Natalia tiene 32 años, salteña aunque nunca se consideró muy salteña. Fanática de los gatos y las bicis, es chef profesional pero se dedica a la comunicación en una empresa de software. Es budista y feminista activa; consciente de que sólo un cambio de paradigma puede cambiar nuestra sociedad. (Gastón Iñiguez)

De chica volvía locas a las maestras de catequesis del “prestigioso” colegio al que asistía en el Barrio Grand Bourg; “siempre les preguntaba por qué y cómo; ¿es posible que la virgen se haya embarazado por obra y gracia del espíritu santo? ¿Por qué las mujeres no pueden ser curas?” preguntas que claramente no tenían más respuestas que un simple “porque si”.

Al salir del colegio se convirtió al budismo y descubrió una nueva filosofía que se acercaba más a la idea que ella tenía del mundo; estudió para chef y con el título bajo el brazo se fue a vivir a Córdoba porque consideraba que había algo más pasando los cerros que rodean el Valle de Lerma. Así es como aterrizó en una ciudad pluricultural rodeada de gente de otras partes donde todos eran anónimos. En esa provincia consiguió la libertad de poder ser quien tenía ganas de ser sin la mirada juzgadora de la sociedad salteña.

“Siempre me gustó nadar; no soy una atleta pero se nadar muy bien”. Es así que tras un año de estar establecida en la Docta decidió anotarse en un club para hacer pileta libre. El encargado le ofreció darle clases particulares en el horario que ella iba a nadar y Natalia pensó que sería una buena idea. “Cuando terminó la primera clase, el tipo comenzó a hacerme masajes para descontracturarme, comenzó por el cuello y terminó en mi entrepierna. En esa situación no sabía qué estaba pasando realmente pero sí tenía claro que no me sentía bien. De alguna manera logré salirme, no había nadie más que nosotros, me fui del complejo y nunca más volví”, comenta Natalia.

“Realmente no llegaba a entender muy bien que había pasado ese día y encima tenía esa sensación de que había sido por mi culpa; que yo había habilitado de alguna manera a que me toquen sin mi consentimiento”. “Ahora puedo entender que se trató de un abuso aunque no haya pasado más, fui violentada”.

Pasado un tiempo Natalia se puso de novia y a los 24 años quedó embarazada; su pareja en ese momento tenía ganas de tenerlo pero ella sentía que no estaba preparada, no quería repetir errores familiares y luego de hablar con su madre se vino sola en el primer colectivo a Salta. Aquí fueron a ver un médico abortista que en los 90 tenía su clínica clandestina en la calle Dean Funes de nuestra católica y pacata ciudad.

La entrevista con el doctor fue breve, sin brindarle mayores explicaciones le dijo cómo sería el procedimiento pero no le advirtió de ningún tipo de consecuencia; total no importaba. “Te tenés que tomar esta pastilla y después me venís a ver” le dijo. Así fue como Natalia pasó la peor noche de su vida; los dolores, calambres y sangrado fueron la previa; al volver a la clínica, la pusieron en una camilla, le abrieron las piernas y la sedaron. Se levantó tiempo más tarde en una camita; atontada y sin saber dónde estaba. Le dijeron que se tenía que ir rápido porque ya venía otra.

“Por suerte estaba acompañada de mi vieja y mi hermana que estuvieron conmigo cuidándome todo el tiempo. Soy consciente de que tuve suerte; que dentro de todo el médico sabía lo que hacía y no me quedaron secuelas pero la situación fue traumática por todo lo que significa para una mujer practicarse un aborto en la ilegalidad, nadie te protege, si me pasaba algo en esa camilla la culpable iba ser yo misma”.

Tres meses más tarde alguien denunció que en esa casa se practicaban abortos y metieron presos al médico, sus asistentes y la paciente que estaba en ese momento.

Hoy, años más tarde, Natalia se sigue preguntando por qué existe gente tan hipócrita que se  opone a la legalización del aborto aun sabiendo que ocurre regularmente y que probablemente no existe ninguna familia donde no haya una mujer que se haya practicado un aborto clandestino.

“Cuando leí la primera vez sobre feminismo supe que siempre fui feminista por el mismo motivo que soy budista, porque creo en la igualdad de todos los seres vivos”.

