Gracias al feminismo, Coral Herrera ha desmontado el mito del amor romántico y ha aprendido, entre otras muchas cosas que nos cuenta en este artículo, a amar su cuerpo y a construir nuevas formas de relacionarse.
¿Y a vos, cómo te ayuda el feminismo para trabajar el tema del amor?
El feminismo me ha ayudado mucho a pensar en el amor y a fabricar las herramientas que necesito para llevar la teoría a la práctica. Gracias al feminismo, mi relación con el amor y las relaciones de pareja y con la gente a la que quiero son mejores: en la medida en que me voy trabajando los patriarcados que me habitan, aprendo a ser mejor persona, a gestionar mejor mis emociones, a cuidarme más a mí misma, y a querer mejor a los demás.
Leyendo a pensadoras feministas he aprendido que el amor romántico es una construcción social y cultural, un espejismo colectivo, un mito como la Navidad o la Semana Santa. Es un instrumento de control sobre las mujeres, un dispositivo que nos tiene muy entretenidas y ocupadas a todas.
Con mis gafas violetas, lo que veo ahora es que el amor es una droga que nos tiene atontadas, ansiosas, eufóricas, tristes, de subidón o de bajón. A veces nos pegamos fiestas muy guapas, a veces nos pegamos muy malos viajes y lo pasamos fatal. Es una droga muy potente que generamos nosotras mismas: es gratis, es legal, y nos creemos que podemos tomar toda la que queramos. Y sin embargo, nos deteriora la salud mental, emocional y física como el resto de las drogas, y puede resultar mortal para nosotras, porque puede atarnos a relaciones de dominación y sumisión, y nos puede hacer presas en las cárceles del abuso y los malos tratos.
Del feminismo he aprendido que el amor romántico es como una religión que tiene a millones de mujeres arrodilladas frente al Señor. Es como una religión, con su paraíso y sus infiernos, con sus mártires y sacrificios, con sus mitos y sus mandamientos. Nos pide que seamos fieles y leales, y que adoptemos la misma sumisión que le exigen a las personas creyentes cuando hablan con su Dios o sus dioses. Así es como nos tienen rezando para que llegue el Príncipe Azul, soñando con encontrar a la media naranja, sufriendo mientras atravesamos el Valle de Lágrimas, con instantes de gloria en los que podemos tocar el cielo con nuestras manos.
Con las mujeres feministas he aprendido que hay otras formas de vivir la religión y la espiritualidad, que hay otras formas de relacionarse con las diosas y los dioses, y que en el amor no hay que idolatrar a nadie porque de lo que se trata es de vivir la comunión y querernos como compañeros y compañeras.
Con las mujeres feministas he aprendido que aunque los duelos sean terribles, una sobrevive a una ruptura, y que a veces las rupturas son auténticas liberaciones, que unas puertas se cierran y otras se abren, y que a veces de verdad se está mucho mejor sin pareja que mal acompañada.
Gracias al feminismo hoy sé que no nací para sufrir, que tengo el mismo derecho que los hombres al placer, que soy libre para tener las relaciones sexuales y sentimentales que quiera, que tengo derecho a gozar y disfrutar del amor y de la vida.
El feminismo me ha enseñado que mi cuerpo es sagrado, que mi cuerpo es lindo en todas sus etapas, que todo el mundo tiene que respetarlo, que nadie puede tocarlo ni usarlo, y que puedo expresar mi deseo y vivir mi sexualidad con libertad, sin miedos ni culpas.
Gracias al feminismo he aprendido a quererme y a cuidarme, a ponerle conciencia a mi salud emocional, a elegir bien quienes son mis compañeros y compañeras de vida, a acabar las relaciones en las que no me quieren bien o no me saben cuidar. Me ha enseñado la importancia de valorarme, trabajar mi autoestima, quererme bien a mí misma, tratarme bien y, gracias a este trabajo, hoy lucho por mi bienestar y mi felicidad.
El feminismo me ha enseñado lo importantes que son mis derechos sexuales y reproductivos: derecho a recibir educación sexual y emocional, derecho a tener acceso a los anticonceptivos, derecho a decidir la maternidad, derecho al aborto, derecho a tener salud sexual y a recibir un buen trato del personal sanitario, derecho a embarazarme cuando quiera, a tener un parto libre de violencia, a elegir a mis parejas con libertad.
