Están acusados de armar una causa y de golpear a un joven.
Finalmente el juez Sebastián Guzmán Salustros ordenó la detención de Walter Ezequiel Omar Mamaní, Juan Giménez, Julia Díaz, Sergio Argañaraz y Franco Matías Vizgarra.

Los cuatro acusados son funcionarios policiales con revista en la Sub Comisaría El Dorado, de Apolinario Saravia.

Mamaní, se encuentra acusado provisoriamente de los delitos de abuso de armas agravado, privación ilegítima de la libertad y falsedad ideológica, vejaciones agravadas con fines de venganza, todo en concurso real (hecho ocurrido el 28 de junio pasado); en concurso real con privación ilegítima de la libertad y falsedad ideológica, también en concurso real (hecho ocurrido el 2 de julio de este año).

Giménez, por su parte, fue acusado provisoriamente de los delitos de abuso de armas agravado, privación ilegítima de la libertad, falsedad ideológica, vejaciones agravadas con fines de venganza, todo en concurso real (hecho ocurrido el 28 de junio pasado); en concurso real con coacción.

En cuanto a Díaz, Argañaraz y Vizgarra, la acusación provisoria efectuada por la fiscalía actuante es por los delitos de abuso de armas agravado, privación ilegítima de la libertad y falsedad ideológica, vejaciones agravadas con fines de venganza, todo en concurso real (hecho ocurrido el 28 de junio pasado).
Este video fue clave en la detención:

Quién es Mamaní y por qué tiene un posgrado en dibujar causas

El domingo 28 de junio a las 4:30 de la madrugada, el oficial Walter Omar Mamaní de la subcomisaría «El Dorado» de Apolinario Saravia se presentó en el domicilio de Iris Waideich junto a otros tres agentes. El objetivo era detener a su hijo de 22 años. El motivo: conducir su camioneta a altas velocidades, de manera zigzagueante, con la música a todo volumen e intentar atropellar intencionalmente a los uniformados. La mujer no tuvo tiempo siquiera de preguntarle a su hijo qué había hecho. Los efectivos lo agarraron del brazo, lo subieron a la camioneta y lo llevaron a la comisaría.
En el trayecto a la dependencia, el joven hizo un intento vano por entender el motivo de la detención. «¡Callate pendejo, no te aguanto más! ¡Ahora vas a aprender lo que es dormir en cana!», fue la respuesta de Mamaní, según consta en el descargo. Efectivamente, el muchacho permaneció detenido unas siete horas, en las que -según relató posteriormente- fue golpeado, amenazado y hasta salpicado con agua fría en cuatro oportunidades. «Te presento tu casa. De acá no salís más», le dijeron al momento de ingresar al calabozo.
En el relato posterior de los hechos, el joven recuerda: «yo estaba sentado y abrazaba las rodillas con los brazos para intentar entrar en calor, ya que hacía mucho frío dada la baja temperatura y que carecía de abrigo». Otras tres personas a quienes no pudo identificar le propinaron golpes en la cabeza y puntapiés, al tiempo que se burlaban e intentaban amedrentarlo de múltiples formas: «Golpeaban los barrotes de la puerta con un palo, cachiporra o similar», añade.
Hasta donde Iris recuerda, ese día su hijo había estado comiendo hamburguesas con otros dos amigos en su domicilio y jugando videojuegos. Alrededor de las 4 de la mañana, le pidió prestada la camioneta para llevar a uno de ellos hasta su casa. Media hora después, cuando el muchacho había retornado a su hogar, se desencadenó el escándalo.
El hecho acaparó la atención de la prensa local por la tranquilidad que caracteriza a la localidad de Apolinario Saravia y por tratarse de una familia de trabajadores de prensa. Tal es así que, al día siguiente del hecho, el comisario fue consultado por una radio local sobre los acontecimientos. «Muchas veces tratamos con personas en estado de ebriedad o bajo el efecto de alguna sustancia y estamos acostumbrados a sufrir esas situaciones», relató Mamaní al comienzo de la entrevista. Del otro lado del éter, Iris y su familia escuchaban atentamente. «El fin de semana radicamos la denuncia atentos a que se atentó directamente contra la salud física de los efectivos, (…) ya que, cuando se hizo parar el vehículo, estando los efectivos debajo del móvil, o sea en forma peatonal, el vehículo primero hace el amague de parar y luego arroja el vehículo contra mi persona, a fines de evitar el control policial» (sic). «Gracias a Dios no sufrí ningún tipo de lesión yo, ni el personal que tengo a cargo, por haber tenido la agilidad de reaccionar rápido», describió Mamaní.
Tras haber sido liberado, el joven fue denunciado por los mismos efectivos por los delitos de «agresión con arma impropia y resistencia a la autoridad». La única constancia que el hospital local le dio a la policía sobre su estado de ebriedad fue «aliento etílico», una figura ampliamente utilizada en el ambiente policial, pero descartada como prueba fehaciente en numerosos fallos judiciales.

