En un periodo en donde los roles entre los sexos se encuentra en debate, conviene insistir en la necesidad sobre los roles autoimpuestos por la sociedad patriarcal. Particularmente en esta tierra gaucha y macha. (Gastón Iñíguez)
“(…) La identidad de los hombres de este tipo de sociedad (tribal) era muy frágil, pues podía romperse si no se mostraban a la altura de lo que les exigía su rol. Esto es precisamente lo que expresa el concepto de honor, pues si se perdía el honor se perdía también el reconocimiento correspondiente a la posición que ocupaba. El honor del hombre implicaba no ser dominado por una mujer, que ésta no le pusiera los cuernos y por sobre todo, no comportarse como una mujer”.
El párrafo de arriba pertenece a Dietrich Schwanitz en su libro “La Cultura” y más precisamente al capítulo Historia del debate sobre los sexos, donde el historiador contemporáneo alemán desglosa la eterna batalla de géneros y los roles autoimpuestos por la sociedad patriarcal. El párrafo hace referencia a cómo se origina la división entre el hombre y la mujer cuando sólo éramos un montón de tribus dispersas. Para diferenciarse de la mujer, el “hombre” necesita ser creado, dice el autor, se hace hombre solo a través de los ritos de paso e iniciaciones mientras que la mujer ya nace como mujer, no cambia es estable como la tierra, fértil, lista para recibir la semilla y así cumplir la función para la que existe; procrear y cuidar de la familia.
En este sentido nuestras sociedades actuales no han evolucionado mucho a pesar de haber pasado por caída de imperios, monarquías y revoluciones industriales. El honor del hombre (género masculino) sigue en jaque; se pone en discusión ante la nueva realidad de que existen hombres que hacen labores originalmente planteadas para ser exclusivas de la mujer y viceversa, como cuando se sienten desplazados de roles históricamente masculinos, como los lugares de mando o poder.
¿Sera por eso que una jefa mujer se convierte en “yegua”? ¿O que un hombre siempre se sentirá incomodo al recibir órdenes de una mujer? El trabajo doméstico y el cuidado de los niños son trabajos considerados benévolos, por tanto, femeninos y la revolución feminista del 70 no pudo hacer nada para modificar esta situación. No se crearon desde entonces las guarderías necesarias ni los jardines de infantes suficientes, no se han creado sistemas industriales de trabajo domiciliario que permitieran a la mujer emanciparse y al hombre quedarse en casa. El trabajo en el hogar adquiere un tinte de “artesanal” por lo tanto no tiene un valor más que simbólico para la sociedad.
Una parte muy interesante del libro feminista “Teoría King Kong” de Virginie Despentes plantea lo siguiente: “(…) Solo la madre sabe castigar, encuadrar y mantener a los niños en estado de crianza prolongada. El estado que se proyecta como madre todopoderosa es un Estado fascista. El ciudadano de la dictadura vuelve a la condición de bebé: con los pañales bien limpios, bien alimentado y mantenido en su cuna por una fuerza omnipresente que todo lo sabe, que tiene todos los derechos sobre él y todo ello por su propio bien”.
En este sentido lo que la sociedad ha conseguido instalar a través de la cultura patriarcal es la idea de que la mujer pertenece al hogar y el hombre a la calle donde debe entregarse al sistema para realizar tareas «productivas» y ser el sostén de la familia heteronormativa.
Por este motivo cuando un hombre, más aún en nuestra tierra gaucha y machista, no puede salir a trabajar porque perdió su empleo gracias a las recientes políticas impulsadas por el «cambio» o simplemente DECIDE por convicción quedarse en casa para ocuparse de su hijo o hija; cocinar, limpiar y cambiar pañales mientras su compañera sale a la calle para trabajar y crecer profesionalmente, la masculinidad entera entra en crisis; el pequeño macho ilustrado que llevamos dentro se retuerce mientras aflora el recuerdo de cómo te miraría el abuelo barbudo y severo o el juicio que dispararía letal en tu contra si estuviera vivo, el mismo juicio que aparece cuando tus amigos autodefinidos “progres” te preguntan “¿y…ahora…que vas hacer?” “¿a qué te vas a dedicar?” y el tono de desconfianza que cruza sus rostros cuando reciben la temida respuesta «quedarme en casa el tiempo que pueda para criar a mi hijo y hacer las tareas del hogar»…en esos momentos aparece la insinuación de que una alta traición al género
MACHO se está llevando a cabo en toda su expresión o que tu cabeza fue lavada por un discurso feminista… “che, capaz estás haciendo muchas notas sobre violencia de género”…
Entre chistes sobre como de repente te convertiste en la “Doña” de la casa te encontrás repitiendo fórmulas machistas y excusándote sobre la decisión de quedarte en casa y no contribuir financieramente para ser el proveedor absoluto de la familia. En este mismo sentido las mujeres que salen de su casa son tildadas de “malas madres” o que no se ocupan de sus designios divinos, cuidar de la prole y tener el inodoro más reluciente del barrio; a la vez que también deben ocuparse de sus obligaciones maritales con santa resignación a cambio de algún golpe de vez cuando si se les ocurre desobedecer o transgredir algún límite.
El modelo neoliberal extirpó una de las sensaciones más hermosas que puede vivir un ser humano y es compartir la crianza de un nuevo ser humano; generó máquinas productivas a la vez que convencen a las mujeres de que la maternidad es el último estadío de realización femenina y que es necesaria para poder escupir más seres humanos que no recibirán el cuidado necesario y serán sometidos a las vejaciones más horribles, el bombardeo de la publicidad y al consumismo desmedido; eso necesita el sistema neoliberal; poder generar más zombies que alimenten la terrible maquinaria.
Hoy se escuchan hombres lamentándose de que la emancipación femenina los desviriliza y quieren volver a una época donde la opresión a la mujer era moneda corriente porque entonces el cuerpo de la mujer era del hombre pero no se dan cuenta que el Estado patriarcal neoliberal necesita del cuerpo del hombre para la producción y el consumo en tiempos de paz y para el conflicto en tiempos de guerra.