Para muchos causó sorpresa la abrupta renuncia de la hasta esta semana ministra de Ambiente, Trabajo y Producción Sustentable Paula Bibini. Para otros no…
La funcionaria que provenía de una exitosa carrera privada, no pudo nunca hacer buenas migas ni con el gobernador Juan Manuel Urtubey (dicen en su entorno mas cercano, que no veía las horas que se vaya), ni con el resto de los integrantes del gabinete. Su carácter adusto y su cara avinagrada, tampoco contrarrestaban con una gestión sobresaliente, o al menos merituable, a la hora de pedirle que revea la presentación de su renuncia.
La peor parte se la llevaron sus subalternos, que espantados por el mal humor y la extrema desconfianza de la funcionaria a quien se referían como “Cruella de Vil”, optaron por emigrar en la medida de lo posible, a otras áreas. Y es que el trabajo, es sinónimo de progreso, además de una tarea beneficiosa para la salud mental, pero el entorno negativo generado por la funcionaria, tornaba el aire irrespirable.
Idéntico tratamiento recibían ex funcionarios de las distintas áreas que pasaron a conformar el super ministerio, en su intento de acceder a documentación que les permitiera culminar con trámites que habían quedado pendientes, y que les era negada sistemáticamente, haciendo fracasar cualquier gestión que no esté bajo el mando de la ministra.
Nada tiene que ver en todo esto los males que se le endilgan a la administración pública en detrimento de la actividad privada, de la cual proviene Bibini, aunque unos años atrás enfrentó una grave acusación, la de haber encerrado a trabajadores en una cámara frigorífica durante un control del Ministerio de Trabajo. (Ella lo desmintió, pero quedaron las dudas). Lo cierto, es que la ex ministra nunca pudo encajar en un sistema donde no fuese, la mandamás de su propio reino y por eso la retirada, que nadie extrañará.