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Salud mental 1: Retazos de la locura en Salta

La reforma de la Ley de Salud Mental que reinstala la posibilidad de manicomialización, nos desliza a reproducir un artículo de Jimena Granados que Cuarto Poder recopiló en el libro “A veintiséis manos” en junio del 2013. Allí la periodista registraba el fin de la colonia psiquiátrica Nicolás Lozano en Salta.

La nota que Jimena Granados publicó en El Tribuno en el año 2012 bien puede considerarse una suerte de cierre para una serie de informes que ese medio produjo sobre salud mental. En 2010, el diario hizo un video para su página web que reflejaba el abandono del centro ubicado en Potrero de Linares; a ello le siguió un recurso de amparo que presentó la defensora oficial Natalia Buira para reclamar una mejor atención a los pacientes que estaban alojados en esta institución; días después el Gobierno anunció el cierre de la colonia psiquiátrica y el traslado de los internados al hospital Miguel Ragone; mientras el traspaso definitivo se concretó en agosto de 2010.

La colonia psiquiátrica se encontraba a unos 30 kilómetros de la ciudad y para llegar a ella había que dirigirse a la localidad de San Luis por la ruta nacional 51 y luego tomar un camino no asfaltado que se dirige hacia Potrero de Linares, recorrido que obligaba a cruzar dos ríos que en invierno pueden estar secos. Ese fue el lugar elegido para el alojamiento de pacientes psiquiátricos en una época en que se pensaba que debían estar alejados de la sociedad para no poner en riesgo la seguridad de los demás. Política que se fue debilitando con los avances de la medicina y la farmacología y que recibió el tiro de gracia en noviembre de 2010 cuando se sancionó la Ley nacional 26.657 de Salud Mental que prohibió la creación de nuevos manicomios, permite a los pacientes acceder a tratamientos ambulatorios y busca que las enfermedades psiquiátricas se atiendan en hospitales generales.

Celebrábamos ayer

La nota de Jimena Granados que luego Cuarto Poder incluyó en una publicación que reunió trece crónicas del periodismo gráfico salteño, se tituló “Historia del ‘loquero’ que quedó abandonado”, fue publicada por El Tribuno el 29 de noviembre de 2012 y estuvo precedida por el siguiente copete: “El centro Nicolás Lozano destinado a pacientes psiquiátricos se clausuró en 2010 porque consideraron que ya no era un lugar adecuado. El edificio tenía cuartos para aislar a personas en crisis. En sus habitaciones llegaron a convivir hasta 130 internados en los años ’80”.

A esa introducción le seguía el contenido que a continuación transcribimos: “Una pared tapada de números que escribió algún paciente es uno de los registros que quedó en las ruinas de la colonia psiquiátrica Nicolás Lozano, clausurada en agosto de 2010 porque se consideró que no cumplía con condiciones básicas para atender problemas de salud. Más de dos años después del cierre, no está claro lo que pasará con el lugar que, por ahora, muestra cómo se trató a la “locura” en la historia reciente.

Carpetas con dibujos que fueron parte de las terapias, hojas sueltas de alguna reseña clínica, imágenes del Señor del Milagro, letreros que desean felices fiestas y heladeras de medio siglo atrás son algunas de las cosas que quedaron abandonadas.

El centro se creó para alojar a personas con sufrimiento mental. Se inauguró en 1952, en una antigua finca que adquirió el Gobierno de la Nación a unos 30 kilómetros Salta Capital, en Potrero de Linares.

El predio llegó a albergar a 130 internados en los años ’80, con diagnósticos como esquizofrenia, trastornos paranoides y problemas neurológicos. Algunos habían pasado décadas en la institución cuando dejó de funcionar.

Una fila de cuartos construidos para encerrar a pacientes en crisis es el testimonio de métodos que se aplicaron en algún momento. “Hace mucho que habían dejado de usarse”, dijo Claudia Román Ru, secretaria de Salud Mental de la provincia. La funcionaria explicó a El Tribuno que estas prácticas quedaron superadas con el avance de la ciencia y la medicación, al igual que los chalecos de fuerza.

Hay que recorrer unos 15 minutos por un camino de tierra y cruzar dos ríos para llegar al centro psiquiátrico. El aislamiento de la zona fue el factor más importante que motivó el cierre, de acuerdo a la información oficial.

