Advertido de que la anterior ampliación del ASPO fue comunicacionalmente errada -un mensaje de dos minutos leído por una locutora, hubo mucho reproche interno por eso-, el Presidente volvió a las presentaciones en vivo, acompañado por gobernadores. Ya no por Larreta y Kicillof -esa imagen no volverá-, sino por tres mandatarios que le permitieran dar una imagen equilibrada, como la que conseguía en tiempos en que todo parecía mejor encaminado. Un peronista (Omar Perotti), un radical (Gerardo Morales) y un provincial (Omar Gutiérrez). Tres representantes de un interior que hoy está peor que el AMBA, una posibilidad que ni el gobierno ni sus asesores epidemiólogos imaginaban.
Lo hizo en la Casa Rosada, donde Alberto Fernández quiere mostrarse más ahora, cuestión de dejar de ser «el presidente de la pandemia», si eso fuera posible. Hace rato que quisiera haber dado vuelta esa página. Septiembre era el mes límite hasta el que los más extremistas imaginaban que podría llegar a extenderse la cuarentena. Término que, eso sí, Alberto Fernández dejó deliberadamente de utilizar hace ya un tiempo. Las encuestas por ahora siguen acompañando al Presidente, pero van en franco descenso. Un sondeo elaborado por Ricardo Rouvier indica que el manejo de la crisis sanitaria por parte de Fernández cuenta con el respaldo de casi 6 de cada 10 argentinos; sin embargo este apoyo continúa en descenso y cayó más de 3 puntos estos últimos días. Un informe de Analogías, encuestadora cercana al kirchnerismo, muestra por primera vez una opinión levemente mayoritaria en contra de las medidas que está tomando el gobierno para enfrentar la pandemia: la posición favorable, que en marzo llegaba al 94,7%, bajó a la mitad: 47,2%, en tanto que la negativa es más alta, con 47,4%, cuando era allá por marzo de 4 puntos.
Tampoco en el gobierno están conformes con los resultados del confinamiento. La Argentina ya está sexta en número de contagios y es el país con más muertos diarios. Sobre el final de la próxima semana el número de contagiados superará el millón y eso que el nivel de testeos es bajo. Deberían hacerse 50 mil pruebas diarias, y no llegan a la mitad.
El panorama de los epidemiólogos no es más alentador. Por el contrario, son muy autocríticos, aun en público. Advierten que el número de muertos ha terminado siendo alto, anticipan que hay un retraso en las cifras que debe rondar «los 1.500 muertos», y atribuyen el elevado número de decesos a un nivel de circulación del virus demasiado elevado. «Una de cada 5 personas tiene Covid en CABA», reveló un conocido infectólogo que asesora al Presidente. En el Conurbano es uno cada 6. Y con resignación anticipa que «de los 4.000 pacientes que hay hoy en las terapias, unos mil no van a volver».
Tenían razón las autoridades suecas cuando tras la conferencia de prensa en la que el presidente argentino alardeó con nuestras cifras en comparación con las de la nación escandinava, recomendaron esperar a que la pandemia termine para sacar conclusiones. Hoy la Argentina tiene un número de muertos realmente elevado, estamos sextos en el mundial de contagios y la economía exhibe las lógicas consecuencias de seis meses de aislamiento. Una combinación letal que contrasta con aquella frase presidencial: «De la muerte no se vuelve, pero de la economía sí». En rigor, cuando en esa misma entrevista Alberto dijo que prefería «tener un 10% más de pobres y no 100 mil muertos» por la pandemia, sabía que el número de pobres iba escalar, pero ni imaginaba que a esta altura superaríamos los 20 mil decesos, a un ritmo de más de dos mil por semana.
El gobierno se escuda -y con razón- en decir que la pandemia afectó a todo el mundo y que todas las economías salen heridas. El detalle es que nuestra economía ya estaba en terapia El Banco Mundial cerró la semana modificando sus pronósticos para la región. Ya había calculado para la Argentina una caída de la economía del 7,3%, pero ahora elevó ese porcentaje a 12,3: la peor recesión de la región después de Venezuela. En rigor, Latinoamérica será la zona más golpeada en términos económicos, y si bien a todos les irá mal, el impacto será menor en países como Chile (6,3%) y Brasil (5,4).
