Las disputas de superficie que en cada elección ejercitan candidatos de todo tipo opacan una más profunda: la que protagonizan políticos que presumen juventud y desideologización contra la llamada “vieja política”. (Daniel Avalos)
Los primeros van ganando aunque ello no suponga una renovación deseable en la provincia. Caracterizar a esa “renovación” es el objeto de estas líneas. Para ello conviene precisar al menos en trazos gruesos las características de lo que esa renovación denomina la “vieja política” a la que, sintetizando, endilgan aparataje e ineficiencia. Lo primero hace referencia a la conformación de una camarilla estrecha que para perpetuar sus intereses sofoca cualquier tipo de renovación dirigencial; la segunda acusación, en cambio, se destina a quienes pudiendo ser bien intencionados y hasta cultos se abocan a imaginar una sociedad que no existe renunciando en los hechos a ocuparse de las urgencias del presente. El símbolo de lo primero serían los eternos dirigentes de partidos tradicionales; la materialización de los segundos los miembros de la izquierda y el progresismo a los que consideran presa de un juego de ideas sin contacto con lo real.
Habrá que admitir que la razón asiste en parte a la llamada “nueva política”. Razón que sin embargo devino en fetiches que como todos se exageran hasta montar una construcción artificial al servicio de intereses de tipo más estratégicos: erradicar al militante político que independientemente de las tradiciones políticas de las que provenga, aspira a que el mundo se transforme en una dirección que considera deseable desplegando tiempo, esfuerzo e inteligencia en pos de un objetivo inescindible de las bases a la que ese militante pretende representar. De allí que lo preocupante del proceso sea otra cosa: que en nombre de la lucha contra la vieja política sea el militante quien pierda. En las elecciones que se avecinan ese militante parece condenado a perder un poco más de terreno en manos no de la vieja política, sino de un tipo de política que reivindica a la juventud como materialización de la renovación y al pragmatismo como anticuerpo de la ideologización.
Detengámonos ahora en los cultores de esa nueva política que, admitámoslo, gozan de enorme prestigio. Por ello los gobernantes siempre celebran la incorporación de jóvenes a sus equipos y anuncian que el objetivo es sumar aún más. El error, sin embargo, es creer que la mera juventud garantiza la renovación de las lógicas de la política. El que así piensa ejercita un análisis mediocre porque un análisis riguroso debe asentarse en variables más complejas: por ejemplo en los “movimientos de clase, los nuevos referentes y la resocialización política adulta del personaje”. La cita pertenece a James Petras, un viejo teórico marxista yanqui que hace mucho tiempo asesoró en Chile al asesinado presidente Salvador Allende. Sigamos sus consejos y a través de esa ecuación pongamos como blanco de análisis a los numerosos jóvenes que actúan en la política local y los muchos otros que se lanzarán al ruedo para ser parte de la misma. Cualquier salteño medianamente interesado en la política podría elaborar una lista enorme de jóvenes políticos y concluir que justamente es falsa la creencia según la cual los jóvenes por el solo hecho de serlo son idealistas, generosos o desinteresados. Sobre todo si reparamos en los muchos jóvenes de la actual gestión provincial y recordamos que muchos de quienes se incorporaron jóvenes a la gestión de Juan Carlos Romero hoy son los adultos que conducen el gobierno de hoy.
Admitirlo no debe deslizarnos a clavarnos cuchillos al pecho por vivir un periodo poco romántico en lo juvenil. Es cierto que hoy esa carencia está potenciada a niveles alarmantes, pero la desmitificación de la juventud como etapa etaria heroica alcanzó también a periodos en donde el prestigio revolucionario de la juventud era absoluto. Carencia que fue visualizada, incluso, por los mismos jóvenes que en ese periodo padecían la cárcel por su compromiso revolucionario. Un ejemplo puede ilustrarlo. Lo extraigo de lo ocurrido en una cárcel cordobesa en los 70 donde una veintena de jóvenes detenidos por razones políticas en la dictadura de Lanusse escribieron un documento al que se conoció como el “Documento de los Sabinos” o el “Documento Verde”. Esos detenidos provenían de la organización Montoneros aunque el escrito constituía la primera crítica a esa organización desde el interior mismo de la guerrilla.
