legislativo, está descabezada. Es decir, parafraseándolo a Luigi Pirandello, varios protagonistas en busca de un autor.

La convocatoria al gobierno nacional de parte de los gobernadores, tuvo como objetivo lograr un reparto de las dos cajas sobre las que se sentó la administración Milei. Una es el Fondo del Combustible que existe como asignación específica con destino a obras viales. El otro es un porcentaje de los impuestos que se coparticipan bajo el nombre de ATN (Aportes del Tesoro Nacional), destinados a atender situaciones de emergencia y desequilibrios financieros.

Entre los argumentos que llevan los gobernadores a la Nación figura el aumento de la carga tributaria nacional, que pasó en la actual gestión del 22,8٪ al 23٪, mientras que la carga tributaria provincial bajó del 5,1٪ al 4,8٪. O sea que las provincias bajaron la presión de los impuestos, y el Gobierno nacional la aumentó. También las provincias rechazan lo de que la Nación tiene equilibrio fiscal. En realidad, dicen, tiene déficit porque no liquida los fondos que por ley tiene que girar a las provincias, es decir, no transfiere a las mismas los recursos que por ley está obligado a hacer. Cualquiera es superavitario si no paga las deudas que tiene. En otras palabras, el gobierno nacional se vanagloria del equilibrio fiscal, pero con “la nuestra”.

Los gobernadores dicen estar furiosos con Javier Milei porque les rebota las propuestas para enviar fondos a las provincias sin comprometer las metas fiscales y dicen que el gobierno les está robando la porción que les corresponde por Aportes del Tesoro Nacional (ATN). El giro de los gobernadores aliados es notable. El enojo del tucumano Jaldo se suma a las declaraciones del gobernador santafesino Pullaro, que con palabras punzantes advirtió a Milei que el país no saldrá adelante “con capital financiero y criptomonedas”; y el rionegrino Alberto Weretilneck dijo que el presidente “no conoce ni se preocupa por el interior”. El propio gobernador de Chubut, Ignacio Torres, cuestionó con vehemencia a los dirigentes políticos, entre ellos del PRO, que le “ceban el mate al armador de turno de La Libertad Avanza” para perpetuarse en los cargos, y tomó distancia de la idea de apoyar una posible reelección del presidente Javier Milei. Incluso, rechazó que haya un “acuerdo electoralista sin contenido real”.

Frente a ese desafío no son pocos los gobernadores aliados que están viendo de sumar sus diputados para blindar el reciente aumento a los jubilados que dispuso el Congreso, como mensaje directo a la Casa Rosada. Si embargo, pensamos que esa táctica es errónea porque le entregaría llanamente al gobierno nacional el argumento del equilibrio fiscal, que si bien es valedero, en realidad tras el mismo esconde su bandera del descenso de la inflación a cualquier costo que pretende hacer valer en octubre, sin importar que a la larga, como diría el vilipendiado Keynes, todos estaríamos muertos.

El argumento central que tendrían que esgrimir las provincias es el de necesidad de tener un presupuesto -recordemos que ya se prorrogó el de ٢٠٢٣ por dos años consecutivos- pero fundamentalmente deberían de una buena vez acordar un nuevo regimen de coparticipación, con lo cual, de paso, acatarían el mandato impuesto por la Convención Constituyente de 1994 que dispuso en Cláusula Transitoria que a partir de 1996 se lo darían, y, con ello, también, le cerrarían la boca al gobierno central y, a un tiempo, se evadirían de este Síndrome de Estocolmo que, paradójicamente, los paraliza.