También he aprendido del feminismo que no tengo por qué estar siempre disponible para los hombres, que puedo vestirme como quiera, que puedo depilarme o no, que puedo maquillarme o no, que no tengo que arreglarme para tener la atención de los hombres porque no la necesito todo el tiempo. Lo de mostrarme sexy o no es mi elección: yo elijo cuando y con quien inicio un cortejo, no tengo que vivir en función del deseo masculino, no necesito su mirada ni su aprobación para vivir una vida plena que me haga feliz.
Con las mujeres feministas he aprendido que tengo derecho a una vida libre de violencia y opresión, y que hay que trabajar mucho para que todas podamos tener los mismos derechos en todos los rincones del planeta.
Gracias a ellas he aprendido a expresar lo que quiero, lo que necesito, lo que deseo, sin miedo. Sin miedo a que me dejen de querer o me abandonen, sin miedo al conflicto: ahora puedo hablar de cómo me siento, protestar cuando no estoy de acuerdo, y evitar estar cediendo todo el tiempo. Ahora intento relacionarme solo con los hombres que me ven como compañera, no como un trofeo de caza, un botín de guerra, un objeto, una cosa, una propiedad, o un ser inferior a ellos. He aprendido a decir que no y a poner límites a los demás, he aprendido a defenderme cuando quieren abusar de mí, he aprendido a desobedecer cuando me han querido controlar o dominar.
Con mis compañeras del Laboratorio del Amor he aprendido que las mujeres no tenemos por qué sacrificarnos por amor, ni renunciar por amor, ni perder nuestra libertad por amor, ni aguantar por amor. He aprendido que para poder compartir un trocito de vida con alguien tiene que ser en condiciones de libertad, igualdad, y cuidados mutuos.
Con ellas he aprendido que si no hay correspondencia, el amor duele y no merece la pena. Si no me siento cuidada, si no me divierto, si no estoy disfrutando, entonces no es mi fiesta del amor. Si el amor duele, si paso malos ratos, si no puedo ser yo misma, entonces es mejor dejarlo, y seguir mi camino.
Gracias a mis compañeras feministas, he podido conectar con mi potencia y mi poder. Y por eso ahora no permito que nadie se porte mal conmigo. Si me hacen daño, si tratan de controlarme, si me ponen muros, si no hay condiciones para el amor, entonces hay que dejarlo, sin miedo. Sin miedo a quedarte sola, sin miedo a que nadie te quiera. Sin miedo a no volver a enamorarte nunca más.
El feminismo me ha hecho ver lo importante que es mi felicidad, y me ha permitido analizar el placer del sufrimiento desde una perspectiva política: ahora sé por qué no sirve para nada sufrir, por qué perdemos tanta energía en sufrir, por qué creemos que estamos condenadas. Es el patriarcado, que nos quiere deprimidas, amargadas, frustradas, tristes, ansiosas, llenas de complejos e inseguridades, comidas por el miedo, compitiendo entre nosotras. Nos quiere solas y aisladas, soñando con la media naranja que nos salve de nosotras mismas y de nuestros infiernos.
Con mis compañeras feministas he aprendido que al patriarcado le viene muy bien que las mujeres suframos por amor y soñemos con nuestro propio paraíso romántico. Así estamos cada una en lo nuestro: cuando nos juntamos para conseguir algo somos imparables. Por eso el patriarcado nos necesita divididas, enfrentadas, rivalizando, y creyendo que las mujeres somos lo peor. Por eso ahora, gracias al feminismo, puedo combatir la misoginia que hay dentro de mí, y así puedo por fin quererme más a mí misma y a mis compañeras, y luchar para que todas tengamos el derecho a estar bien y a ser felices.
Tomar conciencia de la dimensión política del amor me ha ayudado a entender que si yo me libero, nos liberamos todas, que el trabajo es a la vez personal y colectivo, y que hay que desmontar todo el mito romántico para poder vivir el amor sin machismo, sin violencia, sin sufrimiento, desde la libertad y no desde la necesidad.