La descripción de los hechos que Iris Waideich tuvo que escuchar por parte de la autoridad del pueblo no cerraba por ningún lado. Con el afán de esclarecer el caso, y seguramente con algo de olfato periodístico, salió en busca de pruebas para echar luz sobre lo acontecido. En ese transitar llegó hasta el Centro NIDO (Núcleo de Innovación y Desarrollo de Oportunidades) de Apolinario Saravia, donde (para fortuna de Waideich y desgracia de Mamaní) una cámara de seguridad captó todo lo que ocurrió esa madrugada.
El material fílmico es contundente. El joven denunciado conducía de manera recta a una velocidad no mayor a los 30 km/h por una de las calles adyacentes al centro NIDO. En la dirección opuesta, el móvil policial detiene su marcha en el momento justo en que los dos vehículos se cruzan. Cuando el joven ya había dejado atrás el patrullero, los efectivos descienden del vehículo y comienzan a efectuar disparos al aire. La cámara alcanza a captar nítidamente cuatro destellos de fuego. La camioneta blanca del muchacho acusado de querer atropellar a los uniformados en ningún momento es dirigida hacia la humanidad de los agentes; de hecho, el muchacho ni siquiera acelera su marcha para huir de la escena. El relato del comisario perdía, en ese momento, toda su verosimilitud.
En la denuncia formal presentada ante la fiscalía de Derechos Humanos, el hijo de Iris menciona también que, no hace mucho tiempo, uno de los oficiales presentes el día de la balacera le expresó en la vía pública: «qué hacés tontito y boludo. Cortenlá con lo que andan diciendo en la tele o la van a pasar mal». «Puedo suponer que lo querían asustar para que se escape y darle motivos para que vaya a gran velocidad. O simplemente agarrarlo al chico para asustarme a mí», teorizó Iris Waideich en diálogo con Cuarto Poder.
El cuestionado comisario también hizo su aporte en la bochornosa etapa de instrucción por el homicidio de las francesas Cassandre Bouvier y Houria Moumni. En la quinta jornada del juicio, Mamaní describió cómo fue que encontró los proyectiles que acabaron con la vida de las jóvenes, a 72 horas de haberse levantado los cuerpos. El oficial había sido afectado en 2011 a la investigación pese a que, por entonces, prestaba funciones en la División de Delitos contra la Propiedad. Esa mañana, Mamaní emprendió el rastrillaje junto a dos sargentos y un baqueano de nombre Omar «pajarito» Ramos, quien sería luego imputado por «encubrimiento» y más tarde condenado a dos años de prisión en suspenso.
Según el relato de Mamaní, el 1 de agosto de 2011 al mediodía encontró «dos plomos desnudos. Uno estaba a simple vista, el segundo debajo de una hoja». Por el lugar habían pasado más de un centenar de personas a lo largo de toda la investigación: peritos, bomberos, policías y hasta el propio juez Martín Pérez. Además, se realizaron minuciosos rastrillajes con detectores de metales de Gendarmería Nacional que no arrojaron resultado alguno.
Curiosamente, Walter Mamaní también fue quien secuestró tres días después el arma calibre 22 que coincidía con esas balas. Lo hizo en el marco de un allanamiento por robo ordenado por el juez Esteban Dubois en la casa de Raúl Sarmiento. En ese procedimiento no se encontró un sólo objeto de los que supuestamente se buscaban, sólo el revólver enterrado que terminó incorporándose como prueba a la causa. Más tarde, el juez Pérez se lo mostraría a Gustavo Lasi y éste se lo adjudicaría maliciosamente a Daniel Vilte.
El propietario de la vivienda en la que se encontró el arma fue exonerado por falta de pruebas. Se esperaba que su hijo Luis declarara más tarde que el revolver fue «plantado» en su domicilio, pero fue asesinado de una puñalada en octubre de 2013. Por el hecho fue condenado Néstor Fernando Rueda a 14 años de prisión, pero en 2017 esa pena fue reducida por la Sala Primera del Tribunal de Impugnación a 10 años.
Los sospechosos hallazgos de Mamaní en la investigación motivaron que su propio jefe, el comisario Néstor Piccolo, elevara un informe al juez Pérez sosteniendo que las pruebas habían sido plantadas.

Todos estos antecedentes tuvo el juez en consideración a la hora de pedir la detención. Tomó en cuenta no sólo la pena que podrían recibir en caso de ser considerados culpables, sino también la circunstancia de que todos los encausados son miembros de las fuerzas de seguridad, por lo que se entiende que cobra mayor relevancia la posibilidad de fuga. Además podrían influir o intimar a los testigos o al denunciante para que informen falsamente o se comporten de manera desleal o reticente.