La arquitectura y el urbanismo con perspectiva de género proponen cambios en el planteamiento urbano poniendo en el centro los cuidados y no lo productivo. Cuestiona desde el modelo de movilidad, en el que sigue primando el transporte en vehículo privado, hasta la percepción subjetiva de seguridad de las mujeres en las urbes.
En la tarea de convertir las ciudades en lugares más amigables para sus habitantes juegan diversos factores que van desde repensar los sistemas movilidad, las maneras de generar tranquilidad o las formas de dotar de mejor seguridad ciertas zonas cuando cae la noche. Sobre estas y otras cuestiones reflexiona la arquitectura y el urbanismo con perspectiva de género. «Se trata de hablar de las necesidades que tiene la gente en la ciudades cambiando el punto de mira desde lo productivo y lo privado hacia la sostenibilidad de la vida«, resume la socióloga y urbanista Blanca Valdivia.
Poner en el centro el cuidado de las personas e incentivar que las acciones «necesarias para la vida y para que el hogar funcione» se desarrollen de una manera más eficaz, comedida y menos costosa. La arquitecta Zaida Muxí especifica que una de las cuestiones primordiales es visibilizar lo que deriva de estas tareas y pensar cómo se le puede dar respuesta desde la arquitectura: «Hay gente que considera que la arquitectura son palabras mayores, que es arte, yo considero que la arquitectura es un servicio para la sociedad y por tanto ha de responder a las necesidades».
Bajo la crítica a una experiencia tradicionalmente catalogada como neutral, se plantean debates como el que cuestiona los modelos de movilidad que acogen las urbes. Cómo se ha planificado la ciudad es uno de los principales factores que condicionan el transporte. Muxí argumenta que la base de este siempre tiene que ser el moverse andando: «Hay que pensar en este orden, primero el caminar, después en la bicicleta y dar prioridad a otra movilidad menos contaminante y luego ya pensar en las variantes rodadas o motorizadas como el colectivo, el tranvía o el metro». Pero las ciudades siguen estando pensadas para favorecer el transporte en coche y no otros tipos de movilidades, clarifica Valdivia.
Los problemas de transporte se enfatizan en las zonas de las ciudades que se han pensado de manera sectorizada: «Construimos viviendas en terrenos alejados porque son más baratos, así se crean zonas residenciales a las que no llega el transporte público porque están pensadas para que la gente se mueva en su vehículo privado y al final cuando estudias quién se va a mover en coche, mayoritariamente lo hacen hombres. Hay un círculo donde se termina penalizando siempre a las mismas personas».
Aumentar la percepción subjetiva de seguridad
«Las mujeres dejamos de ir a ciertos sitios o de hacer ciertas cosas por miedo». Estudios sobre movilidad en diferentes partes del mundo demuestran que las mujeres se mueven de manera más sostenible, compleja y diversa durante el día pero esta se puede llegar a paralizar por la noche a causa del miedo. Esta sensación de inseguridad puede disminuir mejorando el entorno e incluyendo en las políticas de seguridad una visión holística e integrativa, afirma Valdivia.
En este punto hay que tener en cuenta que existen colectivos que sufren estas consecuencias en mayor medida. Uno de ellos es el de las mujeres que trabajan de noche. Es necesario analizar cómo el miedo afecta al uso y disfrute del espacio público por parte de las mujeres y concluye en la necesidad de revisar horarios y frecuencias y el Incremento de la señalización y mapas con información del transporte público, entre otras medidas.
La vulnerabilidad física y económica de ciertos grupos como el que forman las mujeres mayores que viven solas, las víctimas de violencia machista, las madres cabeza de familia y las migrantes es otro de los retos que se aborda desde esta perspectiva. Sánchez de Madariaga cuenta que es una forma de entender cómo «el hecho de ser mujer se entrecruza con otros factores». Muxí, por su parte, especifica que la perspectiva de género debe ser transversal e interseccional, no se hace mirando sólo a mujeres, ni sólo a mujeres de un tipo de clase, de un origen, de una cultura o de unas capacidades físicas determinadas.
Atender a la diversidad
Proponer una planificación urbana con perspectiva de género «es una manera de abordar la situación en la que hasta ahora no se había puesto el foco. Las ciudades estaban pensadas para una experiencia media neutra y no se miraba a la diversidad de experiencias vitales», recoge Sánchez de Madariaga para contextualizar el porqué de la ausencia de este planteamiento a la hora de organizar las urbes. Además, la arquitecta es optimista: «Yo veo mucho interés en todas las partes, interés en atender de manera específica una visión normativa que no atendía la diversidad», aunque recalca que hay que tener en cuenta que el urbanismo es un proceso que se hace a largo plazo.
Para lograr implementar este modelo, a juicio de Muxí se debería plantear presupuestos con perspectiva de género. «Es necesario observar y entender las diferencias que comporta ser hombre y ser mujer» aunque también apuesta por trabajar en ello con grupos de mujeres y mixtos: «No es suficiente observar porque hay experiencias que si tú no las tienes es algo intransferible», argumenta.
Para entender cómo se vive un barrio a través de las mujeres, explica Muxí, ellas no hablan de ellas solas, sino que hablan de todo ese entorno al que cuidan y que hacen posible. Si haces un trabajo más genérico y en el que participan más hombres te encuentras con que lo primero en lo que van a pensar es en las plazas parquin donde aparcar su coche.
También en las viviendas y otros espacios
Muxí relata que toda esta visión se pueda llevar a la vivienda y a su organización. En primer lugar, explica, tiene que ver con las tareas que se hacen en una casa para sobrevivir y cómo se responde a estas necesidades con la distribución de los espacios: «Una vivienda con una cocina muy pequeña dificulta, por ejemplo, el cuidar y el limpiar a la vez. Si la estancia tuviera un tamaño más grande, los niños podrían estar ahí mientras que quien los cuida compagina esa tarea con otra actividad. Hay que tener en cuenta que difícilmente se pueden separar estos tiempos, entonces lo que acaba pasando es que las personas que tienen que ejercer los cuidados es usar el tiempo de la noche para poder hacer el trabajo».
«Una casa con una cocina muy pequeña dificulta el cuidar y el limpiar a la vez»
Sobre el reparto de los espacios, Muxí cuenta que el ideal es que todas las estancias sean más o menos del mismo tamaño. Cosa que queda más que alejada de la realidad: «Lo que sucede en la práctica es que tenemos viviendas que suelen tener una habitación que en general es más grade con un baño privativo y unas habitaciones más pequeñas». Y de ahí surge un escollo, el que provoca una jerarquía familiar y una dificultad para que esa vivienda pueda ser utilizada por diferentes agrupaciones ya que está pensada para una familia nuclear que hoy en día tampoco es mayoritaria.
Además, la autora de Mujeres, casas y ciudades recalca que con la preeminencia que se le da a ciertos espacios mediante la dotación de más recursos o más metros con respecto a otros estamos queriendo decir algo, si solo arreglamos los baches de las calles, es que sólo importan los coches: «Estamos dando un mensaje, igual que sucede en el patio escolar, cuando un 80% del espacio lo ocupa un 20% del alumnado y el resto se queda en los bordes. Así también estás mandando un mensaje importante: de prioridad, de importancia».