A Juan Andrés Berruezo lo conocen como «el morza».

“El Morsa” para sus amigos, se presentaba a sí mismo como un tabacalero modesto y un hombre de familia, pero ayer, lunes, y ante la Justicia federal de Salta, se calló la boca al negarse a declarar mientras formalizaban la imputación en su contra por ser el dueño de la mayor granja de marihuana ilegal de la historia argentina reciente. Gendarmería Nacional había allanado su finca ubicada cerca de la Ruta Provincial 122 en el departamento de Caldera, que había pertenecido a su padre y su tía y que luego Berruezo heredó.

Allí, le encontraron 7205 plantas que crecían con tallos gordos entre la maleza y más de mil plantines en germinación en carpas especiales de lona negra. Tenía su secadero especial, con más de 65 kilos de cogollo listo para fumar. También hallaron dos grupos electrógenos, fertilizantes e insecticidas, mochilas de rociado, equipos completos de jardinería. Había otras 2 mil plantas cerca de la casa principal de la finca, con dos autos, teléfonos, un par de armas de fuego y una prensa casera de hierro para compactar esos cogollos en ladrillos, como hacen los narcos de la selva del Paraguay.

Berruezo vivía en Monterrico, provincia de Jujuy, a unos siete kilómetros de distancia. Su casa fue allanada también, le incautaron documentación varia y 840 mil pesos. Su caída implica un cambio en la escena. Si “El Morsa” es realmente culpable, se convierte en un pionero. Es decir, no hay nadie así en el mapa de la Argentina en este momento. Al menos, no que la Justicia lo sepa. Nadie juega así de suelto en el negocio nacional de la hierba.

Para empezar, su perfil de vida no encaja con nada. Registros judiciales federales no muestran ninguna condena en su contra en primera instancia, ni siquiera una mención en un fallo del fuero. “El Morsa” es un hombre que dos años atrás posteaba selfies con su familia y de repente, según la imputación en su contra, se puso a plantar. Su detención no es una detención narco más en el noroeste argentino, con un elenco de jeques zonales como Delfín Castedo y paseros que se juegan la libertad en bultos ocultos en carrocerías en el límite boliviano de Salvador Mazza. Los narcos granjeros del Paraguay tienen las armas y las plantas, pero no tienen la tierra: le pagan veinte dólares por jornada a campesinos para que vayan y ocupen áreas arboladas en las grandes estancias ganaderas de Pedro Juan Caballero. Allí, montan sus campamentos productores que pueden tener dos o más hectáreas, prensan la cosecha y se van.

La PROCUNAR, el ala de la Procuración que investiga delitos de narcotráfico con los fiscales Eduardo Villalba y Diego Iglesias, y que cuenta con una división en el Noroeste, fue la encargada de imputarlo y lograr su prisión preventiva. La investigación es de largo aliento. Los fiscales todavía no pueden confirmar si Berruezo producía para un narco más grande, o si él mismo le vendía a intermediarios.

FUENTE: INFOBAE