El historiador Daniel Escotorín enfatiza el hecho inédito que supuso la victoria de Mauricio Macri en nuestro país y se pregunta sobre el rol de la izquierda y el progresismo K en la nueva coyuntura.

El 10 de diciembre del 2015 se producía un hecho inédito en la historia argentina: el acceso a la presidencia de la Nación de un mandatario proveniente de una coalición de claro y expreso perfil conservador, o sea, un partido de derecha. Inédito desde la sanción de la Ley electoral de Sáenz Peña que impuso el voto universal, secreto y obligatorio con el que puso fin al fraude sistemático establecido por la oligarquía del siglo XIX para garantizar el triunfo de sus candidatos.

Extraña paradoja, esa ley fue fruto de la lucha de la originaria Unión Cívica Radical, que denunciaba el fraude y exigía elecciones libres, sancionada la ley permitió que la UCR ganase las elecciones de 1916 con Hipólito Yrigoyen a la cabeza, inaugurando así este periodo. Si la derecha gobernó nuestro país en el siglo XX fue a base de golpes de estados, autoritarismos varios. En 1995 Carlos Menem fue reelecto presidente tras la reforma constitucional de 1994, y si bien llegó al poder con un programa neoliberal, fue con el apoyo del PJ, la CGT que sostenían una base popular y la promesa de algo de peronismo.

El triunfo de Mauricio Macri resulta un golpe sorpresivo, inesperado en un contexto que hasta el año pasado marcaba el rumbo progresista en el continente, pero como un efecto dominó los gobiernos cercanos a la gestión de CFK fueron golpeados por diversas crisis: Brasil, Venezuela, Ecuador. No fue solo la derrota del kirchnerismo, sino del conjunto del movimiento popular en tanto la gestión PRO avanza a paso redoblado en contra de algunas de las medidas más beneficiosas para la mayoría, no viene escatimando esfuerzos a la hora de reprimir la incipiente protesta social y pone la gestión estatal en manos de representantes de las corporaciones económicas.

Ahora bien, en este nuevo etapa política ¿Dónde y cómo quedan para parados la izquierda y el progresismo K y las otras fuerzas y sectores cercanos ideológicamente?

Desde sus miradas parciales, la oposición al macrismo ya comienza a ver el desgaste de su imagen. Nada más erróneo, para quienes votaron a Macri, algunas de sus medidas son las que ellos justamente esperaban y amortigua los efectos de otras, como las económicas. Lo que parece solidificarse es la división en dos bandos antagónicos de la sociedad: si antes era kirchnerismo – anti kirchnerismo, en la nueva etapa se redefine como macrismo – anti macrismo. En cualquier caso de trata de una antinomia que refleja las visiones sobre el rol del Estado, la desigualdad y los derechos que permiten la inclusión y la integración de los sectores populares. El consenso social en líneas generales se mantendrá y si se estabiliza la economía y algunos indicadores incluso puede llegar a ampliar esa imagen, sin olvidar que cuenta con el apoyo explícito de los principales medios de televisión y gráficos, entre ellos por supuesto el Grupo Clarín.

El kirchnerismo se encuentra en una situación paradójica: demostró mantener una alta capacidad de movilización callejera tal como se vio el 9 de diciembre y en jornadas posteriores; ahora bien, todo parece indicar que el Frente para la Victoria, la coalición de partidos que sustentaba el apoyo a CFK se partirá. El PJ tomará un rumbo indefinido pero distinto al que le impuso la entonces presidente Cristina Fernández. De ser así el kirchnerismo puro se quedará sin aparato electoral pero también dividirá las aguas al interior del peronismo. El movimiento K, podríamos decir el puro y quizás el genuinamente progresista mantendrá capacidad de movilización, presencia pública pero no una estructura política ni amplia, ni homogénea, ni unificada.

