A partir de la aprobación de una “zona roja legal” recurrimos a una investigación que hace una genealogía del trabajo sexual en Salta. Cambios en la percepción de los cuerpos, criminalización de la prostitución e intentos por legalizarla. (Andrea Sztychmasjter)

Andrea Flores es antropóloga y feminista. Sus trabajos se inscriben en líneas de investigación que articulan los estudios de género, perspectivas sobre la construcción de las corporalidades y las discusiones biopolíticas. Con su tesis de licenciatura “Del ocio al trabajo sexual. Genealogía de cuerpos abyectos” indagó en las problemáticas de la prostitución y el trabajo sexual en Salta. En uno de los capítulos de su extenso trabajo aborda la prostitución como una nueva problematización social y realiza una trayectoria histórica a través de diferentes archivos (ordenanzas municipales, leyes, decretos provinciales, etc.) que permiten ver cómo se van reglamentando las casas de tolerancia en nuestra ciudad y cómo, por primera vez, “las prostitutas” se encuentran nominadas y su actividad es regulada por legislación.

Es en marzo de 1889 que aparece en nuestra ciudad la primera ordenanza municipal que reglamenta las casas de tolerancia, reseña la investigación y señala: “Hasta esa fecha la prostituta no era calificada y juzgada como tal, sino como una mujer ociosa y vagabunda; era perseguida por el delito de ser pobre, por ser vaga y mal entretenida, apareciendo considerada en leyes más amplias. Pero a partir de la ordenanza mencionada se establece un nuevo dominio de objetos: la prostitución y los cuerpos de las prostitutas”.

De acuerdo al Reglamento de los servicios de Policía de 1856, la pena para aquellos/as que fueran aprehendidos/as por el delito de ser vagos/as y mal entretenidos/as eran diferentes según se tratase de hombres o mujeres. Para los primeros, consistía en “conchabarse” o ser destinados “a un arte u oficio que ellos elijan, entregándolos al patrón o maestros que también eligieren para que trabajen y aprendan a vivir del fruto de su trabajo”. El caso de las mujeres es distinto: las “ociosas vagabundas” serían perseguidas por la Policía y destinadas al servicio doméstico gratuito en las casas de la elite oligárquica de la sociedad salteña. Si abandonaban la casa serían “perseguidas hasta ser aprehendidas, en cuyo caso serían obligadas a volver a la misma casa, con encargo de ser corregidas y sujetadas a una conducta religiosa y moral. En caso de reincidencia serian destinadas al servicio del Hospital, de donde no podrán salir sino para casarse, si fueren solteras, o bajo garantía de persona abonada que responderá de la corrección de la garantida”.

Hacia el año 1865 se suma otro destino para las mujeres “vagas y mal entretenidas”: la Casa de Corrección. La Policía era la encargada de “llenar aquella oscura gruta de mujeres livianas que se convertirán en otras tantas Penélopes una vez que pasen a servicio de la casa que se piensa establecer con el objeto de enseñarles a trabajar.”, describía el diario La Reforma en 1882.

Me llaman puta, también princesa

Como dijimos, en 1889 aparece la primera ordenanza municipal que reglamenta las “casas de tolerancia” y a partir de allí las mujeres dedicadas a la prostitución debían inscribirse en un registro de la Municipalidad. “Para poder ser admitidas en este registro debían ser mayores de edad y estar ‘sanas de enfermedades venéreas’. A partir de la inscripción, debían ‘someterse a la inspección y reconocimiento médico siempre que fueran requeridas por el médico visitador de la casa’. Asimismo, las meretrices debían exponer estas libretas en sus habitaciones en las casas de tolerancia en las que trabajasen y ‘exhibir su libreta cada vez que se les exija’”, reseña la investigación de la U.NSa.

Otras de las reglamentaciones municipales indicaba que las casas de tolerancia debían “estar cuando menos a dos cuadras de distancia de las casas de educación, templos y teatros”  y debían “tener constantemente cerradas sus ventanas, cuando menos por medio de celosías”.

Según explica Andrea Flores en su investigación, a partir de este momento se comienza a “distinguir” por un lado las prostitutas de las ‘vagas y mal entretenidas’ y, por otro lado, las meretrices habilitadas de las meretrices clandestinas; entonces aparece una tercera instancia de control: la beneficencia. “Al igual que lo que sucedía con las vagas y mal entretenidas, las prostitutas clandestinas eran enviadas o al servicio del Hospital o a una casa de reclusión, que antes se trataba de la Casa de Corrección y posteriormente la Casa del Buen Pastor”.

Mientras que hacia la década del 20, comenta la antropóloga, entra en juego una cuarta instancia de control: el dispositivo higienista. A las mujeres se les exigía someterse “a la inspección y examen médico, dos veces por semana o siempre que el Director de la Asistencia Pública estime necesaria, no pudiendo faltar sin causa justificada a la hora y días señalados”, debiendo concurrir al Dispensario Municipal, donde el médico de turno hará un ‘informe favorable’ donde se deberá “anotar su estado de salud, con las palabras sana, enferma, menstruación”.