Allí cuestionaban, entre otras cosas, la certeza montonera de que el peronismo sería el movimiento de la revolución si se expulsaban de la fuerza a los viejos burócratas y traidores a través del llamado “trasvasamiento generacional” que supondría el encumbramiento de la juventud en la conducción del movimiento. Y es que los encarcelados pronto descubrieron (el documento es de 1972) que la cosa no era tan sencilla y por ello mismo se preguntaban: ¿no es el trasvasamiento generacional una política que no cuestiona las estructuras perimidas? Habían concluido, en definitiva, algo muy sencillo: que la juventud no garantiza nada porque también es proclive a quedar atrapada en las lógicas que congelan los periodos en la modalidad de la dominación, tal como puede ocurrir con los adultos sin pasión alguna.
Cuestionado el mito, hagamos referencia a la juventud provincial que los oficialismos de todos los signos presumen tener. Al respecto tampoco hay mucho que decir. Por lo general son el típico producto político – cultural surgido durante el romerismo y que hoy se mantiene vigente. Son romeristas auténticos no porque hayan participado de aquella gestión o porque hoy la reivindiquen sino porque internalizaron un perfil que el romerismo propagó: la de tecnócratas sin identidad histórica con los partidos a los que dicen pertenecer, claramente desvinculados de las bases sociales a las que dicen representar y orgullosos de prescindir de razonamientos ideológicos a la hora de llevar adelante las tareas que las cúpulas a las que responden les ordenan. Una especie de expertos que dicen manejar ciertos saberes para lograr determinados objetivos de gestión sin que les importe si los mismos convalidan o no los valores que el mismo tecnócrata puede declarar poseer. Es esa la matriz que los desliza a un pragmatismo que razona que todo lo que los acerque al Poder es válido políticamente
No hay casi nada que vincule a muchos de estos jóvenes con los viejos militantes o cuadros políticos. Sí hay conexiones con los nuevos outsiders, que como los no tan jóvenes Guillermo Durand Cornejo, Alfredo Olmedo o Martín Grande, se presentan como los “antipolíticos”. Personas que aseguran que por carecer de pasado partidario y ser poseedores de riquezas amasadas individualmente son incorruptibles por no necesitar de dinero o carecer de la ambición de querer multiplicar el que ya tienen. Condición que los desliza a concluir lo mismo que concluyen los jóvenes tecnócratas: que están por encima de la política y de las cosas, asumir algunas poses excéntricas y asegurar que los problemas de la política se pueden resolver aplicando las ecuaciones con las que han hecho fortunas.
Es esa extraña renovación la que avanza y se enquista en la estrecha cúpula que determina la direccionalidad de la política provincial. En el éxito de ellos no está inscripto el triunfo de los salteños porque finalmente han llegado al entorno de la cúpula pero solo para formar parte de gestiones de una somnolencia crónica, que no hace nada excepto permanecer allí sin objetivos claros y sumida en cierta postración mental. Eso no es todo. Y es que entre el éxito colonizador del Estado y la somnolencia descripta, la “nueva política” y los “jóvenes tecnócratas” dejaron de ser lo nuevo y lo joven porque simple y poderosamente fueron digeridos por un tipo de poder al que podríamos denominar estomacal. Uno capaz de hacer mierda a la juventud pero manteniéndola bajo su cobijo en el mejor de los casos; o que expulsa de su organismo a esa misma juventud cuando lo siente necesario. De allí que la frustración por ese tipo de nueva política no resida en la condición juvenil de sus cultores, sino porque esos jóvenes nacieron políticamente viejos.