Las diversas agrupaciones como La Cámpora, el Movimiento Evita, el Frente Transversal o el mismo Partido Comunista además de no poseer estructuras nacionales, están atravesadas por diferencias de diversos grados que ya hicieron fracasar el intento de unidad en Unidos y Organizados. Es que buena parte de la militancia K es inorgánica y se unen en referencias inorgánicas como las redes sociales, el espacio de “resistiendo con aguante” en Facebook, los simpatizantes de “6-7-8”, etc., y su incondicionalidad directa y única con CFK. En todo caso, y al final de este trecho del camino vuelve a aparecer la debilidad en la construcción política que no supo generar referentes de calidad, ni una estructura política propia que les evitase quedar presos del pragmatismo del PJ (el consabido pejotismo)

No tan iguales

El Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) había llamado a votar en blanco en el balotaje bajo el simple expediente de “son iguales”. Ellos sabían que no lo eran, se ve (¿lo ven?) ahora. El magro resultado medido en su llamamiento muestra que sus propios votos no son tan propios, y aunque ahora esperen receptar masas y votos del peronismo, esto resulta ya una política históricamente fallida, además de los propios problemas que tienen en el frente interno del FIT, sobre todo entre los dos socios principales: el Partido Obrero (PO) y el Partido de los Trabajadores y el Socialismo (PTS) que en un matrimonio por conveniencia no dejan oportunidad para cruzarse acusaciones y chicanas ya sean políticas, doctrinarias (ambos son trotskistas) o históricas.

El espacio denominado “progresista” o también “centroizquierda” es tan heterogéneo como amplio y confuso, sobre todo esto último si analizamos sus conductas políticas. Una de estas alianzas se denominó así “Progresistas” estaba conducida por el Partido Socialista junto al GEN de Stolbitzer, que fue su candidata y Libres del Sur. Fue uno de los espacios más golpeados por la coyuntura electoral, pero también por sus propias definiciones políticas pre y post balotaje: Margarita Stolbitzer apoyó a Macri, que poco o más bien nada progresista es; el PS deriva en sus propias ambigüedades y vacilaciones con los conflictos en su provincia gobernada, Santa Fe. Sobre Libres del Sur, ya no queda mucho por decir, pero recordemos que también se definió por el voto en blanco. Al presente no terminaron de expresar su postura frente al gobierno nacional, salvo Margarita que sostiene su cauteloso apoyo.

El Frente Popular (Unidad Popular y el PTP) si bien no pasaron las PASO con la candidatura de Víctor de Gennaro (fundador de la CTA), mantienen una base social amplia aunque dispersa. Trabajadores estatales (en la mira del gobierno), sectores sub o desocupados, economía informal, etc.. El Frente no tuvo una impronta de oposición visceral al kirchnerismo, más bien lo contrario, eso le permitió sumar nuevas fuerzas como Patria Grande, de Itaí Hagman en la CABA, y articular en otras provincias. Allí conviven culturas políticas como la peronista, izquierda social y la tradicional. Frente al balotaje el referente de UP de CABA, Claudio Lozano lo expresó con sinceridad: “nuestro partido no votará jamás por Macri”.

Estas fuerzas y partidos se encuentran otra vez en el llano, en el campo de la oposición y con un preocupante nivel de desarticulación. Seguramente al enfrentar las políticas de ajuste y represión del gobierno nacional se encontrarán en las calles, pero el desafío que se están planteando algunos de los dirigentes es cómo conformar un proyecto que los ponga otra vez en carrera política para los próximos años. La posibilidad cierta de un macrismo, o sea de una derecha reconfigurada y preparada para mantenerse por lo menos dos periodos en el gobierno no es una idea delirante si este gobierno logra capear el primer año de gobierno y exhibir logros visibles para la mayoría de la población o para una buena parte de la clase media que lo voto y por otra parte dependerá sobre cómo las diversas expresiones progresistas, del campo popular, izquierda, centroizquierda consensuan acuerdos que les permitan romper ese consenso, a la par de espiar el recorrido, siempre incierto, que tendrá el PJ. Un escenario por ahora nada claro, pero que tiempo y voluntades develarán a lo largo de este año.