El que tiene plata hace lo que quiere, eso está claro. Comprar espacios en medios nacionales es, no sólo probable sino altamente posible. Sobre todo, si sus millones vienen de generaciones anteriores, en las cuales lo ven como «el heredero» al sujeto en cuestión. 

Hablamos de Francisco Lavaque, marido de la intendenta de Salta Capital, Bettina Romero, otra «heredera» de la fortuna, la fama y el poder de su padre y de su abuelo al igual que él con la tradicional familia bodeguera Lavaque.

Mas que un beneficio, Pancho ve esta situación como algo que lo opaca. La falta de dinero es algo que ambos esposos no conocen ni de cerca, pero ella tiene dos cosas que él no: fama y poder y contra eso no puede. Por su carácter, es evidente que los pantalones en la relación los lleva ella. Él, es el marido que cuida los chicos y espera en casa. No tiene cabida en el mundo laboral de ella que hoy se circunscribe al predio de Paraguay al 1400.

Tampoco le dieron lugar manejando las finanzas del municipio, porque ese rol lo cumple su cuñado Juan Esteban. No le quedó otra que dedicarse al hogar y a algún pasatiempo que conozca desde niño. Ahí apareció la fabricación de vinos. “Cuando la vitivinicultura te atraviesa ya no hay vuelta atrás. Ese pasa a ser tu mundo», lo dice claramente el hijo de Rodolfo Lavaque, personaje clave en la industria del vino salteño; creador de la famosa bodega Finca Quara.

 

El camino personal de Pancho Lavaque en la vitivinicultura se abordó desde la Universidad de Davis, en California. Allí estudió una carrera que combina el trabajo en el campo y en la bodega, lo que lo transformó en viticultor y enólogo a la vez. De regreso a la Argentina, y pensando en el boom comercial que había desatado el vino australiano Yellow Tail con sus canguros amarillos en la etiqueta, le propuso a su padre el desarrollo de la línea Quara -llama en lengua aymara- con las coloridas llamas que hoy se ven en todas las góndolas del país y son un auténtico sello de Cafayate.

«Pensé en un animal que te lleve al lugar de origen de los vinos y en el norte la llama remite directamente a lo andino. Y luego los colores descontracturaron mucho al mundo del vino. Fue una etiqueta muy rupturista, y la línea de vinos fue muy aceptada en el mercado. Hasta el día de hoy la llama sigue siendo un ícono fuerte en las etiquetas de la bodega», explica en su entrevista evidentemente rentada en El Cronista.

Recuerda su etapa en Buenos Aires como “una vida muy empresarial”, con una rutina demasiado alejada del vino para él, responsable de vender 24 millones de botellas al año.  Así fue que en 2010 decidió emprender su propio camino: se asoció con el enólogo inglés Hugh Ryman, con quien iniciaron el proyecto Vallisto con uvas de una finca situada en la Quebrada de San Luis, donde nacieron, un malbec y un torrontés que son una interpretación muy diferente del terruño y del estilo clásico del NOA.

Su nuevo proyecto se llama InCulto, que toma su nombre de la forma en que se llama en los planos a los sectores no cultivados de la finca.  “Matías Michelini no conocía Cafayate, decía que si venía, iba a querer hacer vinos acá, como era de esperarse. Y así fue. En 2019 vino a Salta, soltó su explosión creativa y nos imaginamos juntos 10 vinos que elaboramos en esa misma vendimia”, explica Lavaque mientras disfruta de una paz y una invisibilidad que su mujer envidia.