Pareciera ser cierto, nomás, aquello que aparentaba ser una mera leyenda urbana en  cuanto a que el presidente Macri no prueba ningún tipo de bebida alcohólica. Y estos chicos son tan homogéneos, tan estructuraditos, que parece que ninguno, a semejanza de su líder, las prueba.

Por Alejandro Saravia para Cuarto Poder

Es la única explicación razonable que encuentro al hecho de que los de Cambiemos no contesten rotundamente la argumentación central de los cristinistas: “…no pueden negar que antes estábamos mejor…”. Se entiende que cuando hablamos de antes estamos refiriéndonos a los doce años del kirchnerismo.

Es obvio que antes se estaba mejor. Cualquiera se siente mejor en medio de la fiesta. Mientras más comido y más bebido, mejor todavía. Uno se siente un súper hombre. Indestructible. El asunto es la resaca del día siguiente. Cuando de la descompostura y del dolor de cabeza que tienes ni siquiera puedes pensar en todo lo que has comido y bebido. El solo hecho de pensarlo te descompone más. Bueno, en ese momento estamos. En el de la resaca. Pareciera que los chicos Pro no la conocen. ¿Nunca se tomaron un vino?

Como la cigarra de la fábula, no la de María Elena Walsh, en el momento de pensar en las reservas por si las vacas flacas, liquidamos todo el capital que teníamos. El del Banco Central, el de las AFJP, el de la energía, el de la infraestructura, el de los superávit paralelos, hasta el capital histórico que significó el mentís a Raúl Prebisch respecto del deterioro de los términos de intercambio. Nunca nuestras exportaciones valieron tanto. La soja a 600 dólares la tonelada. De la Rúa la tuvo a 150. ¡Qué París…la Argentina era una fiesta!

Pues bien. Todo se dilapidó. Como ejemplo nomás: los subsidios al consumo de energía y transporte insumieron 140.000 millones de dólares. Del interior, de la periferia, al centro del país. Aún hoy en la CABA el combustible es más barato que en el interior. La energía igual. Los pobres subsidiando a los ricos. A las ganancias las embolsaron las empresas y sus socios gubernamentales y no se invirtió nada. Como diría el dictador Videla: se esfumaron.

¿Saben cuánto insumió el Plan Marshall que sirvió para reconstruir Europa después de la Segunda Guerra Mundial?: 60 mil millones de dólares a valores históricos.

El tema de la corrupción durante el anterior gobierno, que llegó a niveles de escándalo, tapó dos cosas: la pérdida de la oportunidad que la Historia nos brindaba para poner las bases definitivas de una economía en crecimiento autosostenido y el tremendo berretismo,  irresponsabilidad e ineptitud de los administradores de la última década. Esas dos razones hacen ya imposible el voto a quienes la protagonizaron gobernando.

A eso sumemos los antecedentes del peronismo respecto de sus contradicciones internas. ¿Recuerdan a López Rega y la Triple A y los muchachos de las formaciones especiales, a los Montoneros? Pregúntenle a Claudia Rucci si no recuerdan. ¿Qué pasará cuando discrepen Alberto y Cristina? ¿Se repetirá la otra leyenda urbana que dice que para callarla Kirchner hasta la sopapeaba? ¿A qué otro tren fantasma los argentinos nos estamos enfrentando? ¡Otra vez nooo!… decía aquella propaganda. Recuerdan?

A fuer de ser sincero, así como el kirchnerismo desperdició una oportunidad histórica para sentar las bases de nuestro desarrollo, por el flujo monetario con que se vio favorecido,  el macrismo hizo lo propio al dilapidar las condiciones históricas que se le plantearon para convocar a un acuerdo para un consenso general sobre el rumbo que debía tomar nuestro país, como consecuencia del fracaso populista. Adoptó, por falta de ideas, como numen ideológico a un gurú electoral y todo lo tiñó de ese color,  empantanándonos. Y resucitando fantasmas.

En ese pantano estamos, repitiendo una opción que se nos planteó ya hace cuatro años: Cristina o Macri. Entre lo peor y lo menos malo. Esa es la carga de dramatismo que conlleva el próximo, inminente, ciclo electoral.

Con un agravante: hay un tema que nadie toca pero hace esencialmente a nuestro futuro: el Tratado Mercosur-Unión Europea. ¿No creen que de allí podrían extraer algo esperanzador? ¿No creen que podría ser un desafío para entonar, para entusiasmar, colectivamente a nuestro país? Ese Tratado, como ya lo dijimos, es un punto de partida hacia la modernidad. No es un punto de llegada. Es nuestra inserción en el mundo. Mejor que la hagamos virtuosamente, no arrastrándonos. ¿Nadie tiene nada para decir? Lo mismo respecto de la denominada Alianza del Pacífico, integrada por Chile, Perú, Colombia y Méjico. Son desafíos que el futuro nos propone.

Hay que marchar hacia esos desafíos con entusiasmo, pero también con  conocimiento del rol que debemos desarrollar. Lo que está claro, creo, es que no podemos seguir con nuestro consuetudinario ombliguismo. Nos llevó a una rotunda decadencia. Y a hacer lo que estamos haciendo: tratando de elegir entre lo peor y lo menos malo.

Después de haber sido un punto de referencia, un faro que alumbró el derrotero de todos nuestros vecinos. Un país que estaba señalado para competir de igual a igual con los Estados Unidos. La verdad: nos quedó grande. Nuestro país y nuestra historia nos quedaron grandes.