Rodeado por sus hombres de confianza y su mujer, el candidato de Cambiemos recorre el interior y pone en práctica una estrategia de campaña perfectamente estudiada, en la que pide que lo voten.

Mauricio Macri no puede dormir. Se sube el antifaz gris a la frente y revisa los mensajes en su BlackBerry. «No pensamos lo de la Barrick, qué vas a decir», le dice Marcos Peña desde el asiento de al lado. Llevan diez minutos en vuelo a San Juan y sobre las nubes es un apacible día claro. El candidato está inquieto. Recita lo que ya pensó: «Me preocupa mucho. «Apoyamos la minería sustentable». «El control depende de la Nación». Mira por la ventanilla. Macri está en medias azules y Juliana Awada, su mujer, sentada frente a él, le acaricia los pies, apoyados sobre su falda, mientras ojea a Guillermina Valdez en la revista Hola.

Todo parece impecable. Empieza una gira fácil, unas horas en San Juan y después Mendoza, donde sus aliados radicales ganaron la gobernación y Julio Cobos le hará de anfitrión. Lleva a dos de sus hombres más fuertes con él, Peña y Emilio Monzó. Además, Peña los esperanza con su teoría optimista del arrastre inverso: María Eugenia Vidal crece en territorio bonaerense.

Pero algo no funciona. No tiene que ver con Scioli, que araña el triunfo en primera vuelta, ni con que Sergio Massa le pelee votos desde abajo. Macri siente claustrofobia. Física.

«Hernán, para la vuelta tengamos el otro avión», pide. No dice más.

«Me ocupo, jefe.» Hernán Bielus es el único que lo trata de usted. Tendrá que hacer volver este avión a Buenos Aires para cambiarlo por Lear Jet 60 de siempre -los dos alquilados para la campaña, cuentan-. Macri no lo dice y nadie le pregunta, pero sus acompañantes rememoran la imagen de un joven Mauricio dentro de un ataúd, en 1991, cuando lo secuestraron.

«Después lo volvemos a hablar con él», le dice bajito a Bielus Iván Pavlosky, que lleva 20 años con Macri y es su vocero desde Boca. Ambicioso, Pavlosky retoma la lectura de Libertad, de Jonathan Franzen. Tiene 667 páginas y pese a que lo pasea todos los viajes, es el final de la campaña y no llegó ni a la mitad (de final acá no hablan, ellos dicen que es el principio, que queda un mes más hasta el ballotage y después, gobernar).

La comitiva es de siete: Macri, Awada, Peña, Monzó, Pavlosky, Bielus y Federico Suárez, ex seminarista, 37 años, coordinador de la agenda y responsable de los discursos, en los que trabaja un ejército de gente hasta que todo llega a los cuatro escritores. LA NACION acompañará las 30 horas de esta gira.

Macri, de camisa celeste, uniforme de candidato, baja un pie de la Hyundai gris que lo buscó por el aeropuerto y antes de trepar a la caja de la Hilux para la caravana, pide: «Vamos con ritmo. Que el primero no sea un idiota. A 40 donde no hay gente».

«40 es demasiado», dice Bielus sentado junto a Horacio, el chofer que va persiguiendo a Macri por el país.

«A vos no te pedí opinión», contesta el jefe y sonríe. El chiste, como suelen ser los chistes de Macri, es bastante duro. Durante un buen rato será la muletilla de los demás para cargar a Hernán, que se la banca sin chistar.

El humor de las comitivas es un humor de club de hombres, irónico, algo pesado, esta vez atenuado por la presencia de Awada y la exigencia extrema de las horas finales. La víctima nunca es Macri, salvo rarísima excepción. En esta gira hubo una. «¿Vos creés que alguno se animaría a comerle un chocolate a Cristina?», le preguntó Macri a un periodista cuando Pavlosky se escapaba con un bombón que le habían dejado en un platito al jefe. «Eso cuando vos seas Cristina», le contestó su vocero.

La Hilux se detiene en un salón de fiestas de los suburbios sanjuaninos. En una tarima en el centro (todo acto Pro es 360°), Macri habla de «esperanza». Pide que lo voten «por favor»; lo pide «con humildad». Y lo personaliza.

-¿Cómo te llamás?

-Luz.

-Porque me preocupa tu primer trabajo, Luz. -Macri se pasea, micrófono en mano, como si fuera un show de stand up. Por vos -señala a una señora-, que pensas en tus hijos. Por vos -a otra- que querés una Argentina mejor para tus nietos.

Antes, insistía incluso más en el «vos» y «vos», pero le sugirieron que se estaba excediendo. «¿Es una sensación tuya o está medido?», le preguntó Macri a Suárez cuando le recomendó aflojar.

