Nuestro corresponsal en Buenos Aires continúa en la búsqueda de la Salta perdida. Esta vez, asistió a una charla sobre Güemes para niños en la Feria del Libro. Una tarde extraña con características capusotteanas y patrulleros para colorear. (Federico Anzardi)
Este cronista no sabe bien qué hacer para mantenerse cerca de Salta a pesar de las distancias. Tanto, que si el sueldo de corresponsal le alcanzara iría sin dudas a hacerse asaltar de manera legal en algunos de los restaurantes que ofrecen empanadas salteñas a precios escandalosos. Pero no son años de triunfos económicos, por lo que apenas accede a pagar los setenta pesos de la entrada para la Feria del Libro. Allí, el pasado jueves 4 de mayo se realizó un pequeño evento que caló hondo en las profundas raíces de los amantes del Valle de Lerma: una charla sobre Martín Miguel de Güemes.
Todos sabemos que una charla sobre el prócer salteño siempre ayuda a rememorar Salta. Si uno piensa en Güemes no sólo piensa en nuestro héroe. También piensa en remises, lavanderías, calles, panaderías, hoteles y quién sabe cuántas cosas más de la ciudad de Salta que se llaman así, Güemes. Así que imposible dudar: a las 16 horas hay que estar ahí, en la sala Cuentacuentos, Pabellón Amarillo, Calle 4, para asistir a la charla “Martín Güemes, reportaje en vivo a la historia”.
El Pabellón Amarillo se encuentra al fondo de la feria. Para llegar hasta allí hay que atravesar los stands de las provincias, los de los clubes de fútbol, algunos patios de comida, pasar por las emblemáticas tribunas de la Sociedad Rural, esas tribunas donde los gorilas se sienten a gusto. Luego de avanzar por los puestos de los diarios La Nación, Clarín y Página 12, aparece el gran despliegue del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Por ahí, al lado, escondidas, están las salitas para niños que auspicia la empresa de fibras, biromes y lápices Simball. Hay niños corriendo, dibujando, sentados en la biblioteca infantil que también cuenta con el apoyo de McDonald’s. La mascota de Simball, un dinosaurio azul de gorra amarilla, se derrite bajo ese traje grueso y sonriente. En la sala Cuentacuentos ensaya una pequeña orquesta castrense: teclado, batería, saxo, bajo, vientos. Suenan canciones patrias en tono amable, de canal infantil. Es que la charla sobre Güemes estará destinada a los más chicos. Los porteñitos interesados en nuestro prócer, que ya es de todos gracias al feriado nacional reciente.
La sala Cuentacuentos tiene capacidad para cincuenta personas. Cinco minutos antes de las cuatro de la tarde, no hay mucha gente en la fila para ingresar. Apenas dos nenes con su papá, que opina que Güemes no es un prócer muy tenido en cuenta y cree que el feriado nacional no va a ayudar a visibilizar mejor su figura. Una vez adentro, la Banda de Concierto de Gendarmería Nacional tiene casi todo listo. De golpe aparecen unos ocho niños con casi la misma cantidad de padres. Los más inquietos se van a las sillitas de colores con respaldo de osito que ocupan las primeras filas. Hay pinturas colgadas de las paredes de la sala. Un busto de Güemes que lo muestra cruzado de brazos, con el poncho colgando por la espalda cual capa de superhéroe. Además hay una réplica de su uniforme blanco. Las personas continúan ingresando. Hay más viejos que peques.
Hace uso de la palabra el Comandante Principal Jorge Atilio Oliva Barros, director del Museo de la Gendarmería Nacional. Da la bienvenida a este “momento de alegría y enseñanza”. “Antes de realizar la actividad específica, los invitamos a introducirnos con lo que tiene que ver con nuestra historia, la música”, dice y da pie para que la Banda arranque una versión instrumental de “Entre a mis pago sin golpear”. Los músicos piden palmas. La gente se entusiasma poco, pero acompaña. Tras el momento musical, el Comandante Principal regresa al micrófono para hablar de “una personalidad que tiene mucho que ver con nuestra independencia nacional: el general don Martín Miguel de Güemes, que a su vez es el numen tutelar de la Gendarmería Nacional”. “Existe una relación entre lo que hizo el general Güemes, custodiando las fronteras de la Patria, con lo que le toca hacer a la Gendarmería Nacional. Pero para hablarles de estas cuestiones tan trascendentes, los voy a dejar con la licenciada en Historia, la Gendarme Analía Kern y con el profesor de historia Sergio Cantero”, dice Oliva Barros.
Kern se planta ante los pequeños que la miran y los padres que la juzgan y pregunta: “¿Alguien tiene algún superhéroe? ¿Batman? Nosotros vamos a hablar de un superhéroe de la nación que defendió al país en el proceso de independencia. Vamos a hablar de un general de nuestras milicias cuando el país apenas comenzaba a andar. Vamos a hablar de Martín Miguel de Güemes”.