Para poder ejercer la prostitución además se especificaba que debían ser mayores de 22 años y en caso de ser menores, pero mayores de 18, podrían hacerlo “siempre que no mediare reclamación de sus padres, tutores o autoridades competentes.”. “Una vez inscripta y con el informe favorable del médico de turno, cada mujer recibirá gratuitamente una libreta numerada a la que se le adherirá la fotografía que la misma interesada deberá llevar”. Mientras que ya en 1922, se establece que “en todas las habitaciones de dichas casas es obligatorio bajo pena de diez pesos de multa, fijar carteles que la Comisaría General proporcionará gratuitamente, en los que se transcribirá reglas de profilaxis contra las enfermedades venéreas, sifilíticas y contagiosas en general.” Y exige a las dueñas o regentas “la observancia de todas aquellas medidas de moralidad, seguridad e higiene.”

En cuanto a los espacios en donde la prostitución podía ejercerse en la ciudad, el trabajo señala: “Imaginemos una cuadrícula en la que el poder va mapeando los lugares a los que se puede ir, dónde y cómo se puede estar y adónde no podemos o no debemos ir”, para así describir que en 1927 se incorpora una clasificación de las casas de Tolerancia, a la vez que se las distingue y distancia de otros espacios. Las casas de tolerancia de categoría A, podían instalarse en las calles San Luis desde Ituzaingó hasta 10 metros antes de llegar a Florida. Las de clase B, no podían instalarse dentro del perímetro comprendido más allá de las calles Lerma, de Urquiza a Caseros; Güemes, de Pueyrredón a Deán Funes; y las calles España, de 25 de Mayo a Sarmiento.

En 1963 -durante el gobierno provincial del Interventor Federal Ingeniero Pedro Félix Remy Sola y bajo la presidencia de José María Guido- por Decreto Ley Nº 262 10, se dispone que “queda prohibido en todo el territorio de la Provincia el establecimiento de casas o locales donde se ejerza la prostitución o se incite a ella en cualquier forma o modalidad”. De la misma manera, durante el Proceso de Reorganización Nacional, mediante Ley y bajo el mandato del Capitán Roberto Ulloa, la práctica de la prostitución es prohibida en agosto de 1980. “Después de casi un siglo de reglamentación de la prostitución y de controles sobre sus cuerpos, la prohibición recae sobre esta práctica hasta nuestros días”, refleja el trabajo.

“La madama”

No son pocos los que coinciden en nombrar a María Grynsztein más conocida como la “Rusa María” como la encargada de “cambiar la noche en Salta”. Esa polaca que vino a nuestra ciudad en la década del 20 fue, según cuentan, quien instaló los cabarets y prostíbulos que regenteaba a mujeres de diferentes nacionalidades. Hasta escritores como Osvaldo Soriano en “Rebeldes, soñadores y fugitivos”, hicieron mención a esta mujer que, en palabras del sociólogo Alberto Noé, “introdujo la modernidad en estas tierras”. Los cabarets de la Rusa María, cuenta Noé, eran lugares donde “había espectáculos, se encontraban políticos, empresarios, clase media y alta. Todo transcurría ‘puertas adentro’, en ‘el bajo’, donde hoy es el Bº Hernando de Lerma, Córdoba desde Mendoza a Zabala e incluía la calle Ituzaingó”.

El mismo sitio web Portal de Salta, cuando describe a  “personajes muy especiales que integran, algo así como la ecología folklórica” de Salta, la nombra y señala como perteneciente “a una tristemente célebre organización llamada internacionalmente ‘Royal Pigalle’, dedicada a la trata de blancas, pero en el más elegante de los estilos. Su establecimiento funcionaba bajo el nombre de ‘Armenonville’, y con sus luces difusas ofrecía excelente ambiente para el ‘amor mentido’, de los tangos tan en boga por esos días”.

Más recientemente el Partido Obrero mediante un comunicado que denuncia la instalación de una “zona roja legal” en las modificaciones impuestas al Código Contravencional, también señala: “La ciudad cuenta con dos zonas en las que se ejerce la prostitución desde que ‘la Rusa’ María era la madama de ‘la Linda’. En realidad fue el inicio de las casas de tolerancia y los cabarets, situados en los barrios San Antonio y Hernando de Lerma. El intendente Isa mantuvo la tradición de la Rusa María, habilitando prostíbulos como confiterías con espectáculo. Esa era la figura para habilitar Terra Nostra, Don Quijote y Rumis, que fueron allanados en el 2013 y en donde se encontró al intendente Villalba de Salvador Mazza”.

Mientras que la investigación de la antropóloga señala: “Una de las madamas más afamada y célebre en los mitos que se entretejieron en las noches de nuestra provincia, fue la Rusa María (…) durante 33 años regenteó casas de prostitución en las que trabajaban mujeres mayormente europeas, americanas y centroamericanas. Alrededor de la prostitución y de estas prostitutas exóticas, de rasgos extraños en nuestras tierras, se constituyó un mercado para el deseo y para el lucro a partir de la objetivación de los cuerpos, en la que las ciudades se constituyen en polos de atracción para mujeres, hombres de negocios y nuevas actividades”.

Según consta en varios registros Salta con la “Rusa María” había obtenido el reconocimiento en todo el país, de ser uno de los más notables centros de la vida nocturna y de la trata de mujeres que era encubierta bajo el “trabajo de la prostitución”, amparada por el propio Estado.