Por Alejandro Saravia
En una histórica votación una abrumadora mayoría de 141 votos, 5 en contra y 35 abstenciones, la Asamblea General de las Naciones Unidas emitió una resolución de condena a la invasión rusa a Ucrania. Después de humillantes zigzagueos la delegación argentina votó también en el sentido apuntado. Con eso se estaba dando respuesta al poder de veto que aún conservan en el Consejo de Seguridad las cinco potencias triunfantes de la Segunda Guerra Mundial.
El vergonzoso zigzagueo de nuestra diplomacia responde a un cierto y patético paralelismo con la Rusia de Putin y el núcleo gobernante de nuestro país. Aunque allá, claro está, en clave de tragedia y, acá, de farsa. En efecto, en Rusia se juega caprichosamente un rol que la historia supuestamente le tendría destinado, según su propia percepción, al nuevo zar ruso, Vladimir Putin. Acá, el mismo destino histórico que su propia autopercepción tendría para la supuesta jefa del movimiento gobernante y, a la sazón, vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner. Ambos, Putin y Fernández de Kirchner tendrían, según ellos mismos, un destino superior en los anales de la historia grande de sus respectivos países. Allá, recrear el imperio zarista que hiciera grande a Rusia. Acá, el lugar de codearse, de igual a igual, con el propio San Martín. La madre de la patria.
Con esas hipótesis se explican los desvaríos que estas personas protagonizan. Y se explica, también, la emulación que de Putin pretende hacer esta zarina criolla. En esa emulación descree de la división de poderes que devendría, según ella, de la Ilustración que alimentó a la Revolución Francesa. Es decir, cosas viejas que deben ser sustituidas por ocurrencias de personas, ella misma, carentes de una mejor formación. Bastarían las intuiciones, la mayoría erradas, para conducir un país. Así le va a ese país. Lamentablemente, el nuestro.
El papel de Fernández, el presidente espantapájaros, es en algo equivalente al de Medvedev, presidente ruso puesto por Putin cuando éste no podía reelegir por limitaciones constitucionales. Se hizo poner como primer ministro. Ella, se puso como vicepresidenta. Ambos, aquel primer ministro y esta vicepresidenta, rodeados de mafiosos que se enriquecieron con los despojos de sus respectivos países. Nueva oligarquía de pésimas costumbres y gustos.
A la tragedia la estamos viviendo en estos días cuando vemos, impotentes e indignados, la invasión rusa a Ucrania. Crónica de un destino anunciado. Todo ello, bajo el paraguas del chantaje de un hipotético ataque nuclear de parte de quien es en estos momentos la principal potencia en la tenencia de esos malditos instrumentos de muerte y horror.
A la farsa la pudimos visualizar en el mensaje presidencial de apertura de las sesiones legislativas del 1 de marzo pasado, cuando, gestual y grotescamente, Alberto Fernández y Sergio Massa eran regañados por Fernández de Kirchner, en su rol de maestra de ceremonias. El problema surge cuando vemos que los regañados eran, a la sazón, el presidente de la República y el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación. Patético.
Una persistentemente sonriente maestra de ceremonias cuando se rendía homenaje a los muertos por la invasión rusa a Ucrania y a los muertos por Covid en nuestro país ¡Buen momento para sonreír! De empatía, nada. Esa misma sonrisa se prolongó y acentuó cuando parte de la oposición tomó el errado camino del retiro de la Asamblea por sentirse agredidos. Otra torpeza.
De ese desigual paralelismo, por lo visto, sólo podremos salir cuando alguien ponga en los correspondientes ámbitos un poco de cordura. En el campo de la tragedia, es decir, en el de la desigual lucha entre Rusia y Ucrania, las potencias económicas del mundo con la profundización de las sanciones a la nación invasora, a Putin y a sus amigos de la oligarquía rusa; las Naciones Unidas con el envío de cascos blancos al terreno de operaciones; y el propio ejército ruso para que interrumpa el diabólico encadenamiento entre un desquiciado megalómano y el botón nuclear.
En nuestro país, es decir, en el terreno de la farsa, el propio peronismo cuando de una vez por todas se decida a ser serio, a abandonar sus devaneos populistas, y a darse cuenta de que el gobierno de un país es algo lo suficientemente serio como para dejarlo en manos de otra megalómana con devaneos voluntaristas de una eterna adolescencia. Creo que nuestra propia historia nos muestra que merecemos algo más que eso.