Las leyendas urbanas son creencias que surgen sin fundamento sólido y se difunden de boca en boca como si fuesen una verdad revelada. Hay una que llega hasta nuestros días por esas distorsiones de la historia y que es reiterada incluso hoy, a pesar de todas las constancias concretas que la desmienten. Es aquella que dice que el peronismo es la fuerza política preparada para gobernar. 

Por Alejandro Saravia

En nuestra historia contemporánea, es decir, la que va desde los 50 del siglo pasado a hoy esa fuerza es, por lejos, la que más tiempo gobernó: 33 años. Los militares, 16 años. El radicalismo 13 años. El desarrollismo 4  y el PRO también 4 años. En ese derrotero lo que el justicialismo mostró, en realidad, es que más que saber gobernar gastó todo lo que tenía al alcance, y no siempre bien. Al contrario, por lo general, mal.

En efecto, tras la caracterización hecha por Halperín Donghi de que el peronismo fue una revolución social sin  sustento económico, tenemos que, en efecto, lo que hizo es gastar o, si quieren, distribuir, no siempre con buen criterio, todos los fondos que tuvo a mano. Desde aquellos lingotes de oro acumulados en el Banco Central, a causa de los cuales, según el propio Perón, no se podía caminar por sus pasillos, a la renta sojera de los comienzos de este siglo que se dilapidaron sin siquiera modernizar la infraestructura económica, necesaria para nuestro despegue definitivo. Pasando, desde ya, por la desnacionalización de nuestra economía alocadamente durante Menem, así como también durante la gestión de éste, la venta de las joyas de la abuela, nuestras empresas públicas. Es decir, dilapidó todos los fondos que tenía a mano. Eso no es gobernar bien, eso es desaprovechar oportunidades. Así estamos.

Sucede que su vigencia en el tiempo, así como el dulzor que dejaron sus gobiernos, fue el producto de dos golpes militares que lo salvaron del marasmo, lo victimizaron y lo hicieron perdurar en la memoria colectiva como gobiernos populares y exitosos. El primero fue el golpe militar del 55 que derrocó a Perón, que lo proscribió, lo preservó y lo hizo leyenda, cuando esa revolución social sin sustento económico, hacía agua. En realidad la misma duró del 46 al 49, pero fue como un nuevo amanecer. Otro golpe militar que lo salvó del abismo de las urnas fue el de 1976, meses antes de las elecciones. También lo victimizó, lo salvó de la debacle y la dictadura militar fue tan desastrosa, en todos los sentidos, tan destructiva, que aquel fracaso pasó a la historia casi desapercibido.

Los herederos de sus otras gestiones padecieron el legado. A de la Rúa le explotó en las narices la convertibilidad menemista. A Macri, quien recibió la herencia sin beneficio de inventario, le sucedió lo mismo. Obviamente, ambos aportaron lo suyo. El primero, dela Rúa, la rotura de la brújula, y Macri mucho de tilinguería e insustancialidad.

Todo esto se me vino a la cabeza a raíz de las absurdas declaraciones de la candidata a diputada nacional por la provincia de Buenos Aires, Victoria Tolosa Paz, cuando, suelta de cuerpo, dijo que la oposición estaba preparando un golpe blando. Tan disparatado fue lo que dijo que hasta el propio Aníbal Fernández le salió al cruce diciendo que precisamente era eso, un disparate. Y, para que lo diga Aníbal, debió ser uno muy grande.

En realidad, lo de Tolosa Paz más que un disparate fue un acto fallido. Según la teoría psicoanalítica, los actos fallidos son actos sintomáticos: el sujeto, por la influencia perturbadora de ideas o deseos inconscientes, expresa involuntariamente, de forma figurada, lo que en realidad intenta callar y encubrir.

Hoy, a fuerza de berretismo e ignorancia se está armando una tormenta perfecta. La inflación come los salarios y los aportes sociales dados a la pobreza. Un círculo vicioso. Como los perros que se persiguen la cola. En consecuencia, el peronismo se enfrenta a un escenario nuevo: es el heredero de sí mismo. No tiene crédito y la maquinita de imprimir billetes anticipa una explosión cambiaria y social. Y aún quedan por delante dos años de desierto. Sin ideas y con reflejos condicionados vetustos. Tan viejos que hasta un funcionario público del partido comunista cubano bajó línea diciendo que la emisión monetaria produce inflación. Reitero, de Cuba no de la Universidad de Chicago.

Ya no hay posibilidades de un golpe, afortunadamente. Y la democracia nos brinda una de sus mejores virtudes: la decantación. Es un proceso de autocorrección que se da en el tiempo. Paso a paso. Por aproximaciones sucesivas. En eso estamos. Estamos en los finales de una transición a la que el mismo Halperín Donghi le puso título en un libro ya clásico: “La larga agonía de la Argentina peronista”. Estamos en los estertores de esa agonía. En sus finales. Por eso hay que ejercer dos virtudes: la lucidez y la paciencia. No es momento para imberbes mentales ni para improvisados. Es un buen momento para estadistas. Para pilotos de tormenta.

Hay que disponerse a construir. Todo está por hacerse. Debemos desprendernos del pasado. Éste, hace tiempo ya, dejó de ser glorioso.