Por Alejandro Saravia

Quizás en la que sea la mejor —o al menos una de las mejores— novela latinoamericana, Manuel Scorza, en su Redoble por Rancas, nos cuenta lo sucedido con una moneda que perdiera, en la plaza de Yanahuanca, un pueblo de  Perú, el afamado juez Dr. Montenegro y que él mismo encontrara después de un año en el exacto lugar en que se le había caído. Ninguno del pueblo osó alzar la moneda que se cayó al “Doctor”.

María Luisa Bemberg, la cineasta argentina, que guionara o dirigiera notables películas como La Señora de nadie o Camila, dirigió en 1993 la que sería su última película, rodada en Colonia del Sacramento, Uruguay, y protagonizada por Marcello Mastroianni: “De eso no se habla”.

Del símbolo de  aquella moneda y de este mandato de silencio, se nutre una cierta complicidad social, un cierto encubrimiento colectivo, que beneficia a los que supuestamente son poderosos. El poder genera un temor reverencial. Una sumisión, que se torna delictiva cuando aqueja a los que tienen que aplicar la ley igualitariamente a todos. Hay, entonces, silencios y silencios.

¿Adónde voy? Pues, a lo que sucede en nuestra justicia federal y también en la justicia provincial. Y a lo que sucede en la sociedad. En todos esos ámbitos hay silencios cómplices, pero algunos son delictuales, otros no. Hay, como dijimos, silencios y silencios. Pero aquellos que no son delictuales por no figurar en el Código Penal tienen, sin embargo, el baldón de ser pecados o faltas históricas. Los silencios sociales se pagan en el tiempo con decadencia. Algo de eso nos pasa.

Los otros días un periodista nacional titulaba y desarrollaba su columna alrededor del interrogante de para qué quieren ganar, reprochándoles a los precandidatos presidenciales que ninguno dice qué quiere hacer desde el sillón presidencial. Es verdad, salvo en un caso: Macri lo único que dice, en su cortedad patética, es que éste es el camino. Con ello nos remite al “Síganme, no los voy a defraudar” que tanto daño nos hizo.

No basta con eso. Hasta el hartazgo reiteramos que se debe trazar el camino. El hacia dónde y el cómo. Se debe explicar hasta el cansancio. Como decía Fernando Enrique Cardoso: gobernar es explicar. Ya no alcanzan los globos amarillos o los bailes en el balcón presidencial, tan de mal gusto. Tampoco basta la eficacia electoral, que hasta ahora es la única que mostraron. 

No hay liderazgo y no hay audacia. Y no hay explicaciones, salvo, hasta ahora, la de Marina Dal Poggeto, economista reconocida, quien sostuvo que se asumió sin un programa, con la creencia de que el solo triunfo bastaría para doblegar la inflación y superar la decadencia. Una ingenuidad. Bueno, no bastó. Las pruebas están a la vista. 

Si Macri pretende ganar debe decir qué es lo que piensa hacer, cómo y con quiénes. No basta mostrar la gigantografía de un beso para el día de los enamorados en la fachada de la Casa Rosada. Eso es marketing. Espuma. Su silencio remite a más de lo mismo. Tampoco basta.

Y, gobernar también es liderar. Para un acuerdo básico, indispensable, se requiere un liderazgo sin mezquindades. Liderazgo, audacia e imaginación, acuerdos. Hasta ahora todos ingredientes ausentes.

Cristina ya dijo qué quiere hacer: reformar la Constitución para formalizar, en una nueva, un régimen autocrático, caudillezco, primitivo, decisionista. Y, obviamente, con el telón de fondo de la impunidad. El rumbo es Venezuela.

El peronismo federal se ahoga en su propia insustancialidad. Entre las veleidades massistas y las superficialidades urtubeicistas. También todo puro marketing.  Urtubey  debe superar, sin embargo, el test  del “huevo de la serpiente” del que hablamos ya en pasadas columnas. La provincia de Salta, gobernada por él desde hace doce años, refleja, en chico, lo que podría hacer en la Nación, es decir, en un escenario más grande. Sería algo semejante a lo hecho acá pero amplificado. Cada uno saque sus propias conclusiones…

¿Qué se logró después de 12 años?: un casamiento….

El callar todo esto nos convierte en cómplices. Por ejemplo: Cristina tiene hasta ahora 7 u 8 causas penales en su contra. A pesar de ello debemos reconocerle algo: en todas estuvo a derecho, como dicen los abogados. Es decir, cuando fue citada se presentó a hacer su descargo. El exgobernador Romero tiene 12 causas penales en contra y hasta ahora no compareció en ninguna. No se sabe nada de ellas. Las rodea el silencio. Es decir, peor aún que Cristina. Ni siquiera acató ni respetó al sistema judicial. Lo rodea el silencio de ese sistema y el de la sociedad. Eso se paga con decadencia, como ya vimos. Y con una trama de encubrimiento que cada vez se expande más, como una mancha de aceite: todo un sistema judicial prearmado y predispuesto para encubrir los enjuagues de este último cuarto de siglo provincial. 

Sí, hay silencios y silencios; pero todos con una característica común: ser estruendosos. En eso está nuestra sociedad y nuestras instituciones. Entre Scorza y la Bemberg.