Los estudios feministas y los hombres que se están trabajando los patriarcados me han mostrado la fragilidad de la masculinidad patriarcal, me han ayudado a entender lo que les pasa a los hombres, me han ayudado a relacionarme con ellos desde una posición de igualdad. Gracias al feminismo soy más asertiva, menos sumisa, y me cuido más: sé lo que no quiero en una relación, sé cuáles son mis líneas rojas, sé cómo funciona el autoengaño y cómo evitarlo.
Gracias a las pensadoras y activistas feministas, me siento libre para tener relaciones sexuales y sentimentales con mujeres, y he expandido mi concepto de amor más allá de la pareja heterosexual: ahora veo el amor como una energía con la que me relaciono con todo el mundo, una energía que nos conecta y nos ayuda a ser mejores personas, una energía común que no puede comprarse, que no tiene precio, que no puede forzarse ni vivirse bajo coacción.
Gracias a todo el trabajo que hago con mis compañeras feministas, y a todo el trabajo que he venido haciendo a solas y en compañía de grandes mujeres, sé que vivir en pareja puede ser una experiencia hermosa si se ama en condiciones de igualdad y de cuidados mutuos. Ahora sé que el amor no es para sufrir, sino para gozar, y sé regular las dosis que me tomo, y he aprendido a gestionar mis emociones para que no me arrasen como un tsunami. Ahora sé que me puedo desenamorar de cualquier persona, que es duro pero se puede, que el tiempo ayuda mucho, y que quererse bien y tener una red extensa de afectos ayuda mucho más.
Gracias al feminismo sé que puedo separarme estando enamorada, que puedo tomar decisiones aún estando borracha de amor, que puedo ser sensata y utilizar el sentido común, y que me viene muy bien hacerlo para no meterme en relaciones que no me hacen feliz o que no van a ninguna parte.
Gracias a mis compañeras feministas sé que separarse no es un fracaso, sé disfrutar de la soledad, sé lo importante que es cuidar a mi gente, tenga o no pareja. Gracias al feminismo he tejido alianzas maravillosas con otras mujeres que me hacen la vida más bonita, he dejado de poner el amor de pareja en el centro de mi vida, y he podido ver el amor romántico como uno más en la red de afectos a la que pertenezco.
Gracias a las mujeres que luchan por nuestros derechos, he aprendido a parar cuando no me siento a gusto, he aprendido a decir lo que quiero y lo que no, he aprendido que soy libre para irme o quedarme en todo momento. Me ha servido para atreverme a iniciar el cortejo, para gozar en la cama, para elegir a mis compañeros de cama, para salir de ella cuando me apetezca.
Gracias a ellas sé que hay muchas formas de quererse y de amarse, muchos modelos de relación, y que yo construyo con mi pareja el modelo que a mí me apetece, sin tener que seguir patrones ni mandamientos, hablando y pactando con mi pareja, activando la imaginación para reinventar juntos el amor, y sabiendo que ambos somos libres para estar o para irnos.
Hoy sé, gracias al feminismo, que no necesito una pareja para estar bien, que lo que necesito de verdad es una red de afectos con gente linda. He aprendido tanto trabajando el amor romántico con las mujeres feministas… por ejemplo, a leer las señales que me dicen si una relación me compensa o no, si la otra persona es capaz de disfrutar del amor, si sabe manejar sus emociones, si es buena persona o no, si se dan las condiciones para vivir un romance brutal. Y si se dan, me lanzo a disfrutarlo el tiempo que dure, pero siempre sin dejar de cuidarme a mí misma.
Todo esto me ha enseñado el feminismo con respecto al amor, todo esto estoy aprendiendo con mis compañeras feministas: que se puede amar desde la libertad, que el amor no tiene por qué ser un espacio de opresión, que el amor tiene que ser una experiencia gozosa, que no estamos condenadas a sufrir, que todas las relaciones se construyen haciendo pactos, que hay que disfrutarlas mientras duren, y que siempre se está mejor sin pareja que mal acompañada.
Coral Herrera Gómez para Pikara Magazin