Nadie arriesga a decir si Macri sufre o se divierte con las internas que protagonizan algunos de sus funcionarios, aunque nadie duda de que el presidente no ha hecho gran cosa por ponerle límites.
La Argentina arrastra medio de siglo de crisis económicas. Esa es la razón por la que varios de nuestros ministros de Economía han sido seres atormentados que terminan sus días bajo la cruz del rechazo social. Celestino Rodrigo, José Martínez de Hoz, Lorenzo Sigaut, Domingo Cavallo o Amado Boudou son apenas los casos más resonantes de una saga que bien podría alimentar cualquier novela trágica. Claro que la historia no le sirvió de advertencia a Mauricio Macri. Una vez elegido presidente, dividió la economía en varios compartimentos estancos y eligió para cada uno de ellos a un funcionario destacado. El resultado, al menos hasta ahora, registra un grado de incertidumbre que preocupa. Alfonso Prat Gay ocupa el Ministerio de Hacienda. Juan José Aranguren, el de Energía. Francisco Cabrera, el de Producción. Y Federico Sturzenegger está al frente del Banco Central. A ellos se puede agregar la presencia del economista Rogelio Frigerio en el Ministerio del Interior y la del expectante Carlos Melconian, en la presidencia del Nación. La coexistencia compleja de ellos es el argumento principal de cualquier charla en el Círculo Rojo. Y dada la elevadísima autoestima que cada uno lleva como bandera existencial, al gabinete económico de Macri se lo ha bautizado, con justicia, La Hoguera de las Vanidades.
La Hoguera es la primera novela de Tom Wolfe, el creador del nuevo periodismo. En esa trama de suspenso del Nueva York de los años ‘80 hay empresarios, gobernantes, policías, religiosos y periodistas. Y las cosas no terminan bien. Por el contrario. Terminan muy mal. Pero tampoco es cuestión de disparar las alarmas por una comparación arbitraria. El Gobierno lleva sólo nueve meses en el poder y la persistencia de inflación, déficit fiscal, altas tasas de interés, desempleo y recesión deberían solucionarse pronto si es que Macri quiere consolidarse en el poder, ganar las elecciones legislativas del año próximo y aspirar a gobernar en forma continua durante los próximos siete años.
Las intrigas internas son un clásico de cada gabinete y la Hoguera de las Vanidades no es la excepción. Todo lo contrario. Es el volcán más ardiente del macrismo. La semana pasada volvieron a estallar las tensiones cuando Prat Gay tuvo una frase desafortunada al ser entrevistado en radio por el periodista Luis Novaresio. “Ya no es un tema la inflación…”, se apuró el ministro que ya desarmó el cepo al dólar y cerró bien el acuerdo con los holdouts en el primer trimestre. Con la economía que todavía no puede despegar en términos de actividad, la ansiedad por mostrar el cambio de tendencia inflacionario hacia la baja le jugó una mala pasada. Es cierto que la inflación empezó a bajar pero con la proyección anual más cerca del 40% que del 30% decir que ya no es un tema sobrepasa cualquier margen de optimismo.
Es lo que le marcó, al día siguiente, Sturzenegger. Durante una exposición en la Universidad de Tel Aviv, el presidente del BCRA planteó que todavía faltaba mucho para domar a la inflación. Bastó ese intercambio para que estallaran todas las usinas de rumores del poder. Nada fue suficiente para aplacar el conflicto. Ni que Sturzenegger haya marcado, en esa misma ponencia, que compartía la estrategia de gradualidad fiscal aplicada por Prat Gay ni que se recordaran en el Gobierno todas las ocasiones en que ambos compartieron momentos de sintonía temática.
Es cierto que la relación entre Prat Gay y Sturzenegger es cordial como también es cierto que tienen diferencias de criterios. El ministro de Hacienda, tras acordar con los holdouts en marzo pasado, esperó -vanamente- que el jefe del BCRA bajara aunque fuera un punto la tasa de interés, cuestión de aprovechar el momento de euforia en los mercados. Pero debió rumiar el pasto de la indiferencia durante dos semanas hasta que la entidad monetaria aflojó un poquito las marcas. Alfonso tiene más pelo y más fans dentro del gabinete macrista que Federico. Pero Sturzenegger arrasa entre los economistas, que suelen elogiarlo en público. “Es brillante, el mejor funcionario del Gobierno”, lo alaba con excentricidad el liberal Javier Milei, quien acusa a Prat Gay de “keynesiano” como si se tratara de un insulto. Nadie arriesga a decir si Macri sufre o se divierte con la tirria entre sus dos colaboradores, pero lo concreto es que, hasta ahora, no ha hecho gran cosa por ponerle límites. Alimentar la batalla de los egos entre los subordinados figura entre los dogmas imprescindibles del polémico manual de Nicolás Maquiavelo.
La neblina de los rumores ha envuelto también a Aranguren en la medida que el tarifazo de los servicios públicos ganó protagonismo social y, sobre todo, cuando el fallo de la Corte Suprema dejó al Gobierno desnudo y en situación incómoda. Pero el CEO de Shell no se inmuta y mantiene el mismo estilo concentrado con el que enfrentó los 57 juicios que le inició Guillermo Moreno en los días ahora lejanos del kirchnerismo. “Nadie renuncia dos veces”, es una de sus frases de cabecera para explicar que su eventual salida del Gobierno no sería nunca por voluntad propia sino por una decisión del Presidente que hoy nadie avizora. Esta semana comenzará a definir el nuevo esquema tarifario con el que intentará sortear las audiencias públicas que le impuso la Justicia. Mastica bronca contra la decisión del cuerpo que preside el Faraón, Ricardo Lorenzetti, pero se ajustará a derecho y esperará a que la Corte pueda darle una satisfacción, al menos en las tarifas de la electricidad.
Otro de los protagonistas de la intriga macrista y económica es Pancho Cabrera. La disparada de los precios que alimentó la espiral inflacionaria le valió que varios de sus colegas de gabinete lo acusaran intramuros de blando con los empresarios. Su estilo canchero, su mochila de rigor y las celebridades de su amistad como Juanita Viale lo vuelven blanco fácil de las zancadillas verbales pero, como lo reconocen hasta sus detractores, “Pancho siempre está cerca de Mauricio, pase lo que pase”.
Nunca hay relax en el gabinete económico de Macri. Y es lógico para un país cuya economía no logra despegar y suma estadísticas negativas sobre consumo y empleo semana tras semana. Frigerio rezonga porque es el encargado de calmar a los gobernadores con promesas políticas. Melconian prefiere guardar para la intimidad las objeciones que tiene sobre sus colegas y disfruta el campo de acción y de lucimiento que le otorga la conducción del primer banco estatal del país.
La presencia de los ex CEOS Gustavo Lopetegui y Mario Quintana como coordinadores del gabinete es una garantía de asistencia profesional pero también, para algunos, la amenaza constante de dos funcionarios con los pergaminos reconocidos de haber conducido los destinos de LAN y de Farmacity o el fondo de inversión Pegasus. No es nada fácil convivir en la hoguera.
El presupuesto que los muchachos le confeccionaron al Presidente jura que la inflación será del 17% en el 2017. Y que el crecimiento superará el 3%. Son todas promesas que suenan bonitas mientras el establishment espera a ver si el blanqueo de capitales y el arranque de la obra pública se convierten de una vez por todas en la base de lanzamiento de una economía que demora demasiado en avanzar hacia la promocionada revolución de la alegría.
Fuente: Clarín