En una carta abierta, el teólogo y pastor metodista Néstor Miguez dijo que el diputado salteño no vive acorde a los mandatos de esa religión.
En una carta abierta el pastor de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, Néstor Miguez, le dijo a Alfredo Olmedo que su discurso de odio, violencia y represión no representa los conceptos con los que se maneja esa religión.
“Muchas de sus declaraciones y posicionamientos frente a diversos temas están muy lejos de las enseñanzas de las Escrituras y las doctrinas evangélicas. No se puede ser fiel al Sermón del Monte de Jesús y al mismo tiempo decir que se premiará a quien abata a otra persona. No se puede ser pacificador y propiciar la descalificación, la confrontación, el odio o desprecio por el que piensa diferente”, escribió Miguez.
La carta completa:
Permítame presentarme brevemente: Soy pastor evangélico (Iglesia Evangélica Metodista Argentina), con casi cincuenta años de ministerio. He servido en iglesias en las provincias de Mendoza, Santa Fe, Chaco, y en Buenos Aires, ciudad y provincia. Soy predicador que recorrió casi todo el país. También he sido docente en diversos seminarios y ocupado diversos cargos en varias organizaciones cristianas y seculares de derechos humanos y servicio al necesitado. Apasionado por el conocimiento bíblico y estudioso de la teología evangélica, al mismo tiempo he procurado ser abierto y dialogar con todos los credos. No es una enunciación de méritos; simplemente para que conozca algo de quien ahora le dirige esta exhortación. Lo hago a título totalmente personal, y no desde ningún mérito, función o jerarquía en las que no creo.
Por su parte sé de Ud. que es una persona de abundantes recursos económicos, terrateniente con tierras obtenidas por herencia y dádivas. Se ha dedicado a la política, donde alcanzó una banca de diputado y ahora se postula para la presidencia de la Nación. He escuchado sus intervenciones y reportajes en distintos medios. En los últimos tiempos he notado que ha destacado su fe evangélica, y que incluso se presenta con un ejemplar de la Biblia en las manos. Es por ello que ahora le escribo.
Ser evangélico es experimentar la gracia y misericordia de Dios, y procurar vivir de acuerdo a las enseñanzas de nuestro Señor Jesús, el Cristo. Es tener el gozo del Espíritu de Dios y guiarse por las Escrituras. Por cierto que la vocación política no está reñida con ello, por el contrario, puede ser una clara oportunidad de servicio, siempre que la ambición de poder no termine por destruir el sentido de amor y justicia que debe guiarnos.
Sin embargo, advierto que muchas de sus declaraciones y posicionamientos frente a diversos temas están muy lejos de las enseñanzas de las Escrituras y las doctrinas evangélicas. No se puede ser fiel al Sermón del Monte de Jesús y al mismo tiempo decir que se premiará a quien abata a otra persona. No se puede ser pacificador y propiciar la descalificación, la confrontación, el odio o desprecio por el que piensa diferente. No se puede ser anunciador de buenas nuevas a los pobres, libertad a los cautivos, sanar a los de quebrantado corazón, liberar a los oprimidos (Lucas 4:18-19), con un discurso que ignora nuestra responsabilidad por las injusticias cotidianas, que solo le interesa cierto moralismo discriminador, que justifica un sistema de desigualdades extremas.
Por cierto la Biblia nos indica un camino ético en cuanto a la sexualidad, en el cual Ud. ha puesto énfasis, aunque su propia vida dista de ser ejemplar en ese sentido. Pero la Biblia también indica que deben perdonarse las deudas, que se debe redistribuir la tierra cada cincuenta años, que no se debe prestar a interés, que se debe ser hospitalario e incluso amar al extranjero, dar refugio al perseguido, que se debe sostener a la viuda y al huérfano, que se debe socorrer al desvalido, que se deben pagar jornales justos y puntualmente, que no se debe explotar a los jornaleros. Jesús echó a los mercaderes que especulaban con el cambio de moneda en las puertas de Templo, confrontó a quienes lucraban con la fe de los sencillos, acusó a quienes abusaban del poder y explotaban a los humildes, y a los hipócritas que se llaman religiosos pero que en su vida y práctica solo se adoran a sí mismos, que demandan sacrificios a otros que ellos no cumplen, pero que viven en el lujo. No le he escuchado a Ud. siquiera mencionar estos temas; al contrario, a veces sus palabras y hechos parecen justificar lo contrario.
Jesús exhorta a repartir la riqueza entre los humildes (Lucas 12:32-34). Nos señala que alimentar al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, visitar a los encarcelados y cuidar de los enfermos es servirle a él (Mateo 25:35-45). Santiago nos advierte sobre la discriminación al pobre, la especulación con el grano y la acumulación de riqueza y el incumplimiento en los jornales. San Pablo nos dice que el amor al dinero es la raíz de todos los males y que los ricos de este mundo deben ser generosos en buenas obras (1ª Timoteo 6:10, 17-19). Estas deben ser las prioridades en el programa de un creyente evangélico que busca servir a Dios y al prójimo desde la política.
Por eso, hermano Alfredo, le exhorto, si ha de presentarse como un creyente evangélico, a que indague más a fondo en las Escrituras. Se nutra del pensamiento de los teólogos que seriamente han reflexionado sobre la responsabilidad social, pública, política, de quienes recibimos la gracia de esta fe. Siga el ejemplo de otros y otras evangélicos que a lo largo de la historia de nuestro país han sido faros en la integración escolar de las niñas (Juana Manso), del cuidado de la niñez en riesgo (William Morris) que han defendido la educación pública, gratuita y laica, las libertades democráticas y la vigencia de los derechos humanos.
Le exhorto a que enmiende su camino de vida y cambie su mentalidad según la voluntad divina, como nos pide el apóstol Pablo (Romanos 12:2). Ser evangélico no es cuestión de moda o marketing electoral: es ser consecuente con una visión de vida llena de amor y gracia. Ser evangélico es más que ir al culto y practicar ciertos ritos: es un compromiso de vivir la fe en cada vocación, de conducirse de acuerdo al Evangelio. Es amar al prójimo, incluso a quien me lastima, y no matarlo o mutilarlo. Es procurar la justicia que preserva la vida, no la que la quita. No tiene sentido defender la vida intrauterina, y luego despreciar la vida del joven o el adulto, diciendo incluso que mataría a su propio hijo si lo ve en una manifestación. Nada más lejos del Evangelio. No podemos pedir la gracia de Dios para nosotros y negarla para los demás. Jesús anunció el paraíso también al bandido que era crucificado con él.
No quiero ser ingenuo. Sé que vivimos en un mundo donde abunda la violencia, donde algunos empujados por la miseria y otros por la ambición, explotan a sus prójimos, roban y asesinan. Sé que son necesarias leyes claras y justas (para todos y todas) y fuerzas que las impongan. Pero todo ello debe ser hecho con un espíritu profundamente democrático, respetuoso de la dignidad de todas las personas y pueblos. El testimonio de los creyentes, lejos de exacerbar el prejuicio y la venganza, debe contribuir a una mayor justicia social, a la paz y la vida abundante. El evangélico no se guía por las encuestas, el favor periodístico, o la moda dominante, sino por la Palabra de Dios.
No me toca a mí decir quién es evangélico y quién no. Yo no soy quién para juzgar la fe de otros. Pero sí debo decirle que, como evangélico, sus declaraciones no me representan. No puedo sino diferir profundamente con sus expresiones, no por estar en una posición política diferente, sino por respeto a la Palabra de Vida que amo y predico.
Le saludo en el amor de Cristo,
Nestor Miguez