Un 58% de los encuestados por Rouvier tiene expectativas económicas negativas, lo mismo que la expectativa inflacionaria: casi un 60% . El 43,5% descree que el gobierno pueda controlar el precio del dólar.
Lo cierto es que más allá de la percepción social, la única verdad es la realidad y es la que el viernes mostraba un dólar blue sin techo, volando a un valor que más que duplica el oficial. Y en ese tema la pandemia es solo parte del decorado. Los problemas son más profundos y tienen que ver con la falta de confianza. Es lo que empezó a verse al día siguiente de las PASO. La tan negada devaluación, cada vez parece más inexorable.
Por el nivel de desconcierto, los observadores comparan este momento con septiembre de 2018 y ese fin de semana frenético en Olivos, del que salió la reducción de ministerios del gobierno de Cambiemos. Pero esa gestión promediaba la segunda parte de la mitad de su mandato y esta no ha cumplido un año.
Comparaciones al margen, hoy en el seno del gobierno admiten que el número de ministerios es elevado y no descartan fusionar algunas carteras. En ese marco se dan las versiones en torno a una recomposición del gabinete. En el Instituto Patria son muy críticos y le bajan el pulgar a más de la mitad de los ministros: todos identificados con el Presidente. Las especulaciones incluyen al propio Sergio Massa, que nunca descartó sumarse al Gabinete en una segunda etapa, convencido de que el primer equipo sería «fusible»; pero no imaginaba que esa posibilidad se diera en este contexto, y descartaría la eventualidad de ser jefe de Gabinete de una administración tan parcelada.
El gobierno admite la necesidad de un «reseteo», pero para cuando arranque el pospandemia. Ahora, piensan, sería condenar a los designados a un interinato.
Cercano al Presidente, pero siempre refractario a la posibilidad de sumarse al gobierno, Roberto Lavagna hizo saber a través de sus voceros que no ha cambiado de opinión, aventando versiones que lo mostraban calzándose el traje de bombero como en 2002. El exministro de Economía tiene claro que lo único comparable con ese tiempo es la gravedad de la crisis, pero el contexto no repite en nada las características de entonces. Más aún, se agravaron las razones por las que se fue entonces.
El nivel de segmentación oficial escaló los últimos días con el tema Venezuela. Como anticipamos la semana pasada, el gobierno terminó enmendando en Ginebra lo que Carlos Raimundi había hecho en la OEA. Pero el dirigente frepasista sigue siendo embajador, y otra dirigente de esa fuerza, Alicia Castro, dio un portazo en un cargo para el que nunca había sido formalmente designada. La exazafata no es una dirigente periférica dentro del mundo K: fue embajadora en Venezuela cinco años, en pleno chavismo, y la representante argentina en Londres casi todo el segundo mandato de CFK. Hizo saber que el Presidente la llamó para pedirle sin éxito que reconsiderara su decisión. En gobierno dicen que ese llamado no lo hizo Alberto.
Sin dejar de disfrutar las notorias discrepancias internas que generó ese voto en la ONU, la oposición ponderó tal actitud, aunque no deja de remarcar el rumbo errático de la política exterior actual. Con una «no relación» con Brasil, mal clima que se extiende a los vecinos de la región de color político distinto al deseado. Y el punto máximo alcanzado en la elección del titular del BID, donde Argentina jugó abiertamente en contra de Mauricio Claver-Carone, el elegido de Donald Trump. Si bien la postura argentina tenía la lógica de que nunca un norteamericano estuvo al frente de ese organismo, se le cuestiona no haber hecho lobby con otros países para sustentar una candidatura para oponer. El elegido de Alberto Fernández era Gustavo Beliz, pero Argentina nunca buscó apoyos en la región para sustentar esa candidatura y al cabo terminó bajándola sin proponerlo siquiera, ni a otra alternativa.
El gobierno se juega a que Trump pierda las elecciones, y esa posibilidad es a priori muy concreta. Pero pueden pasar dos cosas: que el presidente norteamericano sea reelecto y eso nos juegue en contra por haber sido tan explícito nuestro gobierno en ese sentido; o bien que gane Joe Biden, en cuyo caso ello repercutirá en el Fondo Monetario en plena negociación con ese organismo, y toda posibilidad de avanzar con el FMI se frenará varios meses. Justo cuando más necesitamos cerrar también esa negociación.
FUENTE: DIARIO POPULAR