por Alejandro Saravia

 

Dicen por ahí que sólo los niños y los borrachos dicen la verdad. Parece que también los que están bajos los efluvios de un flash psicótico. Me explico: los otros días, Eduardo Duhalde, ex presidente in extremis, dijo que pensaba que el año que viene posiblemente no se llegue a las elecciones, dando a entender, a partir de nuestra dislocada historia, que el proceso democrático podría ser interrumpido con algún tipo de golpe, atento a los extremos de anarquía y sinsentido a que se había llegado, o bien se estaría por llegar.

 

Claro, después desmintió sus dichos, pero lo hizo por tres cosas: por la autoconciencia del flash; por haber sido políticamente incorrecto, cosa que nuestros políticos no se permiten; porque si bien algo de razón tiene en cuanto a tener motivos de aflicción, el yerro viene en la dirección de los protagonistas. Acá hay dos sujetos sociales que pueden armar, una ya lo está armando, un quilombo de órdago: ella, la vice, por un lado; por el otro, el enorme ejército de desocupados, desvalidos y abandonados por esta sociedad maltrecha,  mal conducida y mal aprovechada.

 

Lo que en realidad Duhalde estaba haciendo, consciente o flasheado, fue marcar un límite a  destinatarios precisos, por lo que la interna peronista, que como todos saben, es el equivalente al amor entre los gatos, en el sentido zoológico del término, acaba de ponerse mucho más interesante que limitarse a adivinar por qué motivos un gris abogado como Alberto Fernández hace o deja de hacer algo, o dice o deja de decir alguna cosa.

 

Si bien esos dichos están dirigidos en primer término a esa interna, también, de rondón, se dirigen al otro bando, al de Juntos para el pretendido cambio que no se llevó a cabo. Es decir, fueron dichos dirigidos a los dos extremos que con sus respectivas formas de ser y de actuar, dislocan y perturban el desarrollo normal de la vida de las instituciones.

 

Duhalde lanzó una advertencia, pero también se metió en la interna peronista y en la de Cambiemos. Sencillamente dijo que si los extremos siguen reinando, esto va a ser un caos. Y en medio de un caos no puede haber elecciones. No se vota parado en los tablones flotantes del Titanic.

 

Quien entendió la jugada es Cristina que, como siempre, apretó el acelerador y lo arrastró a Alberto. Para ella, para quien la revolución imaginaria  está pendiente, y como tal va a morir pendiente, para ella, digo, cuanto peor, mejor. Lo único que importa es la impunidad.

A esa desquiciada compulsión apuntó Duhalde. A las ocurrencias de una persona que, en su disloque, arrastra a muchas, entre ellas al presidente. Tiene, entonces, un alto poder de fuego dado por su posicionamiento institucional.

 

A lo apuntado hay que agregar un dato. Un dato fuerte. Definitorio. Según Orlando Ferreres, con datos del INDEC, en las grandes regiones urbanas ya el gobierno anterior de Mauricio Macri había dejado un alto nivel de pobreza de 35,4% de la población total. Ahora, con el coronavirus, el aumento será de 17-22 puntos más para fin del año 2020. Macri lo había recibido en un 32% de Cristina Kirchner. Es decir, vamos de fracaso en fracaso, sin que nadie aporte al menos una cuota de racionalidad. Y, en estas condiciones, sin racionalidad habrá un caos. Ya no es Braden o Perón. Es racionalidad o caos.

 

Si hacemos una proyección, de acuerdo a como están hoy las cosas habrá que optar entre  Rodríguez Larreta o Massa. Insisto: a como están las cosas hoy. El primero es un gestor, el otro un audaz, a quien, a veces, se le atribuyan actitudes de ventajita. Los gestores sirven para administrar lo existente cuando lo que existe sirve, cuando es virtuoso. Los audaces para transformarlo cuando ya no sirve para nada. Y Argentina, Estado fallido, ya no sirve, hay que armarla de nuevo ¿Estará en eso Massa o seguirá dentro de la Armada Brancaleone?

 

¿Qué debe hacer Cambiemos? Pues, buscar su audaz. Su diferente. Y, aunque no se den cuenta,  ya lo tiene. Es Lousteau. Ya sea como candidato a presidente, o como jefe de gabinete de Rodríguez Larreta, con reales funciones de tal. Es decir, con facultades como para transformar absolutamente el Estado, que es uno de nuestros principales problemas. Al Estado argentino hay que armarlo de nuevo. No sólo al Poder Judicial. A todos los Poderes. Y a la relación del Estado con la Sociedad. Muy pocas personas están pensando en ello. Levis Yeyati puede ser uno. El propio Beliz. Facundo Manes. Es decir, para un mundo que va a ser distinto necesitamos personas que piensen distinto.

 

¿Qué debe hacer el peronismo? Abandonar los extremos. Modernizarse. Darse cuenta que el propio Perón advirtió ya en 1949 que su revolución social era imposible tal como la había concebido, por falta de sustento. Debe olvidar, el peronismo, que el próximo turno sea para la Cámpora o algo como lo que significa Moyano,  porque profundizará el caos. No puede seguir pensando con las ideas del 45 o de los 70. Eso es puro folclore o pura estudiantina.

 

Pues bien, a evitar ese caos apuntó el Duhalde flasheado, el políticamente incorrecto. Mientras,  Fernández debería procurar hacer una transición lo más prolija posible. Olvidarse de cualquier reforma. La de él, pero principalmente la de ella. Es decir, que actúe como lo que dice ser: un simple profesor universitario, al cual un hada madrina, no sabemos si para bien o para mal, sin esperarlo, un día aposentó en el históricamente denominado sillón de Rivadavia.

 

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