Viajó tres veces a contener a sus ex compañeros, furiosos por despidos y controles. Los riesgos jurídicos.

Ernesto Sanz no quiso ser ministro de Justicia de Mauricio Macri pero sigue con trabajo: desde enero, apareció no menos de tres veces en el Senado para calmar a los senadores radicales, furiosos con la gestión de Gabriela Michetti.

La presidenta del Senado no se hizo querer mucho por sus socios de Cambiemos, que le recriminan haber incluido a muchos empleados suyos entre los despidos y, por si fuera poco, empezar con algunos controles de asistencia que no se veían desde la gestión de Carlos “Chacho” Álvarez.

Sanz mantiene una vieja relación con Michetti, que es amiga de su esposa y solía visitarlos en su residencia de San Rafael. La relación se quebró cuando asumió como senadora y Gerardo Morales la acusó de dejar acéfala una vocalía en una Comisión y permitir un dictamen del Frente para la Victoria.

Pero no tardó en recomponerse y convertir al mendocino en su referencia para entender qué pasaba en cada sesión. En esta nueva etapa, Sanz es el único intérprete con la vicepresidenta que imaginaron los senadores radicales y por eso lo hicieron venir de urgencia.

El primer estallido fue con los decretos que firmó para despedir a 2035, entre los que incluyó a muchos empleados radicales nombrados el último año. “Como desplazó a los temporarios y permanentes con un año de antigüedad, echó a secretarios directos de senadores de todas las fuerzas”, explicaron a LPO desde la UCR.

“(El presidente de la Cámara de Diputados Emilio) Monzó negoció con cada bloque y acorraló al FpV con los empleados de La Cámpora. Michetti hizo todo de una y nos perjudicó a nosotros”, explican desde el partido centenario.

El otro problema fue que Michetti dispuso los despidos mediante un decreto que eliminó a los otros que habían dispuestos los nombramientos, pero después se tomó un tiempo para analizar caso por caso e ir enviando los telegramas.

 

Finalmente, de los 2435 empleados despedidos por decreto (hubo otro con 400 hace unas semanas), sólo 1600 recibieron la notificación oficial y ese lapso podría traer problemas. “Muchos despedidos formalmente cumplieron el año de antigüedad como empleado en el tiempo trascurrido entre el decreto y el telegrama. Van a hacer juicio y no podemos frenarlos”, explican.

En sus apariciones, Sanz le pidió a Michetti algo que sus correligionarios no habían logrado: que deje de hablar del Senado como un templo de ñoquis, actitud que a muchos les recordó a la gestión de Carlos “Chacho” Álvarez.

Una historia la puso a la par del ex vicepresidente de la Alianza. Llegó una versión a la UCR de que Michetti habría querido ingresar en algunos despachos para controlar cuantos empleados había.

“Ni siquiera Chacho había hecho eso. En esa época mandaba a Vilma Ibarra a explicar los problemas de presupuesto. Pero jamás se puso por encima de un senador”, rememoraba un experimentado empleado radical.

Tras aquella pelea con el vice de De la Rúa los jefes de despacho firman la asistencia de los empleados, pero los papeles han tenido poca o nada utilidad por una sencilla razón: los propios senadores quieren que su gente pase algún día de la semana en las provincias donde son elegidos. Era lo que no quería aceptar Álvarez y ahora parece no gustarle a Michetti.

La tensión entre la vicepresidenta y los radicales ya puede verse en la dinámica del Senado. Ángel Rozas, jefe del interbloque Cambiemos, ni se involucró en la discusión por las comisiones y Miguel Pichetto, cuando quiere un interlocutor con el Gobierno, sólo acepta dialogar con Federico Pinedo, quien presidió dos de las tres sesiones que hubo. A la vicepresidenta todos las quieren lejos.

Fuente: la politica online