Alejandro Saravia
Alguna otra vez ya nos referimos a esa broma que se hace respecto de nosotros los argentines, aunque, como todos saben y dicen que hasta lo dijo el mismo Freud, las bromas siempre guardan en sí algo de verdad. Es por eso que divulgan que el mejor negocio del mundo es comprar a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale.
En alguna anterior columna decíamos que los Kirchner durante los 16 años que duró su gobierno habían reducido a nuestro país, tanto en economía como en cultura y dinámica social, a la dimensión de su provincia, Santa Cruz, una provincia rentística, escasamente poblada y escasamente productiva. Pero no solo redujeron la dimensión nacional a la provincial en una especie de jibarización, sino que Cristina Fernández, concretamente, en cada presentación que hacía tanto en la Asamblea de las Naciones Unidas como en cualquier otro foro internacional, bajaba línea sobre cómo cada cual debía gobernar su respectivo país. Está claro que no sólo se autopercibía como una abogada exitosa sino también como una gobernante exitosa a pesar de los desastrosos índices económicos y sociales durante su gestión.
Por su parte, el gobernante actual Javier Milei, no se queda atrás sino que reversiona lo mismo pero agigantado. No sólo reduce el país a la dimensión de su lugar de origen, la ciudad de Buenos Aires o, más aún, del frasco en que vive sino que lo hace, lo reduce, al tamaño de su propia persona, de modo que hasta el frasco queda grande. En esa autopercepción se pelea con todos los vecinos, con Brasil, con Bolivia, con otros países latinoamericanos, desecha concurrir a la reunión de los países integrantes del Mercosur que se celebrará en el vecino Paraguay la próxima semana. Dice que nunca negociará con comunistas, refiriéndose a Xi Jinping, presidente de China, o con aquellos con los que a él le parecen que se contraponen a su reducida ideología, pero a todo eso lo agrava porque no lo hace en función de los intereses del país que gobierna sino que lo hace conforme a sus propios intereses personales. Viaja por el mundo, a costa nuestra desde ya, pero no para incrementar el comercio argentino, posicionarlo mejor en ese aspecto, sino, por el contrario, nada más que para cultivar su propia egolatria personal. Para sentirse el más importante líder libertario del mundo, del universo y sus alrededores.
En eso, ambos, Cristina Fernández y Javier Milei, se parecen, son semejantes. Quizás sea la demostración más palpable de que las paralelas, a veces, se juntan. Hay otros aspectos que los asemejan, así por ejemplo, la tendencia de ambos hacia la autocracia, al autoritarismo. Como si sintiesen que ellos mismos están por arriba de cualquier norma, hasta de la propia Constitución Nacional. Quizás eso sea consecuencia también de siempre lo mismo, su propia egolatría.
En una de esas los hermanos latinoamericanos que nos gastan aquella broma tienen razón. Quizás sea ese el mejor de los negocios. Quién sabe. En una de esas el secreto de nuestra decadencia está en un algo así parecido a ese fenómeno de las paralelas que, a veces, se juntan.