Acá lo que no está medido se manda a medir. En estos días, un equipo de opinión pública pasa cortes («tracks») cada día con las encuestas. Con eso y los informes «cualitativos» -básicamente, focus groups- la mesa chica ajusta la estrategia y el discurso.

Para los días que quedan definieron tres conceptos que Macri debe incluir siempre: «La Argentina de la Y» (Norte y Sur; industria y campo; kirchnerismo y oposición). «El 25 nos jugamos todo» (contra la amenaza de que no haya ballottage) y «Te pido que me votes para» (seguido por las promesas de campaña).

Llegó la etapa de «pedir el voto». A todos. Por favor. Sin vueltas. Macri se está jugando su pasaje a la historia. A estas alturas, el suyo es el ruego de un hombre duro que está a horas de dar la gran pelea o quedarse sin nada.

Con tal final abierto, es clave evitar errores. Por eso, le insisten con que descanse en sus pocos ratos libres. Awada ayuda: «Cartas no, amor. Es hasta las 2 de la mañana». Cartas es la mesa de juego con sus amigos.

Son las 8 y Cobos, de jeans y zapatillas, espera parado en el blanquísimo lobby del Hyatt de Mendoza. Macri está en su habitación, atendiendo a radios. Anoche fue a comer con Awada a María Antonieta, el restaurante de la mujer de Francis Mallmann, a unas pocas cuadras. Cuando viaja con ella, el jefe tiene ratos sin el equipo. Juntos son como novios y si están al lado, van de la mano. Además, ella le pasa mensajes: «Tu hermano te manda un beso y dice que estás muy flaco». «En Tortugas (club donde los Awada tienen casa) son un montón doblando boletas, mirá», y le muestra un videíto. Él les agradece con un audio: «A doblar/a doblar», canta al teléfono, y cuenta que así dice Antonia, su hija. Que no aflojen. Que el domingo empieza el cambio. Es una reformulación para amigos de «El 25 nos jugamos todo».

Macri no tiene secretario con él ni a nadie que le lleve el teléfono. Lo guarda en el bolsillo, siempre en silencio, y rara vez lo atiende. Revisa de vez en cuando llamadas perdidas y mensajes. En Buenos Aires, cuando lo necesita con urgencia, Awada llama a su chofer.

«Soy de River, pero te voto», le grita un chico en moto. En la calle hay miles de referencias futboleras. Macri se da vuelta y, sin soltarse del caño, le contesta: «Cuando vayas a votar, deciles que tu voto vale doble. Igual somos primos». La Argentina de las «Y».

Mientras él recorre Guaymallén en la caja, en el «macrimóvil» su mujer selecciona fotos del cumpleaños de Antonia en una PC con María Reussi, una suerte de asesora. «Ésta no. Estoy ojerosa y Mauricio parece viejo, ¿no?»

El «macrimóvil» es un gigantesco motorhome ploteado, préstamo del corredor Pablo Merayo, dicen. Tiene living y dos cuartos, pero la estrella es un enorme sillón masajeador de cuero. Peña se recuesta. El sillón le levanta las pantorrillas y se las aprieta. Peña vibra. «No me sacan más», amenaza. Nadie le cree. Dura segundos, hasta que suena su teléfono. «Lo desatornillamos y te lo llevás», dice Pavlosky. Abajo, Macri da notas a los «amigos periodistas» (así los llama acá).

Van tarde y es grave. Los macristas son obsesivos, pero hoy más: es viernes 16 y viajan a Mar del Plata para el cierre de IDEA. «Se están volviendo radicales», dice Cobos, que también se permite chistes. Los radicales tienen tremenda fama de impuntuales. Cobos había resistido el acuerdo UCR-Pro, pero está de excelente humor.

Son las 15 y el Lear Jet (de techo más alto) lleva tiempo esperando en la pista. Parece que no convencieron al jefe. Macri -otra vez en medias, Awada acariciándole los pies- lee el discurso para IDEA que Suárez le dio impreso y escribe anotaciones en una hojita con su letra incomprensible.

Mientras tanto, desarma tres sándwiches y se come el relleno. Aunque juran que pidieron más ensaladas, este viaje es la fiesta de la picada y el sanguchito premium. Además, cada asiento tiene un shot y un block, los chocolates que le gustan a Macri.

Peña mira el teléfono y ríe. «Me dicen que IDEA parece nuestro gabinete ampliado. Todos se quedan a esperarte». El piloto se asoma y dice que hay viento a favor. No van a llegar tan tarde. Macri conoce a los empresarios y tiene claro lo que va a prometerles. Es fácil este «Te pido que me votes para». Baja el antifaz, se estira y confía en que lo del viento a favor sea cierto.

Fuente: La Nación