El papel de las categorías de “izquierda” y “derecha” entre vaticinios de una nueva guerra fría latinoamericana. (Por Nicolás Bignante)

 

Las convulsiones desatadas a nivel regional, al margen de matices ideológicos y causales, conectan en su totalidad -en mayor o menor grado- con el elemento económico. El resurgimiento de la taxonomía de “izquierda” y “derecha”, a la que analistas de toda estirpe consideraban “caduca”, pone de manifiesto el origen de las rebeliones en distintos puntos del continente.

El factor sorpresa que buena parte de la sociedad expresa al tomar conocimiento de la existencia de revueltas en países como Chile o Colombia, sólo se explica desde el ocultamiento feroz que el establishment mediático hizo de la realidad social de aquellos países en detrimento de otras variables como el conflicto armado –en el caso de Colombia con las FARC- y la afamada “libertad económica” –en el caso de Chile-.

Las recetas del FMI y la profundización de las contradicciones de clase empujaron a los ecuatorianos masivamente a las calles, así como en Chile se enarboló la consigna “no es por 30 pesos, es por 30 años”; contraponiendo el aumento del transporte público con el inicio del proceso de liberalización.

El aparente detonante “institucional” del caso boliviano no fue suficiente para obnubilar las suspicacias desatadas en torno a la batalla por el litio y otros recursos naturales. Tampoco fueron suficientes las pantomimas de moral religiosa levantadas por los referentes del golpismo. Aunque la resistencia organizada en puntos clave como El Alto fue, en algún punto, la consecuencia de las afrentas contra la cosmovisión indígena y sus símbolos; en el seno de las movilizaciones estuvo siempre claro que la batalla es y será de clases.

Sin embargo la excepción que confirma la regla no es la del estado (por ahora) plurinacional, sino la del giro a la derecha en la república oriental del Uruguay. Allí, al margen de los presuntamente benignos indicadores económicos (tasas de crecimiento positivas desde 2003, altos ingresos per cápita, pobreza del 8%, etc.) el Frente Amplio encontró la derrota en las áreas rurales y más postergadas del interior. Por el contrario, solo se impuso en la gran ciudad de Montevideo y Canelones, casi el fenómeno inverso del registrado el pasado 27 de octubre en Argentina.

Aunque de fondo, la derecha uruguaya repose en las ideas de apertura económica y hasta la salida del Mercosur, Lacalle Pou cabalgó sobre las consignas del nacionalismo montado en cierta idea de “orden” para materializar su victoria electoral. Es allí que el partido de gobierno pierde, no por “populista”, sino por “progresista”. Fenómeno interesante a analizar.

No son pocos los que empiezan a advertir que América Latina avanza hacia un escenario cada vez más “ideologizado”. No sólo por los contrastes naturales entre nacionalismos/globalismos, progresismos/conservadurismos y otros binomios, sino por el carácter altamente movilizante y a la vez contenedor de estos debates.

La derecha latinoamericana, que arrastra las derrotas de la primera etapa neoliberal y de las dictaduras militares, encuentra sobrevida en estos tiempos en los debates sobre moral sexual, seguridad, institucionalidad, inmigración y un largo etcétera. Todo esto al calor de los avances impulsados por el movimiento de mujeres, el colectivo LGBT+ y las disidencias.

Los llamados nacionalismos populares, por su parte, aprovechan el desplazamiento de la discusión económica del centro de la escena ante escenarios cada vez más complejos: La caída de los commodities, la irrupción de China, el empeoramiento del índice Gini, entre otros.

Dos grandes debates aguardan para ser tratados el año entrante en Argentina: la despenalización del aborto (a instancias del propio Alberto Fernández) y del autocultivo de marihuana (impulsado por Máximo Kirchner). En paralelo, los sectores de la derecha disciplinada vaticinan un engrosamiento de sus filas considerando los 10,3 millones de votos obtenidos por el representante de Juntos por el Cambio en octubre.

Pese a estos intentos, el origen de las revueltas en cada uno de los puntos de la región y su posibilidad de sostenerse o destrabarse, parece circunscripto al plano material, y bien podrían explicarse por la ausencia de futuro de los jóvenes. En Chile, el presidente Piñera se mostró dispuesto a rediscutir la constitución pinochetista, pero se negó rotundamente a modificar el cuestionado régimen de jubilaciones y pensiones. La carnada “institucional” no sirvió para desactivar la enorme resistencia librada por estudiantes y trabajadores en las calles del país trasandino.

La juventud movilizada en todos los países de la región enseña que, al margen de aquellos intentos, las contradicciones materiales emergen como un elemento conductor en cada proceso y transgreden las fronteras de lo estrictamente gubernamental. Al igual que el capitalismo, la resistencia a sus embates reconoce una sola frontera: la de clases.