“Había problemas de comunicación. No pasaba el transporte público. Era muy difícil que los familiares hicieran visitas”, señaló Román Ru.

La funcionaria, además, aseguró que influyó una transformación de los tratamientos que se dio en los últimos años. “Hoy sabemos que es fundamental que el paciente esté integrado a su comunidad. Las internaciones deben ser cortas y se intenta buscar otras alternativas”, sostuvo.

El deterioro también pesó en la decisión. En 1978, la institución pasó de manos de la nación a la provincia. El mantenimiento de lo que la gente conocía como el “loquero” se hizo complejo.

“Lentamente… sin los recursos que poseía la Nación, la colonia fue decayendo, haciéndose cada vez más difícil responsabilizarse de los pacientes”, dice una reseña del médico Mario Rinderstma publicada en 1994.

“Hicieron bien”

Hace tiempo que la vegetación y los animales empezaron a avanzar sobre las instalaciones. Después de la clausura, el Gobierno de la provincia hizo pública la idea de que la Iglesia habilitara allí un espacio para personas con problemas de adicciones.

Del proyecto no volvió a saberse nada, y algunos lo miran con recelo. Es que la distancia y las dificultades de comunicación siguen siendo las mismas que hace dos años.

Los 70 pacientes que vivían en el centro en la última etapa fueron trasladados al hospital Miguel Ragone de Salta Capital. Algunos lograron volver a vivir con sus parientes y siguen haciendo tratamientos psiquiátricos.

Quedarán sin reconstruir partes de la historia que generan cierto misterio. Varios de los que trabajaron en el establecimiento prefirieron no dar su testimonio a El Tribuno sobre sus días en Potrero de Linares. “Hicieron bien en cerrar las puertas”, se limitó a decir uno de los profesionales.

El Gobierno de la provincia anunció la decisión de cerrar el centro psiquiátrico en febrero de 2010 y lo clausuró definitivamente en agosto de ese año. A los pacientes los trasladaron en etapas durante varios meses.

La colonia dependía del Hospital de Salud Mental Miguel Ragone, que antiguamente se llamaba Christofredo Jakob. Esta institución aloja hoy a las personas que vivían en Potrero de Linares.

“Estaban acostumbrados a vivir ahí, era su hábitat”

“Había pacientes que estaban acostumbrados a vivir en ahí, era su hábitat… Quizás el problema es que no les dieron la atención que necesitaban”, opinó el exgerente del centro psiquiátrico Nicolás Lozano, Adrián Álvarez Bueno, sobre la clausura. El médico dirigió entre 1991 y 1993 la colonia y el Hospital de Salud Mental Miguel Ragone de Salta Capital.

Los primeros días de febrero de 2010 la defensora oficial civil Natalia Buira presentó un recurso de amparo que denunciaba que la institución no ofrecía un tratamiento digno y pedía que trasladaran a la Capital a los que permanecían ahí.

La funcionaria reclamaba que la Justicia ordenara la urgente “reinserción social” de los pacientes y la “interrupción de la violación a los derechos humanos” que implicaba la falta de terapias adecuadas para rehabilitarlos.

Poco después de iniciada la demanda, se difundió la determinación oficial de cerrar la colonia. La decisión ya estaba tomada hacía tiempo de acuerdo a lo que dijeron entonces desde el Gobierno provincial.

Cuando se inauguró el lugar, la idea era que los pacientes participaran de actividades productivas. Pero el proyecto se desactivó con los años. “Inicialmente se autoabastecía de verduras y carne. Incluso se vendía leche. Pero eso fue quedando de lado y, al último, ya no había nada”, describió Álvarez Bueno. El predio tenía 400 hectáreas para cultivar. En lo que era una de las áreas administrativas, aún se pueden encontrar cuadernos con datos de las cosechas y listados diarios de las compras.

La colonia funcionaba en una vieja finca. Todavía está en el predio la casa de adobe del antiguo propietario, Mariano Linares, hoy casi derrumbada. El centro estaba organizado en dos edificios en los que se repartían habitaciones compartidas, consultorios y espacios comunes como el comedor. Quedó a medio construir una extensión que estaba destinada a un pabellón nuevo. A la ampliación no llegaron a hacerle los techos y hoy casi la tapa la abundante vegetación de esta fértil zona.