Cansados ya de reseñar el despliegue que la clase política protagoniza al margen de los sectores populares, Cuarto Poder buscó sumergirse en los problemas de las masas que, según ciertos diccionarios, está conformada por personas sencillas de costumbres sencillas a las que en conjunto solemos denominar El Pueblo. (Daniel Avalos)
Íbamos en busca de ese Pueblo con el noble objetivo de registrar un caso que sintetice el heroísmo de miles de personajes que sin nombres y apellidos estridentes y sin el Poder para otorgarle al conjunto social una direccionalidad política determinada, suelen enaltecer la condición humana aun cuando levanten sus viviendas en terrenos no escriturados a su nombre, habiten construcciones que carecen de contrapisos, o padecen problemas laborales en un trabajo al que siempre se dirigen transitando calles sin asfaltar o poceadas mientras suman y restan con los dedos de la mano, para tratar de determinar si llegan o no a fin de mes.
Noble objetivo que no pudo concretarse porque un expediente se interpuso en el camino. Uno que envasando entre sus folios un caso menos noble que el originalmente buscado, tuvo por lamentable consecuencia fisurar lo que hasta ahora constituía una convicción poderosa y propia de los optimistas inquebrantables que en las luchas personales de cualquier tipo, ven el germen de movimientos colectivos que redimirán al Pueblo de las injusticias del capitalismo. El expediente en cuestión es el Nº 231-25501/2014 de la Secretaría de Defensa del Consumidor. Fue labrado el 18 de noviembre de este año y resume un conflicto entre un señor de nombre Juan Cansino y el céntrico Café Martínez, en una de cuyas mesas accedimos al documento en cuestión.
Allí se destacan los sucesos protagonizados por el hombre que saboreando el clásico pocillo de café en el patio de la céntrica confitería, fue blanco preciso de una reposición fecal eyectada por una paloma. La consecuencia del impacto se adivina: una mancha aguachenta de color blanquecino con puntos grisáceos estampada en el saco de ese hombre que, suponemos, reaccionó como reaccionamos todos los que alguna vez fuimos blanco del proceso intestinal de esos pajarracos: la universal mueca de asco ante la reposición; mueca a la que sigue la infinita capacidad de injuria con la que contamos los argentinos; insultos a los que luego siguen sinceras maldiciones a esos cobardes funcionarios públicos que reacios a pagar costo político alguno, se niegan a aniquilar de una buena vez a esas palomas que violan el espacio aéreo de la ciudad.
Hasta ahí, nuestra solidaridad con el hombre defecado era absoluta. Hasta ahí, incluso, deseábamos ir a su encuentro y montarnos sobre su comprensible indignación para impulsar un amplio frente político que acabe con la impunidad con la que transitan por aire y por tierra los animales. Una coalición que no ahorre esfuerzos por mantener juntos a personalidades tan disimiles como Claudio del Pla, Haroldo Tonini, Juan Manuel Urtubey, Juan Carlos Romero, Alfredo Olmedo y hasta el Monseñor Cargnello, con la innegociable condición que se comprometan a abrazar el patriótico deber de contrarrestar el incontenible avance de las asociaciones protectoras de animales, cuya incidencia en la sociedad es tal, que pronto podrán asegurar, sin que nadie los contradiga, que absolutamente todos los animales, sin excepción alguna, gozan de derechos semejantes a los humanos, poseen alma y por ello mismo deben ser objeto de evangelización por parte de todos los cleros.
Plan original que finalmente decidimos abortar porque la lectura del expediente despertó sospechas sobre la calidad del potencial aliado político que ahora identificamos con las iniciales J.C. No tanto porque éste exigiera que la confitería abonase la limpieza de la prenda de vestir salpicada por las heces de esas aves que según Wikipedia están dotadas de una gran inteligencia pero son monógamas; sino también porque ante la negativa del encargado a pagar la tintorería, el damnificado recurrió al Estado para exigir una sanción que “repare los prejuicios morales que sufrí” (sic). Y uno lee eso e imagina que el incidente palomo-estomacal arrastró a ese hombre a una caída de la que no puede ni quiere salvarse, un hombre que se ha quedado sin orgullo donde aferrarse, un ser que luego de ser blanco de semillas y frutos debidamente metabolizados por la maldita paloma parece dispuesto a abandonarlo todo y dejarse estar.
Uno imagina todo eso y dice “¡Caramba!, lo que puede hacer una paloma”. Y también piensa otras cosas. Por ejemplo que difícilmente un hombre de moral tan frágil pueda luchar contra el poder omnímodo de los proteccionistas de animales. Seres estos de certezas inquebrantables y capaces de recurrir a Wikipedia para refregarnos que la importancia de las palomas esta debidamente certificada, que la mismísima Guardia Costera de los EEUU equipara sus helicópteros de rescate con un par de bumbunas que visualizan mucho antes que el ser humano la cabeza flotante de un náufrago en alta mar, identificación ésta que comunican a los operadores del helicóptero a puro rumoreos y picotazos.
Una hipótesis alternativa, sería la de interpretar el quiebre moral que J.C. aduce, como parte de una fría y monitoreada estrategia que sobredimensionando los impactos psicológicos sufridos, tiene por objetivo incrementar sus chances de reparación. Situación que lejos de pincelar a un hombre sin voluntad y determinación, pintarrajea a un ser obstinado y dispuesto a prescindir de la aprobación de los otros porque sólo quiere escuchar el mandato de los caprichos. Personas así tampoco suelen ser confiables en las empresas colectivas. Entre otras cosas porque en lo colectivo suelen ver una amenaza a las libertades individuales, una forma de arrollar las singularidades propias en nombre de aquello que al individualista más espanta: los denominadores comunes. Puede que allí resida la decisión del hombre para exigir que el Estado al que debemos exigir que invierta esfuerzos, dinero y tiempo en disciplinar la voracidad de las compañías telefónicas, la ambición de los bancos y tarjetas de créditos, las maniobras dilatorias de las grandes firmas de electrodomésticos o las estafas de las concesionarias de autos al plan PROCREAUTO; deba hacer un alto para preguntarse cómo resolver el caso del hombre cuya traje fue cagado por una paloma.