Notas sobre “Ritual del tigre y el toro”, de Santos Vergara (Ediciones del Trópico, 2024), ensayo sobre el pim pim y crónicas de las comunidades ava guaraní en el norte argentino.

Por Mario Flores

Es en la segunda parte de “Ritual del toro y el tigre”, el décimo libro del escritor oranense Santos Vergara (publicado por Ediciones del Trópico a fines de 2024), que se recupera un ensayo del año 2002 que aborda una observación de los estamentos etnográficos y performáticos de una de las expresiones ancestrales primordiales de las comunidades originarias en el norte de Argentina: el arete guazu, su desarrollo público como parte de un espectáculo actual según sus diferencias con el rito ancestral y con los corsos de verano, y un acercamiento a los elementos teatrales y simbólicos que componen la pelea del toro y el jaguar, parte medular de la danza del pim-pim.

Con la cadencia y experticia del cronista, el ensayo “El pim-pim o la supervivencia de una expresión teatral aborigen en el trópico salteño” no adhiere al tono solemne de la monografía académica, sino que hilvana según los tiempos y momentos escénicos del ritual ancestral, las secciones que establecen la tradición de los mitos, la participación comunitaria, y un paneo por el estadio contemporáneo de estas prácticas en los departamentos Orán y San Martín. No es casualidad que, en tiempos de carnaval, se publique esta necesaria reedición de un trabajo que ahonda en las alegorías del pueblo ava guaraní pero también en los diversos sincretismos contemporáneos que, hasta el día de hoy, forman parte del acervo cultural (y quizás proyectado como oferta del turismo localista) de una de las zonas de mayor pluriculturalidad del país. Fronteras lingüísticas, fronteras económicas y fronteras culturales son las que derriba el autor, al diseccionar con sumo respeto las diferentes partes mitificadas a través de los años, entre el costumbrismo y el análisis dialéctico de una expresión indígena que perdura (y ha ido mutando, encarnando elementos o accesorios del mundo criollo y moderno) e incluso se reconoce como parte de la composición y cosmovisión de los territorios de frontera y su emplazamiento en el nuevo milenio. “¿Cómo se explica que este fenómeno de innegable valor cultural, ubicado dentro de la provincia de Salta, no haya merecido todavía la suficiente atención?”, pregunta en la introducción de este libro. La respuesta, que se enmarca ya no en un estudio retrospectivo siguiendo el ejemplo del extractivismo cultural (que toma -se apropia- el patrimonio tangible e intangible de los pueblos originarios y los expone como ‘materia de estudio’ versionando mitos y leyendas o incentivando el marketing étnico a través del negacionismo, el reduccionismo y el mercantilismo de artesanía, sin poner en valor su exégesis humana), sino a partir de un análisis actual a través del presente de estas expresiones rituales y cuáles son los elementos que las componen, incluso aquellos que se evidencian como penetraciones culturales por parte de la inserción de los originarios en la labor y el yugo para la riqueza ajena. “Por ello, los Chiriguano-Chané denominaban Mbaporenda a la Argentina, es decir ‘lugar de trabajo’”, aclara.

En “Ritual del tigre y el toro”, Santos Vergara reconstruye escénicamente (desde la perspectiva del testigo directo, que ha entrevistado a lugareños y protagonistas, así como a referentes del carnaval moderno como comúnmente lo conocemos) las partes de esta danza ceremonial que, si bien se continúa practicando en los desfiles de carnaval y en fiestas comunitarias, ha perdido su misticismo primigenio al verse contaminado por los móviles de contexto de ocio en las localidades y la pérdida de la tradición oral entre las nuevas generaciones. Pero lejos de entender el arete guazu desde lo generacional o lo ‘anterior’, Santos Vergara hace foco en las consideraciones estéticas y sociales que repercuten, según la danza ancestral, en la Salta de hoy, y cuáles son los alcances de esta representación en las relaciones de poder que, cotidianamente, separan a los originarios de los otros.

“Se sabe que el carnaval es el momento más propicio para enmascararse y, también, al mismo tiempo, para desenmascarar a la sociedad. La máscara oculta y muestra al mismo tiempo”, dicta, y así compone un doble desplazamiento entre el espectador y el especta-actor, que involucrados en sociedades del norte con amplia población indígena (solamente Tartagal cuenta con ocho etnias) se ven inmersos en una fiesta general que, a la vez, mezcla y reúne pero también subraya desigualdades e intereses.

“En realidad, muchos de ellos suelen ser discriminados despectivamente con el nombre de “chaguancos” en la vida cotidiana o, directamente, por un prejuicio inexplicable, los niegan, afirmando orgullosamente: “En esta ciudad no hay indios””. Para una provincia como Salta, cuyas comunidades reproducen con soltura la naturalización del racismo y el extractivismo cultural, la reedición de este libro supone una ardua tarea de educación y reconocimiento: entender a los pueblos originarios no como objeto exótico del paisajismo local, sino como parte incólume y primordial a la hora de entender e identificar taras y valores, convergencias y injusticias. Son muchos los autores que, en el norte de Argentina, han dedicado cuantiosas páginas (con mayor o menor talento) a la reescritura de mitos ancestrales, a la “recuperación” de las leyendas indígenas, pero siempre con el propósito de establecer puntos de extimidad (el blanco ilustrado que reconoce a los pobres indios) o de propaganda (la sociedad criolla que “incluye” a las etnias como capital turístico). En este libro, en cambio, Santos Vergara señala (y mapea) prejuicios y consideraciones de lo execrable y los intereses que, hasta hoy, hacen mella en la inequidad y el desasosiego ecológico en las comunidades originarias.

Mientras que la figura performática del tigre o jaguar representa lo nativo, el toro representa al invasor. Y siempre gana el tigre en esta pelea, en cada representación escénica que, acompañada por la tensión sonora de los tambores artesanales o angúas, se suma a los alaridos de la gente que también forma parte de la danza cíclica: aunque la teatralización confluye entre enmascarados, el público (también formado por visitantes y criollos) resuelve un rol importante al presenciar y entablar una relación visual y musical con la ceremonia. Se trata de un desplazamiento dual entre la representación y lo representado, entre lo simbólico y lo performático, que carece de elementos externos y ahonda en lo orgánico: son los cuerpos los que hablan.

En estos patios del origen, en estas representaciones primigenias, Santos Vergara impele a llamar la atención sobre el presente de estas tradiciones: ¿cuáles son sus elementos vitales en el carnaval como lo concebimos actualmente?, y, ¿a qué se debe la poca atención analítica que ha tenido en sociedades que, sin embargo, la explotan como mercancía del exotismo para extranjeros? La escritora Luisa Valenzuela (autora de “Conversación con las máscaras”) dice: “Lo importante de la máscara no es lo que vela sino lo que devela”. Y es en el final del ensayo de Santos Vergara, que aclara: “Al término del rito, cuando termina la representación, todos se quitan las caras, para volver a ser los de antes, personas comunes, simples miembros de la comunidad. Es decir, son conscientes de la función lúdica de las máscaras, de su teatralidad manifiesta”.