La gendarme pregunta si los chicos conocen a Güemes, si lo vieron en la escuela. “¿Quién fue Güemes?”, insiste, pero el silencio es abrumador. Nadie responde. “¿No? Bueno, entonces les contamos que Güemes nació el 8 de febrero de 1785 en la actual provincia de Salta”, explica Kern y luego improvisa una conexión niños – Güemes desde el costado lúdico: “Como los padres de ustedes, los padres de Güemes también hicieron hincapié en que Güemes estudiara. Como cualquier superhéroe, para formarse como héroe tenía que estudiar, pero también jugaba. Güemes en su infancia jugaba al gallito ciego. ¿Alguien conoce el juego? (Silencio) ¿Nadie conoce? (Silencio) ¿Las escondidas? (Silencio) También jugaban al embolsado y otros juegos. Sin embargo Güemes nunca dejó de lado la educación. Siempre estudió. A los catorce años comienza sus estudios en Buenos Aires. Se aleja de su familia y comienza a estudiar acá. Por eso vamos a mostrar un poquito las imágenes, para que vean (todos miran un PowerPoint que emite pocas imágenes de Güemes, incluida la tapa de un libro de Félix Luna). Acá vemos un poco cómo Güemes se preocupó de niño por formarse, desde muy pequeño se preocupaba por su país, por los demás. A partir de ahí, ya más grande, inicia una larga trayectoria en la carrera militar del país y tenía a un mejor amigo. ¿Quién no tiene un mejor amigo? ¿Quién era el mejor amigo de Güemes? Era San Martín, nuestro glorioso San Martín. Lideraron varias batallas en el proceso de independencia nacional”.
La charla parece naufragar. La historiadora intenta una conexión más cercana a los chicos que mandarlos a estudiar. “¿Cuál era el arma de Güemes como superhéroe?”, pregunta. “¡Una espada!”, contesta una nenita. “Una espada, ¡muy bien! ¿Vieron la espada de Güemes? ¿Quieren verla? Sergio nos va a mostrar el arma que usó Güemes”, dice. Entonces, el profesor saluda y muestra la réplica del sable de Güemes que se encuentra en el Museo Nacional de Gendarmería Nacional. Tras decir esto, el gendarme comienza a caminar por la sala y a mostrar el sable. La banda toca “Luna tucumana”. Luego, los jóvenes cadetes presentes para la ocasión muestran la réplica más pequeña del sable que llevan en su uniforme. Oliva Barros toma el micrófono para contar que el sable “simboliza el mando”.
Aparece Carlos Gigliotti, gerente comercial de la Editorial Argentinidad. Utiliza dos minutos el micrófono para contar que esta actividad intenta ser “algo diferente”. Alaba a Gendarmería y asegura que es “un orgullo” que “un amigo de San Martín esté presente en la Feria”. Se va diciendo que “a los héroes no hay que recordarlos sólo en el día de su muerte”.
Los gendarmes ahora muestran la réplica del uniforme, una chaqueta blanca y dorada más parecida a los trajes de Los Beatles en Sgt. Pepper’s que a la clásica vestimenta de los próceres argentinos. Cantero cuenta que Güemes “ofreció su vida en el norte del país, en la puntita, donde está el límite con Bolivia”. Agrega que la misión de Güemes de cuidar las fronteras fue heredada por la Gendarmería. Entonces el profe hace la diferencia entre límite natural y artificial. Muestra un mini hito fronterizo, “un símbolo de límite internacional” y vuelve a pasar por las filas para mostrarlo de cerca.
“Les vamos a entregar una hojita para que se lleven a sus casas, para colorear”, dice Kern, antes de repartir una hoja con siluetas de Güemes, un hito fronterizo, un patrullero de Gendarmería y un gendarme. Oliva Barros pide sacarse una foto grupal entre gendarmes, cadetes y público. “A ver, chicos, una sonrisa para la patria”, pide, antes del flash.
Antes de terminar, seis cadetes se ponen firmes y recitan el Decálogo del Gendarme, “el ideal en el cual se inspira la Gendarmería”. Y dicen: “Tengo el honor de ser Gendarme. Soy correcto porque el ejercicio de mi función debe ser irreprochable. Soy enérgico para no ceder en mi cumplimiento de mi responsabilidad. Soy disciplinado porque en la disciplina está fundado el orden y el respeto mutuo. Soy leal, porque sin lealtad no hay hombre de bien. Soy cuidadoso de mis armas y de mi equipo, porque ellas son patrimonio de la Nación confiado a m custodia”.
Cuando llegan a la oración “soy constante centinela para velar por la soberanía nacional”, los seis se enredan, se confunden y largan un murmullo vacilante parecido al personaje de Capusotto que no se sabía las letras de las canciones pero las disimulaba para quedar bien. Se reponen del traspie y continúan hasta llegar al final.
“¡Viva la Patria”, dice Oliva Barros. Hay un “viva” apagado como respuesta. La banda arranca con “Sobredosis de chamamé” y sigue con “Por una cabeza”. De Salta ni noticias. Habrá que seguir buscando.