Cada capítulo de la Biblia está segmentado en frases llamadas versículos; cada uno de esos versículos cuando es sacado de contexto pierde su sentido. En Twitter usted puede expresarse solo en 280 caracteres, es coautor de una colección de versículos descartables; si usted no entiende el contexto en el que se publica no puede entender el propósito de la red y, así, puede perder el sentido de la realidad. Por Javier Plaza

Es muy difícil para cualquier persona de a pie, hoy en día, conservar su privacidad, dignidad e integridad intelectual teniendo tantas posibilidades de expresión que llaman a la opinión inmediata, irreflexiva y furiosa. Las redes sociales seducen, encandilan e hipnotizan como luces a las polillas.

En la última década, la posibilidad de expresar una consideración en los medios de comunicación creció en forma exponencial  generando una tormenta de confusión. Somos cautivos de esta mega pajarera con el piso lleno de “el alpiste  del placer sensorial inmediato”. Replicar una reunión de consorcio en el mundo virtual a tiempo completo tiende a la decadencia y no a la  virtud.

“La opinión formada”, que se pone en juego, no es de fábrica particular, es un producto diseñado y distribuido que es consumido por personas que creen que eso es información nutritiva para la construcción de una idea.  En base a esos contenidos, que son promocionados por sujetos de carácter explosivo y con ciertas cualidades histriónicas para ser diseminados en la sociedad, se forma la opinión de la gente. Análisis tendenciosos, observaciones ligeras y agradables falacias que son rápidamente digeribles y evacuables nos han transformado en una masa de tipeadores seriales que pasan por alto la ortografía, la semántica y la sintaxis y en alocada carrera va a la caza de la atención de la mayor cantidad de personas para lograr su aprobación o una propuesta de  confrontación. En cada esquina de una red social nos encontramos con una gresca de bloqueo fácil  o una reunión de onanistas que celebran sus certezas compradas que consideran hallazgos que pueden cambiar al mundo.

Ese mundo hedonista salido de control tiene sus dioses, sus héroes, su realeza y sus gurúes divididos en dos bandos tratando de recrear el Nuevo Testamento de la Biblia Cristiana. Educadores y educandos se agrupan en torno a solo dos puntos de vista disponibles, formando dos polos en cuyo centro hay una idea a defender. Todo demasiado emocional. El amor a una idea asumida como propia no es otra cosa que una creencia.

Pero no todo es tan malo, llega un momento en el que esa pretendida réplica de la realidad muestra incongruencias – todas volcánicas y angustiantes- . Es tan agobiante el mundo virtual que cuando se vuelve la atención a la realidad, para escapar de él,  se puede ver y entender que durante muchos años tuvimos problemas serios, cuya solución postergamos hasta perderla de vista. Convencionalismos con los que cumplimos ciegamente por inercia o por estupidez son una pila de problemas y, entonces, aparece una urgencia del mismo volumen. Todo eso es en términos particulares y generales. No hay que superar el hastío, hay que enfrentarlo y sacarle el veneno como a una serpiente para generar  anticuerpos. A todos nos cabe las generales de la ley y todos somos afectados por la urgencia de opinar y tener razón, de exponernos y ser halagados; la diferencia puede estar en los costos según el rol social de cada persona.

Donald Trump llegó a la presidencia de los EE.UU. navegando en las turbulentas aguas del mundo virtual con sus excesos en la comunicación  y sus modos intensos que hicieron que, en solo cuatro años, pase de ser un personaje peculiar al generador de una atmosfera insoportable. En los últimos años de gestión y en su carrera por la reelección, causó un agobio y una polarización  que desaguó en una histórica participación  comicial   que colapsó un sistema electoral elitista y anacrónico. Trump generó una resistencia y una adhesión a su persona tan grande que desnudó las flaquezas estructurales  de una administración con deudas sociales atrasadas que jamás fueron atendidas de acuerdo a su importancia.  La pacificación salarial en muchas ocasiones no alcanza.

Joe Biden, su adversario, quien, por su edad y el desgaste de una extensa carrera política, había renunciado a sus pretensiones de sentarse en el sillón más cómodo del despacho oval, vio reverdecer sus ambiciones. Se transformó en el candidato más votado de la historia sin tener una pizca de carisma ni la elocuencia de Barack Obama o John F. Kennedy. Un hombre gris que había perdido su proyección  política, por obvias razones, alcanza la cúspide de su carrera gracias a un twitteador serial. De las tripas de Trump surge su propia Némesis, castigando su soberbia y desapego al sentido común del ejercicio de la política  incumpliendo  los estándares básicos. Más que de su gestión, sus logros y desgracias nacen de sí mismo. Donald Trump es un bocón, un buscabulla, amante de la exposición pública y la exaltación de la ventaja absoluta que anida en el poder financiero; es un hombre que representa al mercado, lugar que tiene una moral muy distinta a la de la administración del estado.  Pero, como ya dije, no todo es malo; gracias a Trump, los EE.UU. deberán replantearse su relato y su supervivencia en el siglo XXI en plena reestructuración de un mundo del cual no es demasiado diferente. Trump es un producto de los EE.UU.; un sujeto que nunca dejó de ser un muchacho de Queens y, por más, que haya intentado alejarse  el barrio, siempre vuelve… twitteando y gritando improperios; es un sujeto que tiene la corbata manchada de kétchup y mostaza de Mc Donald´s.

La tecnología digital ha hecho de nuestro mundo un lugar pequeño y en un lugar pequeño, aquellas cosas que parecen menores a menudo son determinantes. Joe Biden es un católico practicante que, seguramente, leyó la Biblia y conoce el Libro de Eclesiastés, de ser así, supongo que debe tener muy en cuenta el alto precio que se paga por la soberbia y la vanidad. Donald Trump, en el marco de una protesta, se mostró enarbolando una Biblia en la puerta de la iglesia de St. John en Washington ¡Mi guitarra Washburn yankee contra un frasco de alcohol en gel a que ni siquiera la abrió una vez en su vida! Como a todo habitante de las redes, la totalidad de la información le es necesariamente ajena para poder hablar de cualquier cosa si tener que cargar con el peso de la responsabilidad.

Usted se preguntará ¿Qué tendrá que ver la biblia con Twitter? Nada y mucho. Cada capítulo de la Biblia  está segmentado en frases llamadas versículos; cada uno de esos versículos cuando es sacado de contexto pierde, en forma parcial o total, su sentido. En Twitter usted puede expresarse solo en doscientos ochenta caracteres, es coautor de una colección de versículos descartables; si usted no entiende el contexto en el que se publica no puede entender el propósito de la red y, así, puede perder el sentido… de la realidad.