Natalia comenzó a interiorizarse sobre el feminismo a través de las notas que se comparten por redes sociales y a ser partícipe de un movimiento que está comenzando a tener ramificaciones en todos los aspectos de la vida cotidiana; desde la organización de ciudades más accesibles hasta la ecología. Feminismo no es una contraposición al Machismo; el feminismo es un concepto diferente, una forma de vivir que se aleja de las convenciones que impone el patriarcado.

A través del feminismo es que Natalia comprendió que todo el tiempo naturalizamos el abuso de poder que tiene el hombre hacia la mujer; que no podés ser simplemente una piba independiente que usa su propio sueldo como le da la gana; el machismo no te lo permite. Cuántas mujeres hay que no pueden hacer lo que quieren por culpa de esta violencia.

Mientras más mujeres disfrutan de su vida, salen, tienen relaciones y viven a pleno su sexualidad, mientras más se empoderan también escala la violencia hacia ellas. Las advertencias son contundentes; quedate en tu casa, no salgas de noche, no te vistas de determinada forma, no tengas sexo con desconocidos porque te pueden matar.

Hasta que no seamos capaces de erradicar esa visión de las víctimas como culpables no seremos libres, hay que empezar a desestructurar nuestras cabezas oprimidas por el machismo y el neoliberalismo conservador que genera desigualdad y soporta este círculo vicioso de abusos sobre los más débiles.

“Tuve una educación privilegiada, trabajos formales bien pagos, excelentes padres y aun viviendo en ese marco de cierta seguridad fui violentada por el estado cuando recurrí a un aborto ilegal y por el machismo el día que me sentí abusada en una pileta. Y no sólo en eso; probablemente haya tenido muchas más situaciones límites que en ese momento me parecieron normales como por ejemplo acceder a tener sexo con una persona por miedo a que se enoje y sea peor”.

Cuando le preguntamos a Natalia qué es para ella el Feminismo, contesta: “Para mi es la dignidad de la vida de cada ser, cada entidad merece respeto y estar vivo, el estado debe acompañar los cambios de las personas, si quieren cambiar de sexo, nombre, apariencia, etc.  Para mi feminismo es cuidado por la naturaleza y un mundo que deje de ser solo para el hombre blanco heterosexual; lo cual no significa que hay que matar a los hombres, para nada, pero sí cortar con la supremacía del hombre blanco en todos los estratos de poder porque genera desigualdad, pobreza y más violencia”.

Existen nuevas corrientes que dan al feminismo un rol diferente pregonando una nueva sensibilidad inclusive en los hombres; esa misma sensibilidad que es vista como una cualidad negativa pero que si fuera natural poder expresarla generaría menos frustración y angustias; la llamada crisis de la masculinidad.

La mujer tiene una energía para poder gestar que traducida al mundo es algo muy poderoso y muchas veces se intentó destruirla o avasallarla. Entender el feminismo desde distintas partes nos permite luchar con el mismo poder y una misma voz.

Natalia participa de “Las Otras Colectivo Feminista”; este grupo se autoconvocó para realizar el #tetazo en la plaza 9 de julio y poner “la cuerpa”, como le dicen ellas porque también buscan desconstruir cuestiones de lenguaje que tienen un sesgo machista. Recuerda que ese día eran 20 mujeres rodeadas de hombres que fueron a ver qué hacían y muchos de ellos sólo fueron a ver tetas; por supuesto terminaron decepcionados porque esas tetas no eran las que te muestra Tinelli o el cine; eran tetas reales de mujeres reales.

Desde el colectivo Las Otras se organizaron marchas para pedir desde Salta por la liberación de Higui injustamente encarcelada por defenderse y matar a uno de diez hombres que intentaron violarla. El grupo planea convocar a una asamblea abierta el próximo 11 de mayo a las 19:30hs en Alvarado 551 para elaborar planes de acción y una marcha que no tiene lugar u horario definidos pero que se hará el 17 de mayo.

“A veces nos dan ganas de salir a prender fuego todo por las cosas injusticias y muertes que leemos en los medios pero como sabemos que la policía está con mano suelta en la era Macri no lo hacemos y tratamos de protegernos. Lamentablemente las marchas aunque necesarias ya forman parte del paisaje cotidiano y la gente está entumecida por eso desde el colectivo queremos intentar hacer cosas distintas; educativas o de performance artística para generar consciencia en la comunidad sobre la violencia y los abusos que sufrimos a diario las mujeres; dando a conocer el feminismo y la lucha que debemos emprender TODOS contra el patriarcado”.