La historia de la moda femenina va más allá de la ropa, simboliza la evolución de las mujeres, la subyugación de la que formó parte durante siglos y los pasos hacia la liberación a través de los años. Las prácticas para alcanzar el ideal de belleza siempre han sido estrictas y dolorosas.

 Como el vendado de pies de las mujeres en China para impedir que les crezcan o las padaung (mujeres cuello de jirafa) que llenan su cuello de aros para que se alargue lo más posible.

Existe una prenda que representó una de las costumbres de moda más dolorosas de occidente: el corsé, fundamental en la historia de la indumentaria femenina, presente desde siempre en la búsqueda de una figura de “8”, que de acuerdo con muchos estudios antropológicos, convierte a las mujeres en un codiciado objeto del deseo masculino. Siglos atrás eran elaborados con hierro y acero tal como si fuesen instrumentos de tortura. Con el tiempo se volvieron más flexibles gracias al uso de tejidos diversos y varillas metálicas, que tenían por objetivo moldear el cuerpo de la mujer. Ninguna se libraba de esta prenda, ni siquiera las embarazadas.

El término “corsé” viene de la palabra francesa cors que significa “cuerpo” en diminutivo. Sus orígenes se remontan a la antigüedad: en Creta, Grecia, Roma, Egipto y Siria se proponía su uso para afinar la silueta femenina con fines estéticos, pero también era utilizado para prácticas deportivas. Las pinturas renacentistas demuestran que las modelos ya usaban esta prenda, que era generalmente rígida e incómoda, con el mismo propósito: mantener la postura erguida, afinar la cintura, levantando o aplanando el busto, pero fue hasta el siglo XVI y XVII que el uso del corsé se popularizó como una prenda básica y usada por todas las mujeres sin importar su clase social.

 

Para a mediados del siglo XVIII, se convirtió en el centro de atención en la industria de la moda; los de las mujeres victorianas no apretaban y su uso no era diario —tampoco removían sus costillas de manera quirúrgica, ni les provocaba tuberculosis, ni les dañaba la columna. Sin embargo, su continuo uso ajustado les podía deformar la cavidad pulmonar y provocar el desplazamiento de órganos, sofocos y desmayos como consecuencia de la reducción de la caja torácica, por eso las damas de alta sociedad se reservaban el tight lacing a eventos formales como bailes o reuniones importantes.—

Se dice que después de la Revolución Francesa la pieza desapareció debido a que la Academia de Artes y Ciencias dictó que las mujeres bien vestidas de Francia no debían llevar zapatos, calcetas, corsé o medias, no obstante, esto duró muy poco pues las francesas prefirieron un aspecto esbelto y un cuerpo de reloj. También es conocida la leyenda  que afirma que Napoleón lo odiaba y lo llegó a llamar “El asesino de la raza humana”. Por supuesto que sus dos esposas usaban la prenda, la razón de su odio era política y militar, pues él consideraba que dicha prenda tenía efectos negativos en la natalidad y sus planes militares implicaban nacimientos masivos para futuros soldados para la patria.

 

El corsé continuó existiendo durante la Belle Époque, hasta que los años 20 con la revolución femenina  y una agradable  moral distraída se liberó la silueta femenina con prendas más holgadas y cortas que permitían a la mujer moverse con más libertad. La diseñadora Coco Chanel, quien odiaba la opulencia de la época, y por supuesto, la tiranía del corsé, se dedicó a construir diseños más andróginos donde la silueta del reloj de arena, era cosa del pasado y los pantalones se diseñaban ahora para mujeres.

El arribo de la bicicleta y por supuesto las mentes innovadoras de los nuevos modistos como el francés Paul Poiret —que creó un modelo sencillo entallado hasta los pies, pues encontraba ridículas las formas de busto curvo, cintura de avispa y trasero prominente— cambiaron la manera en la que las mujeres vestían su cuerpo.

Así fue como el corsé pasó a la historia de la indumentaria femenina como aquella prenda represora que las mujeres usaban a costa de cualquier molestia por alcanzar la belleza. Hoy el corsé existe y se ha retomado en algunas pasarelas como una prenda erótica de culto, pero ya no con  la cotidianidad del  época victoriana.

 

Fuente: Arantxa Castillo: El eterno femenino