El periodista Darío Illanes recordó a Melani y Octavio Leguina, asesinados el 3 de mayo de 1998. El caso conmocionó a todos los salteños mientras las autoridades de entonces demoraron una semana en encontrar a los niños muertos y 10 meses para dar con los sospechosos que un año después fueron condenados.

El escrito de Illanes fue publicado en el portal Norte Social. A continuación lo transcribimos íntegro:

“Como parte de la rutina periodística en el diario El Tribuno de Salta, el 3 de mayo de 1998 llamé por teléfono a la subcomisaría de Villa Asunción. Poco antes, desde la oficina de prensa de la Jefatura de Policía me habían contado que esa dependencia policial había recibido la denuncia de María Rosa Pereyra por la aparente desaparición de sus dos pequeños hijos.  Juan Carlos Romero gobernaba la provincia.

El oficial que me contestó confirmó el dato. Y amplió la información contando que los chicos se llamaban Octavio y Melani Leguina, de 6 y 9 años respectivamente, quienes habían salido a las 7 de la mañana desde la vivienda en el asentamiento Alto La Viña, rumbo al comedor “Casita de Belén”, en el barrio San José, y a una escuela cercana. No desayunaron ni entraron a sus aulas.

El funcionario relativizó la denuncia hecha por la madre de los chicos, diciendo “seguro se escaparon y están en el centro (de la ciudad de Salta) metidos en algún (local de) videojuegos”. Además del disgusto por el prejuicio clasista hacia niños pobres, la información me dejó una fea impresión.

Decidí seguir mi intuición. Insistí consultando novedades acerca de los chiquitos; cansinamente, el oficial me respondió “no hay nada; ya te dije, estos chicos están vagando por el centro”.

Alrededor de las 15 volví a llamar a la subcomisaría. “Mirá, no te puedo contar mucho, pero encontraron una mochila en San Luis (localidad distante a 10 kilómetros del camino que realizaban los niños, ubicada a la vera de la ruta nacional 51, que conduce a Chile). Llamá a la Brigada (de Investigaciones)”, dijo, con tono preocupado.

Poco después llegué al lugar y comencé a investigar y escribir acerca de estos niños desaparecidos. Al otro día, la desaparición de Octavio y Melani Leguina fue título principal del diario, y así continuó siéndolo hasta la peor noticia: los hermanitos fueron encontrados, con sus cabecitas destrozadas a pedradas, en un descampado de La Silleta.

La zona, supuestamente, había sido rastrillada por centenares de policías. Los estudios posteriores demostraron que Octavio y Melani habían sido asesinados poco después de sus secuestros. Los chicos fueron drogados con cocaína por sus captores, sus cuerpitos quemados con cigarrillos y la nena violada salvajemente.

Un dato obtenido por uno de los investigadores me hizo llorar cuando lo escribí en aquel momento y aún me estremece: en las manos de Octavio había cabellos, los cuales hicieron pensar que los exámenes forenses lograrían determinar la identidad del o de los atacantes. Pero el análisis determinó que los pelos eran del propio niño. Se los había arrancado el mismo, horrorizado al observar las atrocidades que le hacían a su hermanita.

Fallas policiales y judiciales

Los cadáveres de Octavio y Melani fueron encontrados el 10 de mayo de 1998, por un vecino de La Silleta, una semana después del secuestro, violación y homicidios, en el mismo lugar donde la Policía aseguró recorrer con 1500 efectivos.

La ineptitud fue tal que los cuerpitos fueron advertidos por un poblador, quien primero sintió olores nauseabundos, y luego, al acercarse, encontró a los chicos con las cabezas destrozadas. Este hombre fue detenido por la Policía. Como también un pobre indigente que vivía en un rancho cercano. Las sospechas se basaron en algunas revistas con fotografías de mujeres desnudas.

Desde aquel 3 de mayo de 1998, los padres de las criaturas fueron señalados como sospechosos. Algunos policías, con aval de superiores, basaron sus pesquisas en un vidente, que no acertó una.

Diez meses les demandó a los investigadores detener a dos sospechosos. Eran salteños, adictos a las drogas, marginales: Alejandro Torrico y Ariel Brandán.

El argumento contra Miguel Leguina fue que se había quedado con droga o dinero proveniente del narcotráfico. Los secuestros, violación y asesinatos eran la vengativa respuesta.

La investigación periodística realizada durante más de año y medio nunca me dio ni siquiera un indicio cercano a tal rumor. Finalmente, el juicio no comprobó culpa en los padres. La duda que dejó el veredicto del Tribunal sobrevoló acerca de la participación de Brandán.

Las únicas certezas fueron los horrores sufrido por los pequeños; y luego las desprolijidades del juez, quien ordenó detenciones absurdas y “seguimientos”, incluso a este periodista.

Un monolito recuerda a Octavio y Melani. Se encuentra al costado sur de la ruta nacional 51, doscientos metros al oeste del cementerio de La Silleta.

En ese lugar, el 3 de mayo de 2015, padres, hermanos, amigos, salteños sensibles, irán a